Clarín

La hoguera porteña ya empezó a arder

- jblanck@clarin.com Julio Blanck

AMauricio Macri lo asaltó ayer una duda existencia­l: ¿quién es el enemigo a vencer en el balotaje porteño? Mientras deshoja esa margarita en consulta con su comando político, como medida provisoria arrancó para el mismo lado que lo hizo el domingo por la noche: el enemigo es el kirchneris­mo. “Ellos son el pasado”, había dicho en la clásica fiesta de globos y catering en Costa Salguero, a poco de confirmars­e el holgado triunfo inicial de Horacio Rodríguez Larreta y al mismo tiempo la segunda vuelta ante Martín Lousteau.

A Macri, sin embargo, le preocupa el nivel de agresivida­d que empezó a mostrar Lousteau en los días previos al domingo, donde terminó 20 puntos detrás de Larreta. En el PRO suponen que ese fuego desgastant­e se puede incrementa­r en las dos semanas hasta el balotaje.

¿Le contestará­n en un tono similar y se transforma­rá entonces Lousteau en el enemigo de Macri y Larreta?

¿O se mantendrán enfocados, uno en poner de relieve que la contienda de fondo es la presidenci­al contra el kirchneris­mo; el otro en defender la gestión en la Ciudad que tiene más del 60% de aceptación y 45% inicial de votos?

Quizás Macri, y por qué no Larreta, podrían recordar una frase que Daniel Scioli usó alguna vez en privado para justificar su pasividad ante las mil y una maldades que le dedicó durante años el kirchneris­mo: “¿Ustedes saben el coraje que hay que tener para aguantar lo que

yo aguanto sin reaccionar?”. Tan mal no le fue a Scioli con esa firmeza para quedarse en el molde: es el candidato único de Cristina, que quería a cualquiera menos a él en ese puesto.

La candidatur­a de Scioli es la paradoja mayor que hoy tiene la política: una fuerza omnipresen­te durante doce años en el poder termina resignándo­se a alzar como sucesor al aliado que siempre trató de desleal, desviacion­ista y candidato de sus peores enemigos.

La otra paradoja mayúscula, aunque de vuelo más corto, es el balotaje porteño.

Lousteau fue acunado como candidato a Jefe de Gobierno por los radicales de Ernesto Sanz y Enrique Nosiglia, bajo la bendición de Elisa Carrió. Fue Carrió la primera en abrirle espacio en la política partidaria cuando lo llevó hace dos años a las listas de UNEN, el fugaz experiment­o opositor que fue antecesor de la alianza de los radicales y Carrió con Macri, el mismo a quien Lousteau ahora pretende destronar.

Se presenta así una difícil disyuntiva para los socios de Macri en la aventura de desalojar al kirchneris­mo del poder.

¿Juegan a fondo con Lousteau, como ayer insinuó Sanz, argumentan­do que era su convenienc­ia como competidor de Macri en la PASO de este espacio?

¿O dan un ostentoso paso al costado, como el insinuado por Carrió, que le recomendó a Lousteau y compañía “ir despa

cio” porque nunca se corona la ambición política en la primera tentativa?

En definitiva: ¿qué es lo que fortifica y que es lo que debilita la empresa mayor que este colectivo opositor se propuso?

Carrió siempre corta diviendo lo principal de lo accesorio. Su visión es estratégic­a. La ayuda el hecho de afrontar pocos problemas tácticos: no tiene estructura­s que proteger ni multitud de dirigentes a quienes cobijars en cargos. Todo lo contrario de Sanz, el mayor constructo­r nacional de UNEN y ahora del emprendimi­ento en sociedad con Macri, que está condiciona­do por el tironeo del aparato radical siempre

listo para pedir, aunque unas cuantas veces lo hagan en función de glorias pasadas.

Lejos de estos avatares de la política que hace tan poco empezó a transitar, Lousteau con apenas 44 años (uno más que Sergio Massa) ya quedó fortificad­o como figura emergente con proyección nacional. Sus allegados aseguran que no estaría demasiado contrariad­o por la distancia que establece Carrió, y que ya dejó ver algunas pinceladas ásperas entre ellos en el final de la campaña hacia la primera vuelta.

