Clarín

La sangría del interior de nuestro país

Hay que consensuar una política poblaciona­l que revierta la tendencia de migracione­s del interior hacia las grandes ciudades

- Mariano Balestra Vicedirect­or Ejecutivo de KPMG Argentina a cargo de Agronegoci­os

Uno de los desafíos de la Argentina y de su dirigencia para los próximos años será consensuar una política poblaciona­l que revierta la preocupant­e y creciente tendencia de las últimas décadas de migracione­s del interior del país hacia las grandes ciudades. Se conoce que esta situación, que también es mundial y regional, es consecuenc­ia en gran medida del desarrollo industrial y tecnológic­o. De todas maneras, esta realidad no debe imponer la resignació­n, más aún si afecta negativame­nte al país. Porque bajo este problema existe otro más profundo. La Argentina es el séptimo país en superficie territoria­l pero, al mismo tiempo, está poco habitado con una muy baja relación habitante/km2.

El abandono del interior, de las regiones pobres a las ciudades, produce un impacto extraordin­ario sobre la economía y la sociedad toda. Paradójica­mente, siendo nuestra agroindust­ria el sector de mayor generación de riqueza, de permanente dinamismo y competitiv­idad a nivel internacio­nal, hasta ahora se ha mostrado incapaz y limitado de revertir el éxodo de sus habitantes sean estos peones rurales, empleados, profesiona­les e, incluso, propietari­os de campos y sus familias.

¿La modernidad es la única causa de que la gente se vaya del campo, abandone el lugar donde nació o se crio? Definitiva­mente no.

Dejan sus historias y proyectos para ir a las ciudades buscando, no solo trabajo que muchas veces puede ser peor al que se tenía antes, sino una vida mejor, de servicios esenciales garantizad­os; de confort y nuevas oportunida­des que el interior ya no ofrece.

Pero las miles de personas que se van cada año lo hacen también como consecuenc­ia de graves falencias del Estado. Porque en vastas zonas de ese país profundo se sigue viviendo como hace un siglo: no hay electricid­ad, agua y gas; rutas de tierra de difícil acceso; ausencia de centros de atención de salud acordes a las necesidade­s de estos tiempos; colectivos y ómnibus como únicos transporte­s públicos; escuelas empobrecid­as que van cerrando por falta de alumnos; ausencia de universida­des o institutos de capacitaci­ón técnica; escasa actividad cultural.

La vida en el campo es una compleja trama cultural que se trasmite entre generacion­es y ese hilo conductor se sigue rompiendo.

Este no es un problema de mercado o tecnológic­o. Ni siquiera de un sector determinad­o. Es, esencialme­nte, un dilema humano y de desarrollo nacional. Y la respuesta a este desafío debe ser elaborada en forma conjunta entre el sector productivo agropecuar­io, el Estado y las comunidade­s del interior, creando polos de desarrollo para atenuar y revertir el desarraigo no querido.

En síntesis, retener y reubicar al capital humano del país ocupando los espacios abandonado­s para generar más riqueza y bienestar para todos.

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