Sigan comiendo, yo estoy tuiteando
Lamentablemente estoy entre los dependientes del celular. No solo por una cuestión laboral, soy periodista, sino también por una cuestión de hábitos: uso 32 redes sociales. Uno se acostumbra a las cosas y si pasaron diez minutos sin que el teléfono suene o llegue alguna notificación prendo la pantalla para ver qué pasa. Siempre tengo el teléfono al lado. Cuando salgo a comer no lo guardo en el bolsillo, queda en la mesa, al lado de los cubiertos. Para alguien que no te conoce puede parecer un síntoma de que no le estás prestando atención o te estás aburriendo o cualquier otra cosa, pero tampoco es así. A veces mientras estoy hablando tuiteo o anoto algo que me acordé, la persona que está conmigo para de hablar como esperando a que termine y le digo: ‘No, seguí hablando porque si esperás hasta que termine seguimos de largo hasta el postre’. Creo que pasa más con la gente de esta generación, pero si vas más abajo están todo el tiempo usándolo, hasta en los boliches, vas a una matiné y ves que se piden los teléfonos e interactúan a través de mensajes en lugar de conversar. Todos su- frimos el síndrome de la pantalla: te despertás, prendés la tele, te vas al celular hasta que llegás a la pantalla del trabajo, alternás con el celular hasta que volvés a tu casa y otra vez prendés la tele. Salgo a la calle con mis dispositivos y montones de cargadores y baterías y he visto gente entrar a restaurantes preguntando si tienen lugar para enchufar los teléfonos y si no se van. Más allá de que yo no iría a ninguno de estos lugares me parece piola la propuesta porque tiene que ver con retomar el camino de la comunicación, estar conectado no significa estar más comunicado. Bueno, tal vez iría a algún lugar así en una cita pero si salgo con un amigo, ni loco.