Curiosa cualidad del popular candidato de ECO: no ingresa en las categorías habituales de la política argentina que, al decir de un experiment­ado dirigente peronista del massismo, se divide entre “los que le tienen terror a Cristina y los que le tienen terror a Carrió”.

Paradoja menor, cargada en la mochila de Lousteau: ¿contará con el voto kirch

nerista, abierto o solapado, que podría acompañarl­o con el objetivo de serruchar a Larreta para que Macri se caiga de la silla?

Sería llamativo que después de la bruta campaña sucia que le tiraron encima, tratando de que Mariano Recalde quedase como escolta de Larreta, ahora los kirchneris­tas se cuelguen de los rulos de Lousteau. Pero todo es posible porque “la política

es el arte de lo posible”, como solía recordar el dos veces presidente Carlos Menem, talismán final del triunfo del domingo en La Rioja, única sonrisa oficialist­a entre tanto jolgorio opositor en Capital, Córdoba, La Pampa y Corrientes.

Pequeño problema para Lousteau si se torna evidente que el voto kirchneris­ta está de su lado: el electorado porteño demostró

largamente en la última década que no es

anti-PRO, sino anti-K. Tanto que el kirchneris­mo acaba de hacer su peor elección para jefe de Gobierno quedando por primera vez fuera de la segunda vuelta.

Como se ve, los dilemas no son solamente propiedad de Macri y Larreta, obligados contra su voluntad a una campaña relámpago de 15 días para salvar la continuida­d en la Ciudad mientras proclaman la urgencia del cambio a nivel nacional.

Hay que señalar, también, que tanto afán porteño despertó una curiosidad mal disimulada en el campamento de Scioli.

En la noche del domingo hubo allí, para qué negarlo, cierto alborozo cuando se confirmó que Larreta no alcanzaba a ganar en la primera vuelta. Algunos enfervoriz­ados recomendab­an destinos posibles para los

globos de colores que infla el PRO en cada uno de sus festejos.

Pero la rapidez con que se conocieron los resultados en Capital hizo que pronto la atención sciolista se concentrar­a en las otras elecciones del día.

Apenas desbrozada la intriga sobre la votación en La Rioja, que resultó más reñida de lo habitual frente al candidato radical, Scioli decidió viajar para estar junto a los peronistas ganadores, el gobernador Beder Herrera y su actual vice y sucesor electo, Sergio Casas. Lo acompañó la guardia de

corps que le endosó Cristina: Zannini, De Pedro y Aníbal. Esos muchachos se están acostumbra­ndo a sonreir para la foto detrás del gobernador bonaerense.

Scioli ya se había ocupado de llamar al cordobés Juan Schiaretti para felicitarl­o por su triunfo. Schiaretti proviene del duro peronismo opositor que tiene como refe-

rencia a José Manuel De la Sota. Scioli, en cambio, es peronista oficialist­a. Más tarde o más temprano son todos peronistas. Como los riojanos.

A decir de sus íntimos, la elección que de verdad preocupó a Scioli el domingo desde hora temprana fue la de La Pampa. Allí hubo interna por la candidatur­a a gobernador entre el kirchneris­mo gobernante y el peronismo más tradiciona­l, que se alzó con

un triunfo muy claro. Ganó Carlos Verna, hombre de larga y fecunda trayectori­a en el Senado. ¿Será verdad que Scioli festejó ese resultado?

Nótese que sin hacer demasiada alharaca, Scioli está enhebrando adhesiones de los mandatario­s peronistas. Algunos ya habían ganado sus provincias, como el salteño Urtubey y la fueguina Bertone. Otro están en la pelea para retenerlas, como los eternos Fellner en Jujuy o Insfrán en Formosa. Y hay quienes tratan de dejar consagrado­s a sus herederos, como Alperovich en Tucumán o Gioja en San Juan.

Si la manualidad le sale bien, el candidato podría contar con un collar de gober

nadores para colgarse si algún día debe vérselas con el kirchneris­mo duro. Sólo en caso de llegar ese momento se sabrá si el de Scioli es un collar de perlas que le agregue brillo y valor, o de uno de sandías que lo termine hundiendo sin remedio.

El electorado de la Capital demostró largamente durante la última década que no es anti-PRO, sino anti-K En el comando de Scioli hubo alborozo cuando se confirmó que Larreta no alcanzaba a ganar en la primera vuelta

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Candidato de ECO, Martín Lousteau
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