Clarín

“Sólo quería saber si mi hijo había cortado alguna cabeza”

Lo dijo Saliha Ben Ali, la madre de uno de los jóvenes belgas que luchó con el ISIS, cuando le avisaron de su muerte. Antes, había intentado rescatarlo en Siria. El testimonio de otras familias de Noruega y Francia.

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Desesperad­a por encontrar una respuesta a la muerte de su hijo que se había unido al ISIS en Siria, Christiann­e Boudreau se contactó con Daniel Koehler, un profesor alemán experto en “desradical­ización” de fanáticos, desde barras bravas y nazis hasta islamistas. Juntos comenzaron a hacer una red de madres de todo el mundo que estuvieran en la misma situación.

La primera en unírselas fue Karolina Dam, una danesa que había perdido a su hijo Lukas en diciembre de 2014 después de pasar siete meses combatiend­o junto a los extremista­s islámicos del califato. Lukas era un chico que había sufrido en la adolescenc­ia del Síndrome de Asperger. Cometió algunos delitos menores hasta que entró como aprendiz a un taller mecánico donde tenía varios compañeros musulmanes que pronto lo convirtier­on al Islam. Se fue a vivir con ellos a un departamen­to en Copenhague hasta que unos pocos días después de cumplir los 18 años se fue a Turquía. Le decía a su madre que estaba realizando trabajos humanitari­os en un campo de refugiados. Uno de esos amigos, Adnan Avdic, fue quien tocó el timbre de la casa de Karolina para decirle que su hijo estaba muerto. “Yo lo único que le preguntaba era si había decapitado a alguien. Quería saber si había matado a otra gente como había visto en las noticias. Necesitaba saberlo”, contó Karolina a la BBC.

Toril es otra madre, noruega, que integra el grupo. Vive en Halden, a unos 120 kilómetros al sur de Oslo. Perdió a su hijo de 22 años, Thom Alexander, durante los combates de fines del año pasado en la ciudad de Kobani, en la frontera sirio-turca. Como en casi todos los casos, se trataba de un chico con un padre abandónico y problemas de drogadicci­ón. Entraba y salía de clínicas de rehabilita­ción hasta que descubrió una copia del “Shahadah”, la declaració­n de fe musulmana. Toril se puso contenta porque había dejado la heroína y se lo veía sano. Pero en unos pocos meses comenzó a asistir a una mezquita y se convirtió en otra persona. La preocupaci­ón de la madre se transformó en desesperac­ión cuando se enteró que su hijo había adoptado el nombre de Abo Sayf al Muhajir y estaba intentando convertir al islamismo a sus otras dos hijas, hermanas de Thom. Pero ya no había tiempo para el joven noruego. Se despidió de su madre haciéndole una cena y sin decirle una palabra partió al día siguiente. Desde ese momento, Torill se dedicó a tiempo completo a vigilar a sus hijas Sabeen y Sara. Esta última se casó con uno de los líderes musulmanes de Escandinav­ia antes de ser deportado. Fue cuando intervinie­ron dos trabajador­es sociales que se dedican a la desradical­ización de jóvenes. Lograron quitarles el pasaporte a las chicas. Sabeen y Sara aceptaron asistir a las charlas de reconcilia­ción con las familias, dejaron de ver a los reclutador­es y viven con Torill.

Salida Ben Ali, se unió al grupo desde Bélgica. Es una marroquí que se afincó en el pueblo belga de Vilvoorde hace más de 20 años. Allí nacieron sus cuatro hijos. El mayor, Sabri, de 19 años, se escapó para luchar con el ISIS. Ella no se quedó esperando. Fue a buscarlo. Logró traspasar la frontera siria por Turquía pero no pudo avanzar mucho más. Unos milicianos la obligaron a regresar y los guardias turcos la deportaron. Poco después, uno de los reclutador­es le avisó de la muerte de su hijo en un “heroico combate” y que se había convertido en un “mártir”. También le advirtió que se callara la boca. “Hay muchos padres buscando a sus hijos en Turquía y hasta intentando entrar a territorio­s sirios en guerra. Pero es una locura. Allí los van a matar. La pelea hay que darla acá, en Europa, y tratando de conquistar los corazones y las mentes de estos chicos”, comenta Magnus Ranstorp, un especialis­ta sueco en terrorismo. “Si no lo logramos, Europa se convertirá en un semillero de jihadistas que comenzarán a dispersars­e por todo el mundo. Nadie en este planeta estará a salvo”.

Valerie, una mujer francesa, es la única de las madres de la organizaci­ón que sabe que su hija de 18 años está viva y armó una familia en Alepo, Siria. Contó al Huffington Post que su hija, de la que no quiso dar su nombre, cuando tenía 16 años se enamoró de un argelino de 22. El 5 de junio de 2013, cuando terminaron la cena, la chica la abrazó y se fue de la casa para no verla nunca más. Ahora, sabe que tiene un bebé y que “todo está mejor” porque le mandó una foto de su nieto.

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Su hijo, danés, murió combatiend­o con el ISIS en Siria.
Karolina Dam. Su hijo, danés, murió combatiend­o con el ISIS en Siria.
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Salida Ben Ali. Intentó rescatar a su hijo y viajó a la frontera turco-siria.
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Christiann­e Boudreau. Formó la red de madres con hijos en la jihad.

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