El valor de tener voz

Parece la discusión sobre la cuadratura del círculo: garantistas e impulsores de la mano dura han dejado demasiada oscuridad. Unos y otros olvidan que existe una Constitución y leyes que contemplan tanto los derechos de los ciudadanos –nosotros– como las penas por romper el orden social. Ambos deben respetarse. Se pueden actualizar, pero lo básico es obedecerlos y contar con fuerzas de seguridad con una formación y una tecnología que les permita cumplir su función.

Así le encontremos respuesta a ese intríngulis –que aún no ha sucedido– queda el tema de la reincidencia, de no pensar la prisión como un lugar del que se sale para volver. En la cárcel de mujeres de Ezeiza cumplen su condena personas que delinquieron. Pertenecen, muy mayoritariamente, a un mundo de privaciones y de pobreza que las vinculó con la droga y el delito. Nadie duda de que tomaron un rumbo equivocado, pero pocos dudan –a la vez– de que crecer en la marginación ayuda a que ese rumbo sea más usual que en las clases medias y acomodadas.

Lo hecho, hecho está y eso lo saben las internas. Experiencias como este Taller de Coro que dirige Javier, sin embargo, ayudan a que conozcan una dimensión con la que jamás tuvieron contacto. Y subraya el placer de sentir que pueden crear con la sola voz, que en ella hay algo de potente y de sagrado. Que el esfuerzo permite lograr objetivos.

Las internas desean ingresar a espacios “corrientes” que antes parecían inalcanzables. Antes, una realidad social, una ausencia de confianza en sí mismas y alguna adicción les impedía, siquiera, pensar más allá de lo inmediato.

El aprendizaje, el darse cuenta de que uno puede, transforma. Quizás logre que el mundo que se percibe ajeno, también empiece a resultar familiar. En esa tarea, la educación, la voz en un sentido literal resultan centrales y abren una ilusión para alcanzar el objetivo sin necesidad de quebrar la ley. Ojalá.