Grecia, entre el salto al vacío y el aterrizaje forzoso
Con el referéndum de mañana, el primer ministro Alexis Tsipras plebiscitará su permanencia en el cargo. Pero todavía no hay opciones para el actual callejón sin salida.
Los absolutistas del contrato son los verdaderos padres de las revoluciones”, escribía en 1923 John Maynard Keynes con la impotencia e irritación de las apelaciones no escuchadas. La frase nació con el trasfondo del ahogo que el Tratado de Versalles impuso a la derrotada Alemania y que acabaría disparando la segunda gran matanza del siglo pasado. Años después, el primer ministro malayo contemporáneo de la crisis de los Tigres, Mahathir Mohamad, también a tono con lo que pudo ser evitado y no se lo hizo, describió de este modo la extraordinaria bancarrota que sufrió su región en 1997-98: “Los asiáticos no sólo se empobrecieron sino que fueron culpados por hacerse ellos mismos más pobres”.
El derrumbe de los Tigres apaleó a las economías de mayor crecimiento de esa época cuando, casualmente, nacía la Europa del euro y una nueva ilusión. En las huellas del desastre de Asia se hallan parte de las razones del default ruso de 1998 y el de Argentina de 2001. Pero aún con todos sus efectos destructivos, fue apenas una brisa al lado del plano inclinado que exhibe hoy Grecia. La quiebra del Kremlin abarcó US$ 79 mil millones de deuda pública; la nuestra rondó los 100 mil millones. Pero la de Grecia supera al menos los 350 mil millones de dólares.
El gobierno de centro-izquierda de Atenas, administra una emergencia perpetua. Y lo hace en medio de la furia creciente de trabajadores y las clases medias sobre los que cae el mayor peso de este desastre. Una de las acrobacias del premier Alex Tsipras para mantenerse en control es el referéndum de mañana para que la gente decida, con un premeditado y engorroso planteo, si abraza o no el ajuste. Una maniobra que esconde un plebiscito que revalide al funcionario o al menos sus medidas. Si gana el No, seguirá con su propia receta de austeridad oculta en los pliegues de un discurso por momentos oportunista y otras obligado por la impotencia. Si triunfa el Si y, como han prometido sus máximos líderes, cae esta administración que incluye una formación de derecha nacionalista, el referéndum será el legado de Syriza que enarbolará el siguiente gobierno para seguir por el mismo rumbo. El problema será desmontar los cepos, en particular el corralito bancario y los controles de capital en un país que importa todo lo que consume. Hace ya mucho tiempo que Grecia y sus acreedores están perdidos en un callejón. No hay nada nuevo en lo que sucede ahora, salvo la constatación de que Atenas no tiene vía de escape pese a que ese absolutismo que denunciaba Keynes ha preferido amputarse la mirada aumentando el rango de las calamidades. Hasta el FMI acaba de reconocer que la deuda es insostenible y se requiere una quita de 30% y 20 años de gracia para apenas aliviar y no resolver este laberinto.
La aventura helena prueba que es cierto que los pobres son culpados de su propia miseria. Grecia suele ser presentada como un país de aventureros que desde hace casi dos siglos, más precisamente desde la revolución independentista de 1821, ha vivido de lo ajeno, pidiendo prestado. Y a cambio, ignorando normas impositivas y las seriedades de desarrollo que modelaron el crecimiento de sus vecinos más importantes. Esa caracterización es una exageración que roza la xenofobia. Pero hay partes del relato que son ciertas. Las picardías griegas existieron, y funcionaron pero en ellas estuvieron complicados sus actuales verdugos.
La etapa actual de endeudamiento griego comienza en 2004 con las olimpíadas de ese año que duplicaron la cuenta de las anteriores en Sidney, 11 mil millones de euros. Esas erogaciones el Estado las financió con un endeudamiento y emisión que comenzaron a dispararse. En 2002 el país ya tenía un déficit fiscal cercano al 5%. Pero, al mis- mo tiempo, era un gran negocio. Con el auxilio del banco de inversión Goldman Sachs, la deuda soberana griega en dólares y yenes era canjeada por la deuda en euros, que luego volvía a ser canjeada por la divisa original, lo que maquilaba como paisajes lo que eran abismos.
Gobierno tras gobierno, esa deuda era inflada en un espectacular pedaleo. Entre tanto el déficit llegaba a picos del 15% en 2009, o el 13%, hace apenas dos años. Con esa máquina se financiaba una es
tructura populista y clientelar que llegó a incluir a los peluqueros como profesión de riesgo para facilitar las jubilaciones. El gasto del Estado por habitante creció 60% entre 1996 y 2007 con erogaciones extraordinarias en sanidad y educación apenas comprobables. La inversión inexplicable en defensa tuvo tal tamaño que impresionó a The Wall Street Journal. “Grecia, con una población de solo 11 millones de personas es el mayor importador de armas convencionales de Europa”, escribió en 2010 cuando el déficit fiscal ya superaba el 11 %.
Las comparaciones de moda entre el colapso argentino de 2001 y el actual momento de vértigo griego, son en realidad una parte de lo que debería observarse. El populismo por derecha o por izquierda de Grecia ha tenido otras coincidencias con modelos que los latinoamericanos podemos comprender con facilidad. Emisión y rojo en las cuentas pública ha sido la fórmula usual de este lado del mundo para asegurar mayorías automáticas y generar negocios oscuros. Si los déficit de Grecia impresionan, Venezuela cabalga sobre un rojo del 15%. Y, al igual que los gobiernos helenos, dilapidó el último medio siglo todas las oportunidades de desarrollo, en particular la bonanza única de la pasada década.
En nuestro país, también se habla griego. Este año cerrará con un descubierto de las cuentas públicas de 6%. Pero sin dudas el punto en que el espejo gana mayor nitidez es en las estadísticas. Al estilo del INDEC, durante la administración del centroderechista Kostas Karamanlis, Grecia maquilló las cifras del gasto para rendir las metas de la Unión Europea. Se puso un 4% de rojo donde debía ir un 13%. A finales de 2009, con la llegada al poder del centroizquierdista PASOK de Yorgos Papandreu se reveló la mentira que desesperó a los mercados y derrumbó la bolsa de Atenas. Allí comenzó la etapa más grave de este desastre que ha insumido ya tres rescates cada uno de más de cien mil millones de euros sin que se afloje la horca en el cuello de ese pueblo donde uno de cada dos es pobre. Los salvatajes solo han servido para reducir la exposición de los privados. Pero la bomba sigue armada. Y no se desactivará con la expulsión de Grecia del euro, un paso que puede incendiar el patio trasero europeo. La única salida es comprender que no hay salida. O como aviso Keynes, solo la decepción y el peligro espera a quienes crean que no hay limites.