La tragedia de un aventurero que amaba el deporte de riesgo
Era contador, pero en sus ratos libres esquiaba, escalaba y hacía trekking. Hasta que sufrió el choque.
Marcelo era el mayor de los tres hermanos y ayer tenía 50 años, aunque vivió hasta los 30. Era contador, y además pescaba, esquiaba, escalaba, hacía trekking. Lo suyo eran los deportes de riesgo. Amaba las motos. Adrenalina pura.
Aquel 23 de octubre de 1994 era un domingo de sol. Los hermanos iban a hacer un asado en la antigua chacra de sus abuelos en las afueras de la ciudad de Neuquén. Marcelo no llegó. Un auto que ingresaba en la ruta 22 lo chocó cuando él traspasaba un camión.
Lo internaron en el hospital de Neuquén con politraumatismos, pero una infección intrahospitalaria le afectó el cerebro y lo sumergió en el estado vegetativo del que nunca más salió. Luego sus padres lo llevaron a la Fundación Favaloro de Buenos Aires, donde les dijeron que no había nada que hacer. Tam- bién fueron a la Clínica Bazterrica y luego a ALPI.
Ante el fracaso, sus padres, Trude y Andrés, volvieron con su hijo a Neuquén y acondicionaron aquella chacra, que se transformó en una suerte de clínica para Marcelo y el interminable desfile de especialistas que hacían de todo con él sin lograr nada. Pero a Trude la terminó atrapando un cáncer. “No puede soportar la idea de que su hijo muera antes que ella”, dijo entonces una psicóloga. Así fue: murió en 2003. El padre, enfermo del corazón, murió en 2008.
Durante 14 años las hermanas, Andrea y Adriana, respetaron la voluntad de sus padres de mantener vivo a Marcelo. Pero al morir ellos pidieron opiniones a especialistas, que fueron contundentes. Su batalla legal duró casi siete años.
Ayer encontraron cierto alivio en medio de la conmoción que provoca semejante noticia. “Muy pronto el alma de Marcelo será libre –escribió Andrea en Facebook antes de conocerse su muerte–. Gracias a todas las personas e instituciones que han ayudado para que se cumpla su deseo de no permanecer vivo en esas condiciones”.