El amor a la literatura como un puente
El trabajo del crítico, señala el editor español Constantino Bértolo en su libro La cena de los notables (recién editado aquí por Mardulce), se sitúa menos entre escritores y lectores que entre las editoriales y los consumidores de libros. Los críticos serían mediadores responsables, agentes provistos de una voz pública sobre la circulación de discursos sociales, la literatura entre ellos. En la Argentina la práctica crítica posee una tradición notable, sostenida desde academias, medios culturales como revistas, diarios y suplementos, incluso programas de televisión y de radio. En los últimos años, sin que se alterara demasiado el formato de la reseña o el ensayo, se sumaron también blogs y publicaciones digitales, donde se destina un espacio a la crítica y el comentario de libros.
En línea con esa tradición histórica se publicaron en el país dos títulos, uno de ellos en 2013, el otro hace pocos meses, en los que se formulan estrategias críticas personales que a su vez responden a las exigencias del formato periodístico.
Tanto Silvia Hopenhayn como Maximiliano Tomas han colaborado y colaboran en diversos medios y editoriales como columnistas, editores y críticos. El parentesco que los títulos guardan – ¿Lo leíste?, de Hopenhayn, publicado por Alfaguara, y ¿Qué leer? Una guía de lecturas para los amantes
de los libros, de Tomas, editado por Reservoir Books– se encuentra también en la organización de los textos seleccionados, que combina la cronología con criterios temáticos.
Ambos reúnen columnas y críticas de libros que publicaron en diarios a partir del año 2000 en el país, todos ellos novedades editoriales (lo que no presupone que esos libros hayan sido novedosos ni escritos en ese período). Se supone que los lectores de diarios, y aún más los de suplementos culturales, compran y leen libros. Ese público es el que privilegian Hopenhayn y Tomas con una escritura clara y directa, sin más artificios que los de ironía y la reticencia, la hipérbole o la diatriba.
Sin embargo, de alguna manera también los títulos revelan las diferencias que existen entre ambos volúmenes y autores. El tono amigable de la pregunta de Hopenhayn, su apelación a una segunda persona cercana, determina el reconocimiento de una comunidad lectora que tanto ella como el público integran. Se trata de una comunidad ideal, casi sin fricciones. Hopenhayn es siempre correcta en sus apreciaciones, cálida y precisa para destacar aciertos de los libros que comenta. Tomas, más programático y solemne, responde el interrogante que corona su libro de un modo ajustado, por medio de argumentaciones y de una táctica sutil que delimita territorios de lectura por géneros, nacionalidades, mercados, incluso edades y figuras de autor, como la semblanza que escribe de Fogwill. Prescribe además y, en la sección “Qué no leer”, condena al ostracismo ciertos libros. Que reivindique los primeros libros de algunos escritores locales, como Félix Bruzzone o Sebastián Robles, no implica que esa condición proteja a otro escritor novel si su libro no lo convence. Con la razón de la honestidad como medida de valor para el ejercicio crítico, Tomas distribuye elogios y reparos.
En ambos casos, los presupuestos de ¿Lo leíste? y de ¿Qué
leer? son semejantes: el amor a la literatura como un puente entre lectores y la pasión del crítico por leer, además del libro en cuestión, su propia lectura.
Maximiliano Tomas y Silvia Hopenhayn se inscriben en una larga tradición de críticos.