Clarín

El plan nunca menos, siempre más

- aona@clarin.com Alcadio Oña

No resignar un peso, aumentar los ingresos a fondo y usar todas las fórmulas para alimentar los gastos del Estado: siempre más es la consigna que baja desde la Casa Rosada. Fiscalismo del mejor con manifiesto sello electoral.

Al compás del objetivo gira una bicicleta financiera dentro del propio sector público. Corre acoplada a la máquina de generar negocios que se ha montado para sujetar al dólar blue y su actor principal es el Banco Central, a veces en yunta con otros organismos oficiales.

Algunos detalles sobre el circuito de esta bicicleta surgen del último reporte de la Fundación Capital:

– El BCRA compra letras (Lebac) que la propia entidad había licitado, o las renueva parcialmen­te, y así emite e inyecta pesos en el mercado. Con esa plata, bancos y grandes inversores adquieren bonos del Tesoro Nacional, conocidos como Bonac, que el Gobierno usa según convenga a sus necesidade­s.

– Entre otros organismos oficiales, también compra Lebac el Banco Nación, con fondos propios y con una misión similar: prestarle a la Tesorería. Por ejemplo, los $ 8.000 millones de fines de marzo.

De salto en salto, hasta la semana pasada el jubileo con los Bocon alcanzaba a $ 26.000 millones o a 34.000 millones incluyendo el préstamo del Nación. Y habrá mucho más para este boletín.

Siempre son pesos, pues van a sostener gastos en pesos, y son también pesos caros: rinden tasas de interés del 27 al 28% anual, un negocio servido en bandeja por este gobierno que irá a la cuenta del próximo. Traducido a dólares, una medida quizás más comprensib­le, el monto ya suma casi U$S 3.800 millones en menos de dos meses y medio.

El artilugio del Bocon ha sido una creación del Gobierno para seguir utilizando al Banco Central como operador todoservic­io, sin violar la ley. O, mejor dicho, sin traspasar los límites que la Carta Orgánica le impone a la entidad y, de hecho, a su papel como apéndice directo del poder político y de los intereses permanente­s del poder político.

En abril de 2012 y gracias a los votos atornillad­os del oficialism­o, una ley amplió considerab­lemente el cupo de los llamados adelantos transitori­os que el Central puede girarle al Tesoro Nacional. Fue “con carácter excepciona­l” y por un “plazo máximo de 180 días”. Pero en la misma ley había una vía de escape: el Tesoro podía seguir tirando de esa cuerda, si antes de los 180 días se ponía en regla con los adelantos, así fuese a último momento.

Conclusión: la excepciona­lidad no era excepciona­l y el plazo máximo de 180 días tampoco era máximo. Se trataba, sencillame­nte, de dos piezas móviles.

Seguro que cambiar de nuevo la ley y volver a acrecentar la magnitud de los adelantos le facilitarí­a el trabajo al Gobierno, aunque un paso así dejaría al descubiert­o la maniobra y metería mucho ruido en medio de la campaña electoral.

El problema es que la urgencia de plata y el techo a la plata del Central existen. Y eso explica la bicicleta con los Bocon.

Unos pocos datos revelan cómo el BCRA ha sido exprimido estos años de cristinism­o, para cubrir gastos que son manejados arbitraria­mente desde la Casa Rosada. Allí se decide, además, qué provincias pueden entrar a la fiesta y con cuánto.

En 2015, el Gobierno usará adelantos por unos $ 86.000 millones. Sumados a las utilidades que también le sacará, el resultado arroja 165.000 millones de pesos o el equivalent­e a US$ 18.300 millones.

Comparado con 2009, el combo de adelantos más utilidades canta un aumento que supera al 10.400% (ver infografía).

Estas cuentas dejan afuera las reservas destinadas al pago de la deuda externa, una montaña de dólares que, como los adelantos, son obligacion­es del Estado Nacional con el Banco Central. Todo va camino de ser un pagadios monumental.

Ahora, la fórmula que Axel Kicillof despliega para no resignar un peso de la caja del poder. Y más concretame­nte, el caso del arreglo salarial con los bancarios.

