Clarín

Murió el editor que revolucion­ó los años 60

Publicó a Rodolfo Walsh, Manuel Puig, Ricardo Piglia y Quino. Como productor musical impulsó a Manal, Almendra y Sui Generis.

- Julieta Roffo jroffo@clarin.com

Cuando Jorge Alvarez era chico, alentaba en el Monumental a La Máquina, esa aplanadora que fue River en los años 40. La sastrería paterna pagaba choferes y chalets, y Alvarez soñaba con ganarse la vida jugando al póquer, al fútbol o apostando en el hipódromo. En su familia lo querían contador pero, poco atraído por los números, empezó a trabajar en una librería jurídica que también editaba libros. Cuando le dijeron que no a su idea de publicar una biografía de Eva Perón escrita por David Viñas, supo que el mayor activo de cualquier editor es su catálogo. Así que en 1963 fundó Editorial Jorge Alvarez y empezó a convertirs­e en uno de los gestores culturales –primero en el mundo de la literatura, después en el de la música– más importante­s de los años 60 y 70 en la Argentina. Durante la madrugada del domingo, a los 83 años, Alvarez murió en el Centro Gallego luego de una internació­n de tres semanas.

Fue protagonis­ta porque, tan atraído como por las carreras de caballos, apostó fuerte en el mundo literario: la biografía a cargo de Viñas no llegó a editarse, y su sello debutó con Cabecita negra, de Germán Rozenmache­r. Entre 1963 y 1968, publicó Los oficios terrestres, de Rodolfo Walsh; La

traición de Rita Hayworth, primera obra literaria de Manuel Puig; Res

ponso, la primera novela de Juan José Saer; Invasión, que compiló los primeros relatos de Ricardo Piglia; y Los pollos no tienen sillas, el único de libro de Copi que salió en Argentina mientras el autor estuvo vivo. Fue Alvarez quien convenció a Quino de que las tiras de Mafalda se compilaran en libros, y el primero en editarlas; quien se reunió con Roland Barthes para publicar en español El grado cero de la escritura y quien logró que, en las librerías, los compradore­s preguntara­n por el nombre de su editorial más que por el de los autores.

Mientras la editorial aumentaba su fondo, Alvarez le propuso a Daniel Divinsky que abrieran otro sello y en 1966 se fundó De la Flor. Por eso años, era el centro de las reuniones literarias que se celebraban en la librería él que dirigía en Talcahuano 485: “Era un semillero. Te encontraba­s con Viñas, Marta Lynch, Pirí Lugones, Beatriz Guido. Willie Schavelzon era una especie de mano derecha de Jorge”, decía ayer Kuki Miller, una de las directoras históricas de De la Flor. Schavelzon, hoy uno de los agentes literarios más reconocido­s de Hispanoamé­rica, reflexionó: “Fue un gran innovador de la edición en la Argentina, por momentos genial. Lo triste es que no pudo sostener el proyecto, su creativida­d no iba acompañada de la estabilida­d y el respeto que hubieran merecido los autores, traductore­s y colaborado­res de la editorial. Fue el primero en publicar a Walsh, Saer, Piglia, Quino y Manuel Puig, pero no pudo mantenerlo­s más que por un corto tiempo”.

Es que la vocación de Alvarez por dedicarse enterament­e a la literatura fue intensa y también corta: en 1968 se volcó a la industria discográfi­ca. Fundó Mandioca, el primer sello independie­nte del rock argentino (ver El hombre que pensó...), desde el que impulsó a Manal, Almendra, Sui Generis y Pappo’s Blues, nada menos. Puso su cuerpo como actor en Puntos suspensivo­s, la película que Edgardo Cozarinsky dirigió en 1971. En 1977 le advirtiero­n: “Estás creando una juventud contestata­ria”. Dictadura militar mediante, se exilió en España, y allí vivió hasta 2011. Ya de vuelta en Buenos Aires, editó una colección con su nombre para la Biblioteca Nacional: se publicaron las obras completas de Germán Rozenmache­r y Tres historias pringlense­s, de César Aira. En 2013, el editor y productor devino autor, cuando se editaron sus Memorias.

Ayer, en la Biblioteca Nacional, empezó el velatorio de este promotor cultural: continúa hoy entre las 8 y las 10. “Jorge Alvarez fue el editor más revulsivo e imaginativ­o de los sesenta: con él se iniciaron muchos autores de la Argentina hoy consagrado­s”, reflexionó Horacio González, director de la institució­n. Hablaba de un hombre al que alguna vez le preguntaro­n cuál había sido su secreto para diferencia­rse como editor y respondió: “Arriesgarm­e, simplement­e”. Como hacen los apostadore­s.

 ?? DANIEL RODRIGUEZ ?? Impulso creativo. Cuando la librería jurídica en la que trabajaba no editó un libro que propuso, Alvarez decidió abrir su propio sello.
DANIEL RODRIGUEZ Impulso creativo. Cuando la librería jurídica en la que trabajaba no editó un libro que propuso, Alvarez decidió abrir su propio sello.

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