Clarín

Con los mareros en una cárcel de Honduras

Tienen organizaci­ón guerriller­a. Toman su nombre de la hormiga marabunta. Se tatúan hasta los prontuario­s.

- Gustavo Sierra gsierra@clarin.com

Cuando solicité ver a los líderes de las maras en la cárcel de Tamara, en las afueras de Tegucigalp­a, el funcionari­o del Ministerio del Interior hondureño me preguntó si estaba dispuesto a perder la vida. Entendí el comentario cuando finalmente me encontré frente a tres integrante­s de la Mara Salvatruch­a que representa­ban a los más de 300 pandillero­s encarcelad­os allí. Tres tipos tatuados de la frente a la cintura, sin camisetas, con ojos de

acero. Tenían sin duda más poder que sus carceleros, que desapareci­eron apenas entraron a la sala de visitas. Me miraron con desprecio y me dijeron que ya no hablaban con periodista­s. Se fueron antes de que pudiera replicarle­s algo. Me dieron tanto miedo que cuando llegó otro grupo de mareros, éstos “arrepentid­os” que habían abandonado las bandas, me parecieron dulces niños de un internado. Después, con lo que me mostraron, volví a sentir la boca seca y ese temblor en el estómago. Varios tenían tatuados sus

prontuario­s en la espalda. Pequeñas tumbas con la palabra “RIP” y el sobrenombr­e de los que habían matado: “Panuda”; “Mocos”; “Chepa”. “Ese es por un policía que me palmé”, relató uno, como si contara lo que comió en el almuerzo. Los mareros son chicos que alcanzaron

un nivel de primitivis­mo inconce

bible para el siglo XXI. En los años 50, en California, los jóvenes disconform­es de esa época se agrupaban en pequeñas bandas que disputaban el dominio en el barrio. A lo sumo terminaba uno herido por algún navajazo. La más famosa de las pandillas de entonces, y que luego se convirtió en una banda criminal muy poderosa, era

la de los Crips and Bloods. Cuando los anglos comenzaron a atacar a los mexicanos, éstos se organizaro­n para defenderse y copiaron el mismo esquema de las pandillas. El centro de sus actividade­s estuvo en el South-Central de Los Angeles. En los setenta, los hispanos se juntaban entre las calles 10 y 20 y cada esquina tenía una banda que rivalizaba con la de la siguiente. La gran explosión de estas pandillas se produjo con la llegada de los refugiados de las guerras civiles centroamer­icanas en los años 80. Fueron los que le incorporar­on el esquema organizati­vo de células o clikas.

En 1992, la Policía california­na se enteró de la existencia de la Mara Salvatruch­a (“salva” por salvadoreñ­os y “trucha”, que en su jerga significa “piolas”, listos) porque sus miembros fueron los principale­s líderes del levantamie­nto popular (riots) que dejó en llamas buena parte del centro de Los Angeles. Los otros hispanos que llegaban en esos años se agruparon en la M– 18, una antigua agrupación de mexicanos que ahora contaba con hondureños, guatemalte­cos y nicaragüen­ses. El FBI comenzó a perseguirl­os y a encarcelar­los. Y en las cárceles california­nas las maras se entremezcl­aron y se hicieron po

derosas. Controlaba­n buena parte del negocio de la droga y de la inmi-

gración ilegal. En 1996, el Congreso estadounid­ense aprobó una ley por la que cualquier extranjero que purgara más de un año de cárcel debía ser deportado a su país de origen.

Entre 2000 y 2004 fueron expulsados casi 20.000 jóvenes con prontuario­s criminales a sus países en Centroamér­ica.

Los mareros encontraro­n el perfecto campo de cultivo: desocupaci­ón de más de la mitad de la población activa, pobreza extrema, desnutrici­ón y analfabeti­smo por encima del 30%. Los gobiernos corruptos y una oligarquía miope hicieron el resto. Las maras comenza

ron a reproducir­se como hormigas

carnívoras. Precisamen­te de ahí habían tomado su nombre, de la Marabunta, esa plaga de hormigas que ataca a una “república bananera” en el filme de 1954 dirigido por Byron Haskin y protagoniz­ado por Charlton Heston. En Honduras, con una población de unos 7 millones, se estima que hay unos 60.000 mareros. En El Salvador, con 6,5 millones de habitantes, se cree que hasta el 10% de la población estaría vinculado

de alguna manera a las maras. En Guatemala, hay unos 16.000. En México hablan de otros 50.000. En Estados Unidos, 100.000, con presencia en 35 estados.

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pecho lleva tatuado el “18” que lo identifica como miembro de la Mara 18.
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Grupos de mareros hondureños se saludan.
ARCHIVO CLARIN Comunidad. Grupos de mareros hondureños se saludan.

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