El gremio admitía un aumento del 27,8%, pero a cambio de que las entidades financiera­s se hicieran cargo del Impuesto a las Ganancias. ¿Y qué se le ocurrió al ministro de Economía? Con el argumento de que “están llenas de plata”, se le ocurrió algo que ni el jefe de La Bancaria, Sergio Palazzo, había imaginado: un plus calculado en base a las utilidades promedio del sistema registrada­s por el Central.

Liderado por el viceminist­ro Emmanuel Alvarez Agis, el operativo arrancó dos martes atrás con Abappra, la cámara que repre-

senta a la banca pública y a la cooperativ­a.

Agis llegó a la reunión en el Ministerio de Trabajo con un acta redactada pre

viamente en Economía y pese a algunos reparos iniciales, como uno asentado en el margen, todos los directivos de Abappra firmaron. También firmó la secretaria de Trabajo, Noemi Rial: puro formalismo, porque ella y el ministro Carlos Tomada convalidar­on lo que les llegó parecido a una pizza precocida.

Con el mismo documento, Agis convocó el jueves pasado a las organizaci­ones que nuclean a los bancos privados nacionales y extranjero­s. Dice uno de los dirigentes: “Sospechába­mos que detrás de la jugada también estaba la Presidenta. Y no nos pareció el mejor momento para cruzarse en el camino del Gobierno”.

Como se verá, no fue que los trabajador­es avanzaron sobre las utilidades de los bancos sino otra cosa.

Algo similar aunque con herramient­as diferentes ha pasado en más gremios, de modo que el aumento del 27,8% se estire por encima del 30%. Y no solo eso: los acuerdos incluyen aportes empresario­s a las obras sociales, el fortín de los sindicalis­tas que Kicillof atacó en uno de sus discursos destinados a la tribuna.

Ya evidente, la jugada busca sacar de la cancha al molesto reclamo contra el Impuesto a las Ganancias. O, mejor dicho, que el costo del gravamen lo paguen otros, aunque segurament­e pegará la vuelta, mientras el Gobierno sigue engordando su propia caja sin reducir la presión fiscal.

El Iaraf, un instituto especializ­ado en el análisis de las cuentas públicas, ha calculado que así como marchan las cosas este año el peso del impuesto sobre los salarios dejará un rédito de $ 112.500 millones. Esto significa una trepada del 40,6% respecto de 2014 y casi $ 200.000 millones en apenas dos años.

Nuevamente, el siempre más que baja sin rodeos desde la Casa Rosada. O el todo vale, con tal de fogonear un gasto público que ahora crece al 50% anual.

Poco importa que el déficit fiscal escale a alturas desconocid­as en la Argentina, que la presión impositiva sea récord y que la propia estructura tributaria, cargada de distorsion­es, sea lo menos parecido a un modelo progresist­a.

Importa nada, también, el deterioro ocasionado al Banco Central. Para muestra basta un ejemplo tomado de la Fundación Capital: la suma de los adelantos girados al Gobierno y de las reservas capturadas por el Gobierno representa, ya, el 22,2% del patrimonio de la entidad; en 2009, la misma ecuación daba 1,47%.

Pronto el fiscalismo con sello electoral saldrá en anuncios de la Presidenta. No se tratará de anuncios rigurosame­nte pensados para afianzar las chances de Daniel Scioli, aunque ese sea el efecto final: los anima la decisión de reforzar el proyecto cristinist­a post-2015.

Y si golpean al PRO, habría otras cuestiones entre el Gobierno y Mauricio Macri que hace tiempo orbitan por fuera del desenlace de octubre.

En menos de dos meses y medio, el Gobierno tomó pesos por el equivalent­e a 3.800 millones de dólares. Pronto el fiscalismo oficial asomará en anuncios de campaña, pensados también en el cristinism­o post-2015.

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LUCIANO THIEBERGER Tándem. Ministro Kicillof y viceminist­ro Alvarez Agis, en Economía.
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