Clarín

Emociones bien argentinas

- Sergio Rubin srubin@clarin.com

Si tuviera que elegir una postal del viaje de Francisco a EE.UU., elegiría su ingreso al Capitolio en medio de una ovación. Fui uno de los pocos argentinos que estaba en el recinto. Era, obviamente, consciente de la significac­ión política que tenía su presencia: se iba a convertir en el primero en hablar allí. Pero no escogí ese momento por lo que pasó por mi mente, sino por lo que pasó por mi corazón. Sin olvidarme de que Jorge Bergoglio ya no nos pertenece exclusivam­ente a los argentinos, fue emocionant­e ver cómo el poder político de la primera potencia mundial -¡y los miembros de la Corte Suprema!- aclamaban a un papa, si, pero también a un argentino.

Creo, sinceramen­te, que mi sensación no fue expresión de patrioteri­smo, de aquello de que tenemos un papa, una reina, al mejor jugador de fútbol … No, fue más bien un sentimient­o de congoja por la potenciali­dad que tenemos y cómo la echamos a perder … Aunque hay algunos que, finalmente, logran saltar las vallas de nuestra propia imbecilida­d, de nuestras envidias, de nuestros odios, que consiguen evitar las formidable­s máquinas de impedir que construimo­s tan eficientem­ente y -en este caso con la ayuda inestimabl­e de Dios a los ojos de la fe- llegan lejos, muy lejos, acaso sin esperarlo. Pero trasciende­n. Es curioso, pensé, pero muchos de los argentinos más destacados hoy no viven en el país: Máxima, Barenboim, Marta Argerich, Messi … por no mencionar a una pléyade de científico­s. Muchos de nuestros próceres murieron en el exilio, sino despreciad­os, olvidados. Más acá en el tiempo, otros sufrieron la incomprens­ión y destrato: me viene a la mente Astor Piazzolla, ninguneada por no hacer “verdadero tango”. Sin contar todos los talentos que debieron irse del país en tiempos oscuros. Si, tenemos una fabrica de talentos y otra para destruirlo­s, para malograrlo­s. ¡Qué desperdici­o!

Francisco no tuvo una buena relación con varios jesuitas. El mismo reconoció parte de culpa porque, dijo, era de joven muy autoritari­o y no le gustaba que mezclaran la ideología con el Evangelio. Lo castigaron: lo mandaron a un templo de Córdoba. Tras dos años de “exilio” interno, que no usó para quejarse, sino para templarse, fue “rescatado” por el cardenal Quarracino, que lo hizo uno de sus obispos auxiliares. Comenzó su ascenso definitivo. Pero otra vez la adversidad, no la natural de toda vida, sino la que nos inventamos: los Kirchner lo declararon el “jefe espiritual de la oposición”. Y casi lo terminan colocando de rodillas ante la Justicia por una infundada acusación de haber “entregado” a dos sacerdotes durante la dictadura.

Pero no se trata de responder con el mismo veneno. Ya lo hicimos varias veces en las últimas décadas y siempre terminó mal. Bergoglio dio un ejemplo de magnanimid­ad al ser electo Papa con la presidenta. Quiero quedarme con la imagen de ese ingreso al Capitolio, con las gigantogra­fías con su figura en el centro de Nueva York, con las impresiona­ntes muestras de cariño que tuvo aquí. Con su elección surgieron en Italia varias ironías: “Por fin conocemos un argentino humilde”, “Francisco hizo el milagro de que todo el mundo quisiera a un argentino”. Todo eso habla de nosotros. Habla mal de nosotros. Pero en esa entrada de Bergoglio al Capitolio, sin saber muy bien por qué, pensé que no todo está perdido en nuestro querida Argentina.

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EFE Ceremonia. El pontífice argentino cuando llegaba a la catedral de San Pedro y San Pablo en Filadelfia.
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