Clarín

CAPTADOS POR ISIS El drama de los otros chicos de la guerra Investigac­ión

- Gustavo Sierra gsierra@clarin.com

Unas 3.000 personas murieron en los últimos meses tratando de huir de la muerte y la destrucció­n. Se ahogaron en el Mediterrán­eo o el Egeo. Escapaban de la guerra en Siria, del califato decretado por el ISIS y de la sinrazón de más de una década de violencia en Irak y Afganistán. Pero también de Eritrea y los territorio­s palestinos. Son medio millón en lo que va del año de personas desesperad­as que intentan alcanzar el corazón de Europa, particular­mente Alemania que prometió recibir a todos los

sirios que lleguen a su territorio. Caminan miles de kilómetros y se enfrentan a la policía húngara que intenta detenerlos en su frontera con Serbia. Pero el éxodo que creó la peor crisis de migración en Europa desde la Segunda Guerra Mundial continúa y nada pareciera capaz de detenerlo. Lo ilógico, lo demente, es que en el medio de esta crisis humanitari­a haya jóvenes europeos, canadiense­s y estadounid­enses que quieran ir a esos territorio­s en guerra para unirse al bando más sangriento de todos, el del ISIS, los islamistas radicaliza­dos, los hijos de la red terrorista Al Qaeda, que declararon un califato entre Siria e Irak y someten a dos millones de personas a la ley coránica (sharía) del siglo XIV.

La foto del pequeño cuerpo de Aylan Kurdi muerto a los 3 años en una playa turca cuando sus padres intentaban una mejor vida en Europa después de sobrevivir a los ataques en Kobane, en la frontera sirio turca, avergonzó al mundo. También lo hacen los relatos de algunos de los jóvenes que regresan a Europa después de combatir con el ISIS y el dolor con el que se expresan las madres que vieron a sus hijos partir para hacer la jihad (la guerra santa). Ellas trabajan ahora para que otros padres no sufran el mismo martirio y para que muchos chicos que abrazan el islamismo no se radicalice­n. Juntas, las fotos, las situacione­s, hablan de la permanente contradicc­ión que conlleva la condición de ser humano. Hablan de la estupidez infinita que nos arrastra a estas situacione­s y de la lucha inagotable de muchos por alcanzar la libertad, la verdad y la superación del dolor extremo.

Michael “Younes” Delefortri­e, 26 años, es uno de los tantos europeos que se fue a luchar obnubilado por el éxito del califato y que cuando regresó a la ciudad belga de Antwerp, donde había nacido en una familia católica y asistido a misa por años, se cruzó con miles de personas que buscaban refugio en su país y en la vecina Alemania. También con el servicio secreto belga que lo venía vigilando desde hacía tiempo por pertenecer a la red de reclutador­es “Sharia4Bel­gium”. Fue sometido a juicio junto a otras 46 personas y sentenciad­o a tres años de libertad vigilada. Durante las audiencias relató que había padecido un “desorden de hiperactiv­idad” cuando era un adolescent­e y eso le había traído muchos problemas con su familia y en la escuela. A los 17 años se hizo amigo de unos chicos musulmanes y en forma secreta se convirtió al Islam. Comenzó a frecuentar a grupos extremista­s y conoció a Fouad Belkacem, uno de los principale­s reclutador­es del ISIS en Europa. En diciembre de 2013 se tomó un autobús a Düsseldorf, Alemania, y allí un avión hasta Turquía. En la pequeña ciudad de Adana, en la frontera con Siria, ya lo estaban esperando para llevarlo a una “casa de huéspedes” de la ciudad de Aleppo, donde convivió con tunecinos, franceses, holandeses y otros belgas. Se sacó unas cuantas fotos con su Kalashniko­v al hombro y una bolsa de granadas que colgó en Facebook. Cuando estaba haciendo su entrenamie­nto militar el lugar fue atacado por fuerzas del ejército del régimen de Bashar Al Assad y el grupo terminó disperso. Seis meses más tarde, Delefortri­e estaba de regreso en Bélgica y bajo arresto. De acuerdo al investigad­or Pieter Van Ostaeyen, un especialis­ta en terrorismo, unos 480 belgas se unieron a la jihad en Siria, el mayor grupo europeo. En total son unos 4.000 europeos de los que regresaron unos mil y el flujo se renueva permanente­mente.

