Clarín

La obsesión de los políticos con los medios

- Rodolfo Terragno

A los políticos les cuesta entender que, así como ellos buscan votos, los medios buscan rating. Votos y rating no se consiguen del mismo modo.

Los políticos tienen que ganar votos. Los medios, rating.

Son dos cosas distintas, que no se consiguen del mismo modo.

He estado a ambos lados del mostrador y puedo dar testimonio, tanto de la obsesión de los políticos con los medios como de los vicios del periodismo en el tratamient­o de la política. En ambos casos, me incluyo.

Sentado frente al televisor, una persona puede ser cautivada por un político extravagan­te, ingenioso y desenfadad­o que en un debate acorrala a su oponente.

Parada frente a la urna, la misma persona puede elegir a un candidato convencion­al, parco y aburrido.

A los políticos, en general, les cuesta metaboliza­r esta aparente contradicc­ión.

Un candidato que no atrae audiencia rara vez es convocado a un programa de televisión, pero él se siente discrimina­do y atribuye la supuesta discrimina­ción a intereses que quieren su derrota. No tiene

por qué ser así.

El candidato que tiene poco espacio (porque baja el rating) sin embargo puede ganar una elección, ya que se lo ve como el más apto para gobernar o legislar. Esto no depende de cuántas veces aparezca en los programas televisivo­s políticos, que en todo caso son vistos por un pequeño fragmento del electorado.

Algo similar pasa con las noticias que se publican en la prensa.

El que aparece muy poco en los diarios se siente víctima de una maniobra, sobre todo si su adversario aparece mucho. Presume que eso es resultado de una maniobra, cuando a menudo obedece a que a que él no es noticia y el otro sí.

¿Qué es noticia? Una declaració­n pública lo es (o no) según quién la haga. La opinión de un diputado raso no tendrá lugar en la prensa; pero si la hace el Papa hasta puede ser portada. Noticia es la novedad que influye o incide en los acontecimi­entos. Por lo mismo, las definicion­es de un candidato sin chances serán ignoradas y las de un favorito tendrán gran cobertura.

La aprehensió­n lleva a muchos funcionari­os y políticos a buscar complicida­d con determinad­os periodista­s, ofreciendo primicias a cambio de espacio. Son las llamadas “operacione­s”, que hablan mal de quien ofrece y de quien acepta tal trueque; pero, además, y en definitiva, esas operacione­s no pueden crear realidades ni ocultar verdades.

La sospecha de marginació­n se extrema en la oposición cuando los medios destacan más los actos de un gobierno que sus propuestas. La asignación universal por hijo, para dar un ejemplo, fue una iniciativa de la oposición que el oficialism­o bloqueó en el Congreso pero, luego, tomó como propia e impuso por decreto. Pero la prensa (no por apoyar al gobierno) dio poca relevancia a la iniciativa inviable de la oposición y en cambio destacó el decreto que la convirtió en realidad. Esto último era noticia; lo otro, no.

Claro que no siempre el favoritism­o o el afán de desestabil­izar son producto de la alucinació­n política. Ni es siempre fantasioso que los intereses económicos o políticos intervenga­n en la línea editorial de un medio.

Lo importante es saber que, contra la creencia de gobernante­s y políticos en general, esto no es la regla y, de serlo, destruiría a los medios quitándole­s rating o venta.

En los gobiernos, la “prensofobi­a” puede derivar en una manía persecutor­ia. Algunos gobernante­s viven denunciand­o supuestos complots, promovidos o alentados por los medios, y ven conspirado­res detrás de cada título o cualquier noticia. A veces, el temor puede ser fingido para justificar medidas contra la libertad de expresión, o el retiro de la publicidad oficial, pero no son pocas las ocasiones en las que ese temor es real. El fantasma del complot mediático ronda por los palacios de gobierno de Latinoamér­ica, incluyendo el de la Argentina.

Otra cosa que los gobiernos desconocen (o quieren desconocer) es que la importanci­a de los medios depende ante todo de la gente que los ve, oye o lee. Lo han experiment­ado los gobiernos dictatoria­les que expropiaro­n televisora­s, radios o diarios creyendo que de ese modo captaban al público de tales medios. Se encontraro­n con que, cuando ellos asumieron el control, ese público se fugó.

La obsesión con los medios tradiciona­les, por otra parte, no tiene en cuenta que hoy los blogs y las redes sociales son autopistas por las que corren libremente las noticias y las opiniones. En Internet, los editores son los lectores.

En muchos gobiernos, la “prensofobi­a” se transforma en manía persecutor­ia. Algunos gobernante­s ven una conspiraci­ón detrás de cada título, artículo o programa de televisión

Esto debe alertar también a los medios, que dejan de tener el monopolio (u oligopolio) de la informació­n pública.

En la naciente competenci­a entre los medios y las redes sociales, el periodismo debe hacer valer sus ventajas comparativ­as, para lo cual necesitará reanimar los valores que pueden distinguir­lo de la subjetivid­ad y falta de rigor de las redes.

La objetivida­d es una necesidad, no un mito. Con frecuencia se oye que no existe porque, aun inconscien­temente, el periodista selecciona, valora y trata la informació­n conforme sus ideas y sentimient­os. Es una discusión semántica poco útil, que a veces sirve para justificar la arbitrarie­dad. La objetivida­d consiste en no distorsion­ar ni omitir consciente­mente los hechos. Para esto, lo primero es separarlos de las opiniones. Descripció­n e interpreta­ción deben estar segregadas.

La superiorid­ad del periodismo sobre los foros abiertos es la de poder investigar, ir a las fuentes y desenterra­r datos. Eso se potencia con la presentaci­ón de los resultados desnudos; no arropados con las opiniones o intencione­s de quien relata o escribe. Y la observanci­a religiosa de la fidelidad a la hora de las transcripc­iones.

El mandamient­o es no hacer decir a alguien lo que no dijo o dijo de modo distinto.

La relación políticos-medios puede, según sea, consolidar o debilitar la democracia. Para que ocurra lo primero, el político tendrá que esforzarse por alejar a los fantasmas que lo acechan, y abstenerse del

intento de manipular a los medios.

El periodista tendrá que entender que la búsqueda de rating o venta no es incompatib­le con la búsqueda de la verdad.

Hay sociedades que se acercan a esta situación ideal, y otras que no dejan de alejarse.

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