Y un día los teléfonos terminaron en la panera
Primero fue la urgente necesidad de despejar una duda. Y ahí nos pelábamos para ver quien tenía el teléfono más rápido y más inteligente. Después fue el video del día. El afortunado que lo había visto primero lo viralizaba en el grupo de Wathsapp y ahí empezaba otra vez la carrera para ver quien tenía mejor conexión, quien lo veía primero. Todo mientras llegaban los chori- zos, pedíamos carne, le entrábamos a las papas fritas. El ritual de juntarnos a comer entre amigos todos los jueves lleva algo así como 20 años. Nació mucho antes de que el celular se convirtiera en una extensión del brazo. Siempre somos los mismos y me animo a decir que siempre hablamos de los mismo temas. Y de eso se trata, de seguir hablando. Porque por todo lo descripto en el inicio de esta columna, hace algunos jueves nos sorprendimos en plena cena cuando todos estábamos usando por distintos motivos el celular a la vez. Y (algunos) dijimos basta. (Casi) todos los celulares fueron a parar la panera y bajo ningún concepto se permitió tocarlos. Y todo tiene su sentido. Nos encontramos, nos sentamos, llega el pan y lo comemos. Tiempo suficiente para chequear los mails, hacer el último llamado y hasta despejar una duda en Google o ver el video del día. La prueba fue superada por la mayoría y si bien no hubo descuento (tome nota señor carnicero de Barracas y dueño de parrilla en Palermo) creo que la comida nos cayó mejor. Así que amigos de la cena de los jueves sepan: de ahora en más no se puede faltar por tener sueño y los celulares terminan en la panera.