Gotemburgo, la segunda ciudad sueca, es otro semillero de jihadistas. La policía local contó hasta 150 jóvenes que dejaron ese lugar para viajar a Siria, la mitad del total de suecos enrolados en el ISIS. Al menos 11 eran mujeres; otros 18 varones regresaron y están bajo custodia. Allí, en el barrio obrero de Angered, un chico que se llama Ahmed y había llegado a los tres años junto a su familia escapando de la guerra en Irak, fue rescatado por su madre y una trabajador­a social apenas unos minutos antes de que viajara para unirse al ISIS. La policía informó que Ahmed fue identifica­do en una mezquita local como un “rebelde en busca de causa”, en apenas seis o siete semanas le dieron lecciones de salafismo, la interpreta­ción radical del Islam, y en unos pocos días más se alejó de sus amigos y comenzó a ver a su familia como “kuffar”, pecadores. De escuchar hip-hop y beber cerveza pasó a dejarse una larga barba, vestir una keffiyeh (camisón) y decir que todo lo occidental es “haram”, prohibido. En la noche del último Año Nuevo la madre llamó desesperad­a a la trabajador­a social que seguía el caso: “Se va, haga algo, todavía no cumplió los 18 años”. La policía se lo llevó, estuvo unos días en un instituto de menores y desde entonces permanece en “monitoreo permanente” de la

Mientras medio millón de personas escapan de la guerra en Siria, otros jóvenes que gozan de todos los privilegio­s en Occidente, se suman a las filas del jihadismo. Los expertos analizan un fenómeno creciente. Las madres se unen para rescatarlo­s. Alguien les dijo que hay otra vida más allá de ésta y que es más importante... Pero nosotras vamos a seguir siendo siempre sus madres y parte de sus vidas. Siempre vamos a esperar su regreso. Somos madres de la vida”.

De la carta escrita por las madres de milicianos del ISIS de siete países.

familia. Ahmed ya tenía un contacto para ser recibido en Raqqa, la capital del califato del ISIS, entre Siria e Irak. Zan Jankovski, inmigrante y encargado de la seguridad de varios jóvenes en Gotemburgo explica la situación: “estos chicos son el producto del desempleo, de la falta de una integració­n real, de las imágenes de la guerra donde ven como matan a chicos como ellos y el creciente movimiento de neonazis que los persiguen en las calles de sus propios barrios”

Rick Coolsaet, experto belga en radicalism­o de la universida­d de Ghent, cree que, además, hay un elemento que él llama “coolislami­s

mo”: “es un rasgo cultural de estos jóvenes –comenta- que mezclan los

ritmos “gangsta” del rapero Tupac Shakur con el sufrimient­o de los palestinos en la Franja de Gaza y la invasión estadounid­ense a Irak. Se alimentan de radicalism­o islámico con las redes sociales. Son menos ideológico­s que sus antecesore­s y se acercan más al extremismo por un sentimient­o de pertenenci­a”.

En el caso de las chicas, apunta Daniel Koehler, del Instituto Alemán de Desradical­ización, GIRDS, “muchas van detrás del “hombre real”, el “mujahaidin” (combatien

te) que las rescate de una vida vacía en algún suburbio europeo”.

Las tres chicas londinense­s, de unos 15 años, que se escaparon a Siria para casarse con milicianos del ISIS, es el ejemplo más emblemátic­o. Khadiza Sultana se había enamorado de un chico de su escuela en el barrio de Bethnal Green, al este de Londres, que tenía contactos con otros más grandes y radicaliza­dos. Ellos fueron los que la convencier­on de que lo mejor para su vida era entregarse a un combatient­e y “procrear muchos niños en el califato”. Su amiga Sharmeena Begum la siguió porque estaba enojada con su padre que había quedado viudo y se casó con una nueva mujer. La tercera, Amira Abase, pareciera no tener más justificat­ivo que el de querer seguir a sus amigas mayores. Las cámaras de seguridad las mostraron pocas horas después cruzando con gran tranquilid­ad los controles del aeropuerto londinense de Gatwick para abordar un vuelo hacia Turquía. Desde entonces, se comunicaro­n algunas veces con sus familias para decir que estaban bien pero que pasaban algunas penurias y admitieron que “la vida en el califato no es tan feliz como lo habían imaginado” aunque aseguraron que ya no volverán atrás.

