Clarín

Después de Lola, ¿cómo cuidar con prudencia a los chicos?

- Sergio Zabalza* Psicoanali­sta. Profesor de la Facultad de Psicología, UCES Autor de El Lugar del Padre en la Adolescenc­ia (Letra Viva).

El atroz asesinato de una adolescent­e de catorce años en las vecinas playas de Uruguay ha puesto sobre el tapete, una vez más, la cuestión acerca de cómo cuidar a los chicos de la manera más conducente y eficaz. Por empezar, tratándose de jóvenes que emprenden el tránsito a la adultez, poco ganamos si pretendemo­s encerrar a nuestros hijos en cajas de cristal alejados de toda amenaza. Huelga recordar que vivimos en un mundo harto peligroso, entonces: nada más dañino para una persona en crecimient­o que el aislamient­o o la falta de contacto con el entorno. La toma de informació­n es fundamenta­l, aunque no suficiente.

Los papás debemos estar atentos, saber por qué carriles transita la vida cotidiana de nuestros hijos, pero pretender un control absoluto sobre los chicos no hace más que producir seres inseguros, incapaces de enfrentar los conflictos que la vida acarrea a cada rato. Entonces: lo

Se trata de la construcci­ón del juicio íntimo, la amalgama entre la aventura y los límites.

que para un padre o madre está en juego consiste en qué decir o hacer para que un púber se cuide de la mejor manera posible.

Desde mi punto de vista, se trata de la construcci­ón -por parte del adolescent­ede lo que se llama el juicio íntimo. Es decir, la amalgama entre las ganas de conocer y explorar la aventura de manejarse con cierta autonomía y los límites que tal empeño conlleva.

Porque está muy bien hablar con los chicos, brindar un clima de confianza y cercanía en el hogar, pero en cuanto a sentar las bases para que un chico elabore criterios propios de autopreser­vación, lo que vale, más que cualquier consejo, orden o límite explícitos –desde ya imprescind­ibles-, es lo que un papá o una mamá transmite con su propia manera de ser y estar en el mundo. Podría decirse: predicar con el ejemplo. No es exactament­e eso. No se trata de: “mirá cómo hago yo”, posición que en algunos casos produce el efecto contrario al que se quiere llegar. Sino más bien de los límites que el propio adulto se impone a sí mismo y sobre todo la actitud que adopta ante los propios fracasos. Quien se puede equivocar, quien asume los errores como parte constituti­va de la vida, propicia las condicione­s para que otros desarrolle­n la virtud esencial cuando de saber cuidarse se trata: la prudencia.

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