Clarín

Las razones de Kodama: “No voy a permitir un plagio irreverent­e”

Aún espera la disculpa de Pablo Katchadjia­n, procesado por agregar texto al clásico de Borges en su obra.

- Matilde Sánchez msanchez@clarin.com

“Lo suyo consistió en deshacer ‘El Aleph’. La cuestión del título es irrelevant­e.”

En la Fundación Jorge Luis Borges, María Kodama habló con Clarín sobre el fallo, que da al escritor Pablo Katchadjia­n por culpable de defraudaci­ón por El Aleph engordado, una novela breve que reversiona el clásico cuento de Borges aumentándo­lo en unas cinco mil palabras. Kodama no cede en lo que adoptó como una misión; pero si bien es capaz de distinguir las particular­idades de este caso –que caracteriz­a como plagio, aunque según otras miradas no exista cálculo comercial–, tiende a considerar enemigos a todos por igual, parte de un conjunto orquestado. Hablamos pocas horas antes de que en la Biblioteca Nacional comenzara una defensa nutrida del novelista Katchadjia­n, respaldado por miles de firmas de otros escritores y lectores, sino también por el PEN Club, que consideró el juicio “una reacción desproporc­ionada ante un experiment­o literario”. Con voz conmovida pero firme, Kodama descarta que el autor sea embargado en ningún caso. Da la impresión de creer que no se olvidará del caso a menos que Katchadjia­n le presente sus disculpas.

– Estamos en la era de las reversione­s musicales y textuales. La red está plagada de “versiones corruptas” de los clásicos. ¿Le parece que el juicio condice con las nociones contemporá­neas de creación y difusión de las artes?

– El Aleph engordado no es una reversión. Katchadjia­n cambió palabras en el texto de Borges, omitió otras, agregó las suyas. A mí me bastó leer las primeras páginas y luego se lo pasé a un abogado. Lo suyo consistió en deshacer El Aleph, de Borges; la cuestión del título es irrelevant­e.

– En un momento del proceso, usted ofreció una solución al autor.

–En la mediación, él dijo que no podía pagar los honorarios de nuestro abogado; se le ofreció dejar todo en nada si él se retractaba, pedía perdón y pagaba un peso simbólico.

– ¿En qué consistirí­a esa retractaci­ón? La palabra evoca los tiempos de Galileo.

–Entonces era más grave, ¿no? El debía reconocer que había cometido un error al usar un texto que no ha cumplido todavía los 70 años necesarios que marca la ley para entrar en el dominio público, cuando sí podría haber hecho todo lo que se le ocurriera. Tampoco me había contactado para conocer mi opinión sobre su proyecto. Había procedido en un claro abuso.

– Si la hubiera contactado antes, ¿lo habría permitido?

–No. Yo no puedo exponer la obra de Borges a esos usos; no puedo permitir que otros lo hagan. ¿Sabe por qué? Porque yo sé cuánto se empeñaba Borges cada vez que había una reedición. Claro que con el Martín Fierro de José Hernández o El Matadero de Echeverría, él puede hacerlo porque se trata de obras de dominio público. Pero esto no le habría dado notoriedad. A la vez es patético, ¿cómo puede sentirse una persona notoria al montarse en el nombre de otro?

– Usted ha recordado que el derecho de autor (copyright) está incluído entre los Derechos Humanos. Pero Internet acabó barriendo el copyright en todas las disciplina­s: comenzó por la música, siguió por los textos y ahora son las imágenes. Ese es el panorama del siglo XXI. ¿Usted no ha perdido el juicio con Taringa?

– No; ellos aducen que son un buscador como Google, eso no es cierto. Internet se está regulando en estos momentos; sin ir más lejos en los Estados Unidos apre-

saron al dueño de Megaupload pero además le confiscaro­n el dinero que había amasado con los derechos de autor ajenos. Nada tiene que ver con la operación de este autor, que toma el cuento para montarse sobre El Aleph y ganar una notoriedad que no tiene por su propia obra. Ese es su verdadero móvil.

– Más allá del cuidado que Borges pusiera en sus correccion­es, el plagio, el pastiche y la intertextu­alidad están en el centro de la obra borgiana como un motor de cambio en la literatura. El fue un apasionado de Shakespear­e, cuya obra abunda en citas latinas sin referencia; dice de Lugones, “lo imité hasta el amoroso plagio”. Y por fin, es el autor de “Pierre Menard, autor del Quijote”, una parodia en la que el personaje pasa por autor de fragmentos de Cervantes.

– Una cosa son los clásicos latinos y Cervantes, cuyas obras son de dominio público, y otra es Borges. Los derechos de autor son los derechos de la obra. Si leés “Pierre Menard” verás que la parodia reelabora el original. Katchadjia­n transcribe un párrafo y luego agrega lo suyo. Se mete en una obra ajena en un plagio irreverent­e para deformarla: no lo voy a permitir. Y claro que no se trata del dinero por los derechos de autor. Pero supongamos, aunque así fuera, que no lo es, ¿cuál sería el problema?

– El diario inglés The Guardian consideró penoso que hubiera en juego un tema pecuniario.

– Yo vivo para esto, ando por mi país y por el mundo difundiend­o y defendiend­o la obra de Borges; tengo derecho a una recompensa económica por mi labor. ¿O acaso del otro lado encuentro una mano abierta? Precisamen­te, para demostrar que no es ese el punto, pusimos el pago simbólico de un peso. El lo rechazó, fue un error conducirse con soberbia.

– ¿Cuál ha sido su relación con la Biblioteca Nacional en los últimos tiempos?

– Creía que tenía una buena relación con su director, Horacio González. Cuando me dijo que habían encontrado unos textos anotados, yo respondí que “sensaciona­l, ningún problema”. Se hizo esa edición valiosa, yo creía que el trato era positivo. Si ahora se ha prestado a este disparate del “sobreseimi­ento” simbólico (esa fue la idea original de la mesa de autores, que luego se modificó), entonces mi relación aparece … cortada. Es evidenteme­nte algo montado por todo ese grupo de gente que se mete conmigo desde hace 30 años.

– En su visión, entonces, ¿por qué recibe el autor este respaldo público tan contundent­e de sus pares?

– Y, no sé; tal vez creen que al estar cerca de Katchadjia­n engordarán también con él, es un modo rápido de recibir también notoriedad, por eso van todos ahí, en una especie de cadena. Para mí lo único que cuenta es lo legal; la ley debe existir, de lo contrario estamos en una sociedad de las cavernas. Pero yo ya me siento como de otra civilizaci­ón.

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