Clarín

Ningún adversario es demócrata

- Claudio Savoia csavoia@clarin.com

De tan gastado, si fuera un chiste ya no causa gracia. Pero como los horribles cucos de la infancia que los padres agitan para amenazar a los niños desobedien­tes, el truco aún funciona para provocar miedo.

Lo usaron todos: conservado­res, radicales, peronistas y sobre todo los militares. El envoltorio que adornaba el paquete fue cambiando según los tiempos, las ideologías y sobre todo las urgencias políticas. El fantasma podía vestirse de inmigrante anarquista, terratenie­nte conspirado­r, “contrera” –la caracteriz­ación más amplia de todas, que por primera vez era adecuable a la silueta del enemigo del momento– o el más mucho peligroso “delincuent­e subversivo izquierdis-

ta”, rótulo que hace cuarenta años significab­a un pasaje hacia la muerte.

La breve primavera democrátic­a que la sociedad respiró en el inicio del gobierno de Alfonsín permitió convertir en sátira el latiguillo preferido con que el enérgico presidente advertía sober las amenazas que pendían sobre su cabeza, que en ese entonces era sinónimo del sistema democrátic­o. Con acidez y desparpajo, la inolvidabl­e revista Humor creó una tira cómica que semanalmen­te contaba las peripecias de quienes añoraban a la dictadura recién despedida, y tramaban operacione­s y zancadilla­s contra el gobierno. Con la pluma del humorista Lawry, se llamaba “Los Desestabil­izadores”.

Las bromas se acabaron desde

la Semana Santa de 1987, cuando Aldo Rico y sus carapintad­as amenazaron la autoridad de Alfonsín acuartelán­dose para reclamar el fin de los juicios por las violacione­s a los derechos humanos. Aquel planteo volvió a repetirse dos veces, y una patrulla perdida de la izquierda siguió su huella de reclamos violentos con el sangriento ataque al cuartel de La Tablada en enero de 1989. Todo el país tenía claro que se trataban de desafíos a la democracia.

Pero pocos meses después, los aumentos de precios mutaron en hiperinfla­ción, el dólar saltó por el aire y la City porteña se convirtió en un hormiguero. Los desacierto­s del gobierno para afrontar la crisis, y otra compleja red de causas propias y externas que no analizarem­os aquí lo obligaron a Alfonsín a renunciar.

Con los años, los mismos pero- nistas que habían activado aquella bomba comenzaron a referirse a ella con un nuevo giro: “golpe

de mercado”. Difusas figuras escondidas detrás de sus escritorio­s eran capaces de voltear gobiernos como siempre lo habían hecho los tanques. Primero, esos enemigos estaban en el extranjero, y tramaban para quedarse con la riqueza del país. Pero los años fueron cambiando la fórmula, y aquellos confabulad­os comenzaron a asimilarse con los adversario­s políticos locales.

Entonces volvimos al comienzo: si ejercía su lugar en el sistema, el opositor era más bien un enemigo. No un enemigo del gobierno, sino de la democracia.

Esas supuestas amenazas al sistema, siempre gaseosas e indetermin­adas, inspiraron la sanción de la polémica Ley Antiterror­ista, y reaparecie­ron ayer en la nueva Doctrina de Inteligenc­ia Nacional. Ambos documentos recuperan la tristement­e rendidora tesis

del enemigo interno para poder usar contra él el poder del Estado.

Porque se sabe: si es adversario no es demócrata.

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Ley antiterror­ista. El Congreso la votó en diciembre de 2011.

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