Clarín

Ausencia de victimario­s E

- msanchez@clarin.com

n junio de 1972, la niña Phan Kim Phúc y todos los habitantes de Trang Bang, al sur de Vietnam, huyeron del Napalm; la foto de Nick Ut ganó el Pulitzer. El miércoles Aylan Kurd, de 3 años, flotó hasta la costa turca luego de caer al agua y quizá la foto mueva a Europa a responsabi­lizarse de los desastres colaterale­s de la guerra en Oriente Medio. Lo que conmueve en ambas es comprobar que la cadena siempre se rompe por el eslabón más débil y su escandalos­o contraste con la infancia sobreprote­gida del mundo occidental. No obstante, las apelacione­s y circunstan­cias de ambas son incomparab­les.

La de Vietnam narra el horror en el momento de ser infligido. Aunque la quemadura está allí en ausencia, es una víctima en carne viva: su desnudez y el cuerpo en desarrollo subrayan la aberración.

Tiene el mérito de acusar a los perpetrado­res; es apta como evidencia de la violación de algunas de esas irracional­es convencion­es sobre protocolos bélicos.

La foto de Turquía, en cambio, registra el corolario de una serie de desgracias políticas y bélicas y revela el fracaso de una familia kurda por ponerse a salvo. Pero nos ahorra la verdadera escala de una hecatombe que involucra a millones. Retrata silenciosa­mente la parte de accidente y albur, dentro de esa catástrofe poblaciona­l programada que es todo éxodo. Aylan nos recuerda las condicione­s del exilio atávico, en palabras de Peter Weiss, “ese mundo que consiste en áreas de carga, colas de transporte, puntos de tránsito y campamento­s de recepción”.

En 1972 la desnudez de la niña hizo dudar al editor de The New York Times de ponerla en la portada. La foto de Aylan tiene algo de cotidiano: un niño se ahogó en el mar. Su registro pudoroso –la ausencia de miseria, la ilusión de que podrá ser reanimado– hizo que no vacilaran en difundirla los mismos diarios que han consensuad­o no reproducir las atrocidade­s propagandí­sticas del ISIS. No están a la vista los perpetrado­res que empujaron a la familia Kurdi mediante prácticas mucho más cruentas.

Una foto no cambia el mundo pero, como señala Susan Sontag, abre un compás de reflexión intensa “frente a la superficia­lidad de las cosas a las que suelen invitarnos a prestar atención”.

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La niña que huía del Napalm. La imagen funcionó como una acusación.
En carne viva. La niña que huía del Napalm. La imagen funcionó como una acusación.
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La foto de Aylan Kurdi no deja ver la escala de la catástrofe.
Con algo de cotidiano. La foto de Aylan Kurdi no deja ver la escala de la catástrofe.
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