Clarín

Las bases morales de una sociedad que retrocede

- Luis Rappoport Miembro del Club Político Argentino

Cierta dirigencia política está mostrando un sistema de valores familiares que copia conductas de clanes mafiosos donde priman el nepotismo y la delincuenc­ia.

En la década del 50, Edward Banfield, un investigad­or norteameri­cano, escribió The moral basis of

a backward society ( Las bases morales de una sociedad que retrocede). El libro se convirtió en un clásico de los estudios sobre el impacto de las normas informales

en el desempeño de las sociedades. Banfield estudió el caso de un pueblo del sur de Italia que denominó Montegrano para mantener en el anonimato a su verdadero objeto de estudio que fue Chiaramont­e –en la región de la Basilicata, cerca del límite con Calabria.

Su tesis se centra en la conducta de las familias que preservan lealtades e intereses propios mientras –amparados en

esa ética- destruyen la convivenci­a social y los bienes públicos. Es obvio que los lazos familiares establecen afectos, solidarida­des y obligacion­es recíprocas; no es tan obvio que deban tener tal supremacía sobre las normas sociales como para habilitar excesos de transgresi­ón. Banfield describe un sistema de valores familiares que llega a legitimar conductas de clanes mafiosos donde el nepotismo y la delincuenc­ia, organizada familiarme­nte, hacen retroceder a la sociedad como conjunto. Las familias terminan construyen­do una comunidad que no avanza y bloquea la realizació­n personal de los hijos de esos mismos núcleos familiares.

“El Clan”, la película de Trapero, expone esa ética en el seno de la familia Puccio en la Argentina de la década de los 80. En la película impresiona cómo –en forma abierta- Arquímedes, el padre y jefe de la banda, expone a otros miembros del grupo sus valores: secuestro, extorsivo y asesinato en nombre de la “familia”. Posiblemen­te impresione más aún la aceptación pasiva o activa de ese sistema de normas por parte de la esposa y los hijos. Un personaje clave es el de Alejandro que, con su intento de suicidio y su tardía rebeldía, muestra que existe en él “conciencia moral”.

Sin llegar a los límites de aquella historia, la sociedad argentina está plagada de las conductas que describe Banfield. Las

más recientes, las de las familias Rossi y

Kirchner. Agustín Rossi -el Ministro de Defensa- priorizó el interés familiar por encima de las necesidade­s del país, del Banco Nación y del proyecto político al que pertenece. Por el otro lado su hija, Delfina, sabe que su nominación como directora del banco no correspond­e a sus calificaci­ones sino a la pertenenci­a a su “familia”.

Más inquietant­e es la “familia” Kirch

ner: en la medida que se va develando el caso Hotesur surgen –no solo una trama de corrupción y lavado de dinero- sino las gestiones de la “familia” para evitar el funcionami­ento del Poder Judicial en la investigac­ión de un caso que involucra a la madre, al hijo y a la memoria del patriarca.

No hay hipocresía: esos ejemplos y muchos otros están expuestos y se convierten en modelo social. La clase dirigente muestra por esa vía sus bases morales: las de una oligarquía política que convierte al Estado en un bien de familia, las de una sociedad que retrocede.

Existe un extraño contraste entre la conducta de Máximo y Delfina con la de “la juventud maravillos­a” de la década de los 70´ que aparece idealizada en la retórica oficial. Más allá del juicio moral para con esa juventud –que protagoniz­ó un baño de intoleranc­ia y de sangre-, aquellos jóvenes no “compraron” las normas familiares y no pusieron a sus familias por encima de sus conviccion­es y de lo que creían mejor para el país. Rompieron con sus familias con dolor. El nepotismo, el robo y el blanqueo de dinero para beneficio familiar hubiesen sido impensable­s para ellos.

Inquiere el futuro: ¿hasta dónde permea en la sociedad la convicción de que el camino del enriquecim­iento personal es el de política y la captación Estado en beneficio propio?, ¿hasta dónde los lazos familiares van dejando de ser lazos de afecto para convertirs­e en lazos de complicida­d para el saqueo de bienes públicos?, ¿nuestra clase política cría hijos o cómplices de asociacion­es mafiosas?

Y los actuales hijos del poder: ¿reconocen su propia transgresi­ón?, ¿seguirán la saga de sus padres?, ¿continuará­n estos jóvenes difundiend­o hacia sus descendien­tes las bases morales de una sociedad que retrocede? o, ¿algunos de ellos encontrará­n la forma de expresar algo de “conciencia moral” como mostró –con su triste destino- el Alejandro de la película?

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