En el túnel de la nostalgia
Hubo que esperar más de medio siglo para que la Copa Libertadores dejara de ser un preciado objeto de deseo para los corazones teñidos de azulgrana, un sueño esquivo que -pese al desaliento por las frustraciones acumuladas- nunca alcanzó dimensiones de pesadilla. La esperanza de los hinchas, expresada a través del apoyo incondicional al equipo de Bauza, fue retribuida con el premio mayor. Ahora, debidamente endulzados, vamos por más. La irrefrenable pasión futbolera, fogoneada por la sangre latina, volverá a demandar una actuación épica. Como ya ocurriera en cada prueba superada de la Libertadores, el que esto escribe (que ya cumplió 50), durante el Mundial de Clubes vuelve a transitar el túnel de la nostalgia para recordar al Mono Irusta en cada volada de Torrico, el toque fino del Pipo Gorosito en un pase exacto de Romagnoli, la polenta del pibe Villalba con el paso irrefrenable del Gringo Scotta y hasta apela a su mejor voluntad para reencontrar resabios del inconmensurable talento del Negro Ortíz en cualquiera que se anime a acariciar la pelota y ensayar un baile indescifrable para desairar al rival. Seguramente desde este tridimensional corazón futbolero (donde también tienen cabida Morón y el entrañable Deportivo Armenio) también se van a disparar gloriosas imágenes -algunas sepia, otras de gastado blanco y negro- fijadas en la memoria por las proezas de Parsechian, Gardarian, Chiqui Ubeda, Peidró, Colombatti y los hermanos Romagnoli, el padre y el tío del Pipi, que en los 80 se dedicaban a hilvanar alegrías para los seguidores del Gallo. Son módicos próceres, de ayer y de hoy, esta vez fusionados bajo la bandera azul y roja, que en este tiempo auspicioso flamea bien alto, inflamada de orgullo.