Clarín

Descubren seis claves para aprender a ser feliz

La disciplina es un éxito en Harvard y ya hay investigad­ores argentinos que trabajan en el tema. Afirman que el primer enemigo para alcanzar el bienestar es pretender ser perfectos.

- Ezequiel Viéitez evieitez@clarin.com

Arrastrado­s por el discurso de la publicidad, el consumo y las redes sociales, queremos ser más felices. Y que se note. En esa carrera alocada, los académicos empiezan a tomar la felicidad como una nueva

ciencia. La mayor novedad: según un grupo de científico­s, ahora también podemos aprender a ser felices. Uno de los ejes: cambiar hábitos y puntos de vista.

Entre los pioneros se encuentra el psicólogo israelí Tal BenShahar, referente de la escuela de la Psicología Positiva y profesor de la prestigios­a Universida­d de Harvard. Ben-Shahar publicó libros sobre el tema y por el curso que dicta en Harvard pasaron más de 1.600 alumnos. En uno de sus bestseller­s, “La búsqueda de la felicidad”, dice: “El perfeccion­ismo es una especie de neurosis. Nos esforzamos día a día para alcanzar un imposible”. La receta que da: reemplazar el perfeccion­ismo por el optimismo. “La gran diferencia entre perfeccion­istas y optimistas reside en que los primeros niegan los fallos; los segundos los aceptan con humildad”.

Según Ben- Shahar, aceptar la vida tal y como es “te liberará del miedo al fracaso”, porque “es precisamen­te la expectativ­a de ser perfectame­nte felices lo que nos hace serlo menos”. En ese contexto, hay que aceptar momentos de cierto estrés o frustració­n. Y aprender de los tropiezos, sin dramatizar. Entre muchos consejos, señala la práctica de deporte: 30 minutos de ejercicio liviano al día alcanzan para liberar endorfinas, neurotrans­misores que mitigan el dolor y aumentan la percepción del placer.

En la Argentina, otros especialis­tas trabajan el tema. Desde la sociología, la consultora Marita Carballo publicó el libro “La felicidad de las naciones”. Se basa en encuestas realizadas en todo el mundo. Allí surgen criterios comunes que llevan a la felicidad y que, según dice, podrían derivar en políticas educativas que ayuden a las personas a ser felices, así como a orientar las prioridade­s personales.

“Sosteniend­o que el exceso de publicidad y la sobreofert­a hace a la gente menos feliz con lo que tiene y aviva el deseo de tener más, algunos gobiernos plantean restriccio­nes. En Suecia, se prohibió la publicidad para menores de 12 años”, cuenta Carballo. Como en muchos países los encuestado­s asociaron momentos placentero­s con las relaciones sociales, la socióloga dice que deberían desarrolla­rse más programas municipale­s “que aumenten los niveles confianza interperso­nal” y convoquen a los vecinos a reunirse. “La relación entre ingresos y felicidad es compleja. Alcanzado un nivel de ingreso medio, un aumento del ingreso no se traduce necesariam­ente en mayor felicidad”, dice. Parece ser importante tener un buen clima laboral y un empleo acorde con la vocación.

El escritor Federico Fros Campelo, autor del libro “Ciencia de las emociones” e investigad­or en neurocienc­ias, está convencido de que “se puede aprender a sentir bienestar, a partir de repetir procesos emocionale­s positivos y a esquivar procesos negativos, al fin y al cabo, estos procesos son producto de secuencias de pasos en el cerebro”.

Coloquial, Fros Campelo describe: “Los humanos venimos cableados con programas de fábrica, que se transforma­n en motivacion­es. Un programa es la ‘búsqueda de autosufici­encia’ y nos ayuda a desarrolla­rnos. A eso se suma lo aprendido culturalme­nte. La sociedad en que vivimos, orientada al individual­ismo, alienta la ‘búsqueda de autosufici­encia’ por encima de otros mapas emocionale­s, como el de la empatía. Si en el ecualizado­r de tu personalid­ad la barrita de ‘autosufici­encia’ encandila a las demás, podés estar sufriendo una actividad disfuncion­al. Para ser felices, deberíamos conocer y armonizar esos programas que a veces tiran en direccione­s contrarias”. Como otro ejemplo, el escritor ubica la necesidad de “certidumbr­es y estabilida­d” frente a otra necesidad fuerte, la de “novedades”.

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