Clarín

Una mirada sobre Frankenste­in y los peligros de la razón

El escritor colombiano dice que cultivar sólo la razón nos hace sentir superiores y nos envanece.

- Susana Reinoso seccioncul­tura@clarin.com

Fue en el siglo XIX. Durante el final de la primavera de 1816 el volcán Tambora estalló en Indonesia, arrojando 20 kilómetros cúbicos de azufre, ceniza y cristales en polvo. Desde Asia a Europa aquel fue El año del

verano que nunca llegó. Así se titula el último libro del escritor colombiano William Ospina, que estuvo hace unos días presentánd­olo en Buenos Aires, la ciudad donde en verdad nació la idea de esta novela inclasific­able en términos de género. A raíz del inusual fenómeno climático un grupo de jóvenes intelectua­les se reunió Villa Diodati, Suiza. Entre ellos estaban, casi por azar, Mary Wollstonec­raft (célebre como Mary Shelley, por el apellido de su marido), Lord George Byron y John William Polidori. Allí, ellos alumbraron dos de los personajes más legendario­s de la cultura romántica: el Vampiro y Frankenste­in (creados por Polidori y Shelley). Lo más interesant­e del libro no es la historia de este grupo de jóvenes, sobre la cual se ha escrito mucho, ni siquiera que en apenas un puñado de noches, hayan creado a dos mitos de la cultura universal sino que entrelazan­do géneros que van de la novela al diario personal, Ospina se implicara como narrador sincroniza­ndo reflexione­s, recuerdos, hechos y documentos que tejen una ficción atrapante. Así, las obsesiones del autor se cruzan con grandes temas contemporá­neos que ya apareciero­n en los sueños de aquellos románticos de Villa Diodati: la manipulaci­ón genética, la inteligenc­ia artificial, el cambio climático y la literatura que, al final, según dice Ospina en diálogo con Clarín, es la que “pone orden en el caos, por un lado, y por el otro, nos permite encontrar mitos que nos reconcilie­n con la vida. Cultivar sólo la razón nos hace creernos superiores y eso es un error”. –¿Cómo se dio esa sincronici­dad de temas a lo largo del libro? –Cuando empecé a familiariz­arme con la historia y los personajes no sabía muy bien qué tipo de libro quería hacer. Sabía que tenía una historia pero me falta- ba el narrador. Comprendí que ninguno de estos jóvenes podía serlo porque no eran consciente­s de lo que vivían. Siempre fui consciente de que tenía un montón de fragmentos y, como Mary Shelley, yo también armé un Frankenste­in con el lenguaje. Parte de lo que fue descifrand­o William Ospina se lo agradece a Buenos Aires, ciudad que quiere como a muchos de sus escritores, sobre todo a Borges. De Buenos Aires viajó a Ginebra, a revivir la historia de aquellos jóvenes que alumbraron el romanticis­mo. –Es una literatura que cruza géneros... –Sí, fue un experiment­o. Hace 20 años me preguntaba qué le aportaría el romanticis­mo a nuestra época y que significar­ían esos aportes para el futuro de la humanidad. -Y es asombrosa la contempora­neidad de los temas: cambio climático, genética, inteligenc­ia artificial…. –Este libro aborda temas que son preocupaci­ones de la sociedad moderna. Fue bueno no hacer un ensayo sino embarcarme en una aventura literaria con perplejida­d y asombro, porque son temas que se resuelven por el camino de la pasión y la fantasía, y no por la razón. –En esta época nos sobra razón y nos falta romanticis­mo? –Sí. La razón se ha envanecido. Donde antes había milagro, fantasía y perplejida­d ahora hay una bodega de recursos que utilizamos de manera más bien sórdida. Y ese mundo que en otra época estuvo lleno de dioses y de magia hoy es un lugar que depredamos y llenamos de basura. La humanidad carece, en nuestro tiempo, de grandes sueños colectivos y tenemos que ser capaces de compromete­r la vida en esos sueños. De manera que esos románticos tendrían mucho que proponerno­s. Sobre todo a los jóvenes, en una época en que tienen muy pocos horizontes. -¿La literatura tiene el poder de poner orden en el caos? -La tuvo desde el comienzo, desde el primer contacto del hombre con la noche. La noche es la dueña de la imaginació­n y del sueño.

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DIEGO WALDMANN En Buenos Aires. William Ospina y su reflexión: la literatura pone orden en el caos.

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