Clarín

Una sonrisa que desarma

- Magda Tagtachian mtagtachia­n@clarin.com

Albert tiene nueve años, una sonrisa que desarma y una verdulería en un rincón de un chino de Barracas. ¿Qué va a llevar señora? pregunta Albert. Los pirinchos negros apenas sobresalen entre los zapallitos y naranjas. Dame cuatro manzanas. ¿Qué más señora?, intercala Albert, profesiona­l, con delantal azul y acento del Altiplano.

Estira su brazo para alcanzar la balanza, anota el peso, anota el precio. Su mamá quedó en la casa para cuidar a su hermano más chico. ¿Qué más señora?, insiste Albert. Acomoda cinco tomates perita y dos bananas. Los pesa, toma nota. Calcula, con pasión por su tarea. Son $ 52, señora. ¡Qué caro!, se queja la señora. ¿Quiere que sume de nuevo?, ofrece. No hace falta. Seguro sos buenísimo en matemática, asume la señora. Asiente mudo Albert. Está en cuarto grado del turno mañana.

La señora le da un billete de 100 y otro de 2. Albert saca un manojo de plata enrollada del bolsillo del delantal. Tiene muchos de cinco pesos y un par de 10. No llega a cincuenta. Mira a Wen Chi en la caja. ¿Tenés 50?, le pide Albert. Wen Chi le pasa el billete. Albert no encuentra dónde dejó el de 100 y el de 2.

De pronto, se le va la sonrisa a Albert. El año que viene quizá pegue el estirón. Habían quedado sobre la balanza, más altos. No llega a verlos. La clienta se los alcanza.

¿Quiere que la ayude, señora? Albert le entrega las bolsas. Saluda. Albert gira y se abraza con la nena de Wen Chi, un poquito más baja todavía. Saltan y ríen juntos. Tropiezan con dos papas abolladas. Vuelven a reír y a saltar. A ser chicos.

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