Hay que saber cuándo la naturaleza dice basta
Marcelo nació hace cinco décadas, dejó de “ser” hace 20 años, y recién a partir de hoy descansará en paz. Padeció el encarnizamiento terapéutico y judicial más oprobioso, sufrió una de las peores tragedias jurídico-sanitarias de los últimos tiempos, fue necesaria la intervención de la Corte Suprema de Justicia para terminar con ese calvario.
Una educación médica “triunfalista” comprende a la muerte como fracaso; advertía Paracelso que la gran virtud en medicina es la “modestia”: saber cuándo la naturaleza dice basta, en situaciones de “futilidad” el retiro de medidas de sostén vital, no es eutanasia, no es matar, no es dejar morir, es permitir morir.
La insensatez reflejada no es patrimonio único de esa forma de pensar la medicina, sino que se retroalimenta con la intervención judicial de los derechos en los finales de la vida.
Pedir permiso a un juez para morir en paz y con dignidad es un desatino jurídico y moral, solo explicable por los síntomas paralizantes del terror al reproche judicial.
Las personas no tienen el derecho a decidir cuándo y cómo nacer, pero en cambio les asiste el derecho fundamental a decidir el modo de morir. El sentido de dignidad dependerá de cada proyecto personal, asegurando presupuestos previos, como el control y cuidado de síntomas, el alivio del sufrimiento físico, psíquico y espiritual y, también, la promoción de la atención paliativa.
El fallo de la Corte es bienvenido porque viene a dar respuesta a ese epifenómeno que rodea a los finales de la vida, pero sobre todo porque dio sentido a la tragedia de Marcelo, recordándonos que una forma inteligente de vivir es ir aprendiendo a morir.