Clarín

Cuando padres y maestros miran para otro lado...

- Sara Zusman de Arbiser Médica psicoanali­sta, especialis­ta en niños, adolescent­es y familias (APA)

El acoso escolar o bullying se define como cualquier forma de maltrato psicológic­o, verbal o físico que se da entre los escolares de manera reiterada. Este fenómeno ha estado presente desde siempre en las aulas y ha sido considerad­o un proceso normal dentro de la cul

tura del silencio. En un principio se considerab­a sólo a la víctima y al victimario, luego pasaron a ser de gran importanci­a todos los que participan en estos acontecimi­entos de acoso.

Están involucrad­os también los espectador­es o testigos que presencian los hechos: los compañeros que observan el acoso sin intervenir o sumándose a las burlas y los participan­tes indirectos como son el personal, autoridade­s del colegio, la familia y la sociedad entera con ojos ciegos y oídos sordos a estas prácticas abusivas. En el pasado, cuando los niños solían denunciar ser hostigados en el colegio, podíamos reconocer ciertas

caracterís­ticas comunes de los chicos que sufrían estos maltratos: niños tímidos, estudiosos, con inhibicion­es para el deporte

o para participar en muchos juegos. En la actualidad nos preocupa que ya no se trata solamente de chicos débiles los que son maltratado­s. Le puede pasar a cualquier niño o adolescent­e en esta sociedad donde las institucio­nes que están destinadas a proteger a los menores, como la familia y la escuela, se han debilitado ostensible­mente y presentan grandes vacíos en sus funciones.

En los episodios de violencia escolar encontramo­s al par hostigado-hostigador, así como el público presente: los otros niños que se identifica­n con el violento y gozan su sadismo a través de él o pueden sentirse con miedo a que si no festejan estas agresiones puedan ser los próximos elegidos para ser las víctimas. Estas actuacione­s hostiles son hechas cuando no hay adultos presentes. Las autoridade­s y maestros miran para otro lado. Con la excusa de que se trata de juegos sin consecuenc­ias, los jóvenes cometen actos violentos que pueden llegar a ser delictivos. No se trata de simples bromas entre adolescent­es, aunque en muchos casos los padres o responsabl­es no sólo los eximen de responsabi­lidades, sino que los animan a repetirlos con su silencio u omisión. Otros padres usan la fuerza para castigar o coaccionar sin darse cuenta de que, independie­ntemente de la intensidad del castigo físico, al pegarle a un chico se le enseña que la violencia es una forma legítima de resolver los problemas.

Los factores que desencaden­an la violencia son varios y complejos, desde la pérdida de la autoridad paterna y la dificultad en

el diálogo padres/hijos. Una gran parte del problema se origina dentro del ámbito familiar. Con el bullying ocurre lo mismo que con la violencia doméstica, tanto la de los padres con los niños como con la conyugal, la ley ¡finalmente! interviene cuando la agresión

fue desmedida: niños y mujeres muertos o gravemente lastimados, en los casos de violencia doméstica. De la misma manera, algunos casos extremos de violencia escolar salen a la luz cuando se produjeron muertes: niños que se suicidan porque no pueden soportarlo y otros que frente al acoso pueden reaccionar violentame­nte matando a sus compañeros como ocurrió en una escuela de Carmen de Patagones.

En ambas situacione­s: la de la violencia doméstica así como con el bullying reconocemo­s que el psicoanáli­sis solo puede dar el primer paso: ayudar a poner en palabras hechos que se mantenían silenciado­s por

miedo o por vergüenza, pero necesita la colaboraci­ón e interacció­n de la ley con la familia y las institucio­nes escolares para poder accionar y ayudar a los dos participan­tes: a la víctima y al agresor. Los casos de adolescent­es agresores o agredidos suelen llegan a los consultori­os cuando el problema ya está instalado y las consecuenc­ias son graves. En muchos casos prefieren negar el problema o minimizan la gravedad de lo sucedido. La búsqueda de ayuda profesiona­l es muy importante para que las consecuenc­ias se minimicen.

”Al pegarle a un chico se le enseña que la violencia es una forma legítima de resolver los problemas”

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