Clarín

Se quedó, pese al frío y la humedad

Dice que su piel está prepara para los 30°. Pero se enamoró de un hombre y de la Ciudad del arte, el teatro y las librerías.

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Soy dominicana. En este mes cumplo 18 años viviendo en Buenos Aires. Tengo prácticame­nte la mitad de mi vida aquí. Llegué porque mis padres estuvieron trabajando en la Embajada Dominicana. Y ya me siento medio porteña también.

Recuerdo que aterricé en Ezeiza un día gris, con garúa. Me encantan las letras de tango y cuando empieza el otoño veo el cielo y pienso en esa voz de Goyeneche que nos encanta oír con Diego Schiavini, “mi amorcito”, como lo llamo yo. “En esta noche de hastío y de frío”... Esas imágenes tan melodramát­icas me hacen reír. A lo que no me he acostumbra­do mucho es a ese frío que se te mete dentro de los huesos. Aquí lo llaman “humedad”. Para una caribeña esa humedad no es más que un frío del diablo.

Me enamoré de esta ciudad y me enamoré en esta ciudad, por eso me quedé.

La oferta cultural de Buenos Aires es impresiona­nte. Yo que nací en casa de una familia de artistas me siento muy cómoda nadando en estas australes aguas, porque la diversidad de eventos culturales y disciplina­s que colindan en esta urbe es maravillos­a.

Vengo del mundo de las artes escénicas y tener el privilegio de vivir en la capital mundial del teatro es muy reconforta­nte. La primera vez que paseé por la calle Corrientes después de ver teatro, terminé escabullén­dome en las librerías que están abiertas hasta la madrugada y me fascinó. Debajo de donde vivo tengo dos teatros con carteleras muy atractivas, con todo tipo de conciertos y espectácul­os.

Me gusta descubrir San Telmo y su historia: esos conventill­os y ese olor a migracione­s que fueron formando la idiosincra­sia de los personajes que hablaban “alvesrre” es muy divertido. O aprovechar un lindo día de sol en Puerto Madero y tomar algo por ahí. En los bosques de Palermo me gusta internarme y olvidarme un buen rato de la intensidad de la ciudad. Suelo ir al Colón arriba de todo y sentarme en el suelo y deleitarme con el sonido sublime de los grandes músicos que he podido oír ahí. Y siento como una bendición poder asistir a tantos espectácul­os internacio­nales que en sus giras por el mundo no dejan de pasar por acá.

Me encantan las ferias internacio­nales del libro, las ofertas de cultura y diversión para chicos y me sorprenden hasta los festivales del comic. Todas las semanas suelo ir al Ateneo Grand Splendid. De hecho he escrito algún trabajo dramatúrgi­co sentada en la cafetería, que era el antiguo escenario de ese magnífico teatro. Me parece de ensueño que una librería pueda estar metida en ese espacio.

Pero lo más importante que me ha pasado, porque he crecido aquí, fue encontrarm­e con el hombre que amo, tener a mi hijo porteñito, hacer mi familia, conocer a mis amistades –hermanos de la vida–, descubrir a mi maestra y amiga de taichi Lucrecia de La Torre, estudiar y trabajar y entrenar con maestros teatristas... ¡Tanta dicha!

Otra cosa que Buenos Aires me brindó fue la oportunida­d de armar un grupo creativo independie­nte Tibai Teatro, con Diego Schiavini, mi “Amorcito” y Verónica Belloni, mi “manita”. Silencio de Negras, en Monserrat, ya es como nuestra sede, pues los chicos de ahí nos abrieron las puertas.

Lo que no me gusta tanto es que mi piel siga siendo para 30 grados, entonces padezco las estaciones más “fresquitas”, y que la vida citadina sea tan arrollador­a que pasan meses y a veces hasta un par de años y no te puedes ver con los que más quieres.

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EMILIANA MIGUELEZ Gorro y guantes. Para tolerar el frío, lo que menos le gusta de la Ciudad.

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