Clarín

El drama de los ferugiados sirios

Miles de sirios llegan a este país del sudeste de Europa huyendo de la guerra. En Belgrado, la capital, reciben asistencia, pero pocos se quedarán allí: quieren seguir viaje hacia Austria, Alemania o Gran Bretaña.

- Idafe Martín elmundo@clarin.com

Un grupo de inmigrante­s, que esperan cruzar a Hungría, caminan con lo puesto a lo largo de la vía del ferrocarri­l en las afueras del pueblo de Horgos, en Serbia.

Alí tiene dos años y chapotea feliz en el charco que forman dos grifos de una fuente en el parque Bristol, junto a la estación de trenes de Belgrado, la capital de Serbia. Son las 3 de la tarde y cientos de personas se refugian del sol y los 36 grados

bajo los árboles. La madre de Alí, Amira, 24 años, siria de Alepo, intenta terminar de vestir al nene. Mientras, Hamid, el padre de 26 años, mira como su hijo sonríe y

cuenta el calvario que llevan desde que consiguier­on cruzar la frontera entre Siria y Turquía. Habla de un camino en colectivos por el sur de Turquía hasta Bodrum, de una pequeña embarcació­n hinchable compartida con otras 9 personas –“éramos doce contando tres niños, pero tuvimos suerte porque esa noche el mar estaba tranquilo”-hasta la isla griega de Kos. Habla del caos de la pequeña isla, desbordada ante la llegada de hasta 3.000 personas al día. Hamid, Amira y el niño Alí, que ahora come unas galletas, fueron embarcados por las autoridade­s griegas en un ferry que los llevó hasta el puerto del Pireo, al sur de Atenas. “Sólo estuvimos una noche en Atenas. Nos fuimos al norte hasta Tesalónica e Idomeni y cruzamos a Macedonia”.

Hamid dice que es afortunado: “El niño no se ha enfermado, los policías no nos han pegado”. El viaje siguió en un tren desde Gevgelija, al sur de Macedonia, hasta Preshevo, ya en Serbia. Dice Hamid que Serbia es el país que mejor los ha tratado: “La policía nos tomó los datos y nos dio documentos de tránsito, al niño le dieron un juguete, nos subieron en un colectivo y nos trajeron aquí. Mañana nos vamos, al norte”.

Si Hamid considera que Serbia les trata bien, lo que tuvieron que pasar debe haber sido un calvario, porque en el centro de Belgrado la escena es dantesca. Cientos de personas tiradas sobre cartones o plásticos, basura, niños, decenas de niños que corretean, lloran, duermen. La mayoría de estos refu-

giados son muy jóvenes y muchos cargan con niños muy pequeños. Se lavan de un grifo de agua no potable. Si se le pregunta si, como muchos sirios, quiere llegar hasta Alemania –el gobierno de Merkel ya dijo que no expulsará a ningún sirio- Hamid dice que duda: “Amira y yo hablamos bien inglés, no sabemos nada de alemán. Queremos ir a Inglaterra, somos refugiados de guerra, nos tienen que aceptar, Amira es enfermera titulada y dicen que en Inglaterra hacen falta”.

Hamid cuenta que “cualquier cosa será mejor que el infierno de

Siria. Llevamos cuatro años de guerra, murieron amigos, familiares, todos los días caían bombas: según Naciones Unidas, el conflicto sirio ya generó más de 10 millones de refugiados o desplazado­s internos. Y con el niño … teníamos que irnos, somos jóvenes, podemos empezar otro vez”. Dice Hamid que dejaron a sus padres, que Amira perdió el año pasado a un hermano en un bombardeo. Una niña de unos seis o siete años se acerca. Hamid le habla en árabe: “Es la hija de otra pareja que conocimos en el ferry, estamos viajando juntos, tienen otra de un año”. Dos parejas jóvenes, con tres niños de seis, dos y un año, atravesand­o medio planeta a pie para hoy o mañana encontrars­e con la barrera metálica de alambres de espinos que Hungría terminó de levantar en la frontera con Serbia. Hamid dice que lo intentarán por Hungría, “y si no podemos iremos por Croacia, no tenemos marcha atrás y en Serbia no nos podemos quedar, este país es pobre y bastante está haciendo ya”.

Serbia no cerró nunca sus fronteras en esta crisis. El gobierno no tiene capacidad para gestionar el flujo de dos o tres mil personas a diario, pero en Belgrado los refugiados están recibiendo una solidarida­d que no vieron ni en Grecia ni en Macedonia … y que no parece que encuentren en Hungría, segurament­e el país más hostil a estas personas hasta que consigan llegar a Alemania u otros países del norte de Europa.

Por los recuerdos de las guerras balcánicas de los años 90 o simplement­e por decencia y humanidad, cientos de ciudadanos de Belgrado se acercan cada día al Parque Bristol, junto a la estación de trenes, para llevar comida, ropa, dinero o simplement­e jugar con los niños. Los servicios sanitarios de la ciudad y varias ONGs proveen apoyo médico y psicológic­o. Una asociación de taxistas da viajes gratis para llevarles donaciones de particular­es.

Delia, representa­nte de una ONG en el parque, asegura que si va a comprar comestible­s y dice que es para entregarlo a los refugiados, muchos comerciant­es se los dan gratis. Las ONGs se dedican a pasar tiempo con los refugiados. Organizan juegos para los niños. Se trata, asegura Delia, de la Cruz Roja serbia, de “que se sientan lo mejor posible después de lo que tuvieron que pasar”.

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REUTERS Larga marcha.
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CRONICA DE LOS QUE HUYEN DE LA GUERRA Y EL HAMBRE Tratan de llegar a Inglaterra o Alemania. Cruzan Turquía y toda Europa Central. Un periodista de Clarín cuenta las penurias de una familia...
AP DESGARRADO­RA. LA ESCENA, EN UN PARQUE DEL CENTRO DE BELGRADO. CRONICA DE LOS QUE HUYEN DE LA GUERRA Y EL HAMBRE Tratan de llegar a Inglaterra o Alemania. Cruzan Turquía y toda Europa Central. Un periodista de Clarín cuenta las penurias de una familia...

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