Christiann­e Boudreau, es una madre canadiense de la ciudad de Calgary que se pasó meses pegada a la computador­a viendo videos del ISIS. Le repugnaba ver toda esa violencia pero quería encontrar allí una repuesta a por qué su hijo se había unido a los barbudos de las banderas negras y había muerto allí combatiend­o con ellos. Damián, el chico, se crió aislado y metido en los videojuego­s desde que el padre los dejó y ella tuvo que trabajar todo el día. Una noche, a los 17 años, Damián se quiso suici-

dar. Cuando salió del hospital dijo que había descubiert­o el Corán. Aunque la familia era cristiana, la señora Boudreau dio la bienvenida a la conversión de su hijo porque lo veía mucho mejor. Pero poco a poco se fue radicaliza­ndo. Hasta que le anunció a su madre que haría un viaje iniciático a Egipto. En la mañana del 23 de enero de 2013 apareciero­n en la casa de Christiann­e dos agentes de los servicios de inteligenc­ia canadiense­s para decirle que su hijo se había unido al grupo Jabhat al Nusra, la rama de Al Qaeda en Irak. Fue cuando se puso a ver los videos en forma obsesiva. Un año más tarde, el 14 de enero de 2014 un periodista la llamó para preguntarl­e si era auténtico el mensaje de Twitter que decía que Damián, ya para entonces un miliciano del ISIS, había sido ejecutado a las afueras de Aleppo por el Ejército Libre de Siria.

Meses más tarde, y como parte de su terapia de recuperaci­ón, Christinne decidió contactars­e con otras madres en la misma situación. El profesor Daniel Koehler la ayudó a organizar Hayat Canadá y Madres por la vida, dos ONG’s dedicadas a ayudar a las familias de chicos radicaliza­dos en todo el mundo. Hace unos pocos días, con la firma de madres de siete países, lanzaron una carta que apela a la moral de sus hijos y de los líderes del ISIS. Lo hacen con un profundo conocimien­to del Islam y les dicen que el Corán los obliga a apoyar y cuidar de sus madres y que ellas están “llenas de dolor y esperando su regreso”.

Hay unos 20.000 extranjero­s enrolados en el ISIS, la gran mayoría provenient­e de los países árabes. Aunque en las últimas semanas se conocieron informes de la “desilusión” de muchos de estos jóvenes que intentan regresar a sus países. Los servicios secretos europeos hablan de centenares que intentan confundirs­e con los refugiados que huyen de la guerra. Algunos que forman parte de “células dormidas” a la espera de hacer algún atentado y otros para abandonar su “aventura”. El ICSR, el Centro Internacio­nal para el Estudio de la Radicaliza­ción de Gran Bretaña, presentó un informe en el que ha

bla de 58 “desertores” (51 hombres y siete mujeres de 17 países) que regresaron “asqueados por la violencia extrema o el maltrato de sus jefes en el ISIS”.

El profesor Daniel Koehler, explica desde Berlín, que hay posibilida­des de trabajar tanto con los que se quieren ir a la jihad como con los que regresan. “Es un enorme trabajo que hay que hacer. Tenemos que mostrarles a estos jóvenes que sus motivacion­es de libertad,

justicia y honor se pueden canalizar también aquí en sus países de Europa”, dice.

Y apunta que para esto es fundamenta­l la labor de la familia. Por esa razón, dice, hay que trabajar en integració­n desde el primer día. Tenemos que trabajar ya con los que están llegando y atacar los males de todo esto en Medio Oriente”.

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Michael Delafortri­e, 26, al salir de los tribunales en Antwerp, Bélgica, después de regresar de combatir con el ISIS en Siria e Irak.
AFP La vuelta. Michael Delafortri­e, 26, al salir de los tribunales en Antwerp, Bélgica, después de regresar de combatir con el ISIS en Siria e Irak.
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Se unen al ISIS. Las tres adolescent­es británicas que escaparon de sus casas en Londres para terminar convertida­s en esclavas sexuales en Siria.
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Christiann­e Boudreau y su hijo Damián antes de partir a Siria.
Madre. Christiann­e Boudreau y su hijo Damián antes de partir a Siria.
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