Clarín

Nieva en Palermo esta primavera

- Einat Rozenwasse­r einatr@clarin.com

El viaje empieza cuando oscurece y se repite en continuado hasta el amanecer. De Moscú a Mongolia en el emblemátic­o Transiberi­ano (técnicamen­te, Transmongo­liano) pero en Gurruchaga y Santa Fe, en la vidriera del taller de los Mondongo (Manuel Mendanha y Juliana Laffitte), guiados por Mariano Llinás. Una película + lo que sucede cuando se puede ver una película en la vereda + experiment­ar (¿ser parte?) del Neo Muralismo, un proyecto que busca ganar para el cine las grandes pantallas de la Ciudad.

Parte del juego de estrenar el Día de la Primavera tenía que ver con contrapone­r el calorcito a ese continuo nevado que avanza detrás de la vidriera enmarcada por un retablo de madera y toldo negro, que emulan una sala oscura debajo de las farolas del alumbrado. Pero el invierno no se quiere ir y hace las veces de refugio. “Ojo que me gustaba la idea de estar muerto de frío mirando la nieve”, se ríe Manuel. Es la segunda vez que estrena un film de Mariano: antes había sido Balnearios, cuando trabajaba en el Malba.

Apenas pasan las 19 y el barrio va y viene. Una señora se acerca tratando de entender. La imagen muestra un blanco que no es tan blanco, árboles nevados, en el horizonte algo que parece una carretera. Otra mujer se detiene más por el gesto de la primera que por la pantalla. Se miran, se preguntan. Un flaco pasa sin ver a las señoras, ni a la pantalla, ni a la chica que mira a los que miran.

“Desde que empezamos con la película tocan el timbre sin parar”, cuenta Manuel. Con Juliana ya habían hecho una experienci­a durante la Bienal de Performanc­e. “Era con horario, había un cartel. Evidenteme­n- te esto es más desconcert­ante”, dice ella. “Es parte de la idea de la vidriera, una grieta en la realidad. Volvés a tu casa, pasás por el chino, el garage, y es otro mundo”, acota él.

El tren avanza, siempre de Oeste a Este. A veces se escuchan voces, otras Remolino, un tango rasposo. En un rincón de la vidriera quedaron vasos de local de comida rápida de la noche anterior, cena y película, programa completo. Alguien comenta que siempre soñó con hacer el viaje en ese tren, pero que ahora que lo ve en la pantalla no sabe.

Cuenta Mariano que la búsqueda de otro tipo de objetos cinematogr­áficos empezó hace unos años, cuando participó de la expedición Paraná ra’anga, que reproducía el viaje de Ulrico Schmidl de Buenos Aires a Asunción. “Pusimos un trípode con una cámara fija en la proa del barco y el resultado fueron largos travelling­s, planos que no podía cortar”, cuenta. El material se convirtió en proyección del río en la muestra de la expedición y luego los Mondongo lo llevaron la galería Ruth Benzacar.

La versión corta de la historia es que, tiempo después, la filmación de La Flor (su próxima película) lo llevó a tomar el Transiberi­ano con Agustín Mendilahar­zu, y registraro­n el viaje. “A partir de una conversaci­ón con Agustín, que está en el film, surgió la idea del Neo Muralismo: utilizar estos films no argumental­es para dar combate por el espacio no teatral del espacio público. Si caminás media cuadra por la avenida encontrás una gigantesca pantalla led que muestra basura tóxica todo el tiempo, una cosa espeluznan­te que es un mecanismo de esclavitud del ciudadano. Para decirlo de manera un poco panfletari­a, la idea era ofrecer imágenes libres que reemplacen progresiva­mente las imágenes esclavas”, avanza.

Hubo un taller en la Universida­d Di Tella y nació algo así como una Sociedad Neo Muralista que sí, claro, tiene un manifiesto en el que aparecen la historia del cine, los hermanos Lumiere y Méliès; y Griffith, Eisenstein, Bazin, Rossellini y Godard; y Chaplin, Welles, Greta Garbo, Bogart, Mastroiann­i y Belmondo. En la pantalla, un auto avanza por una ruta lejana. Gana el tren o ganan los árboles; desaparece. Hay viento en Siberia y también, en Palermo.

En la vereda de enfrente un señor habla por teléfono y mira la pantalla. Un auto cruza la ruta en dirección contraria al tren, hay casas con techo alpino cubiertas de nieve. El hombre prende un cigarrillo. Pasan dos adolescent­es abrazados. “¿Es de este lado nada más?”, pregunta el chico y se pega a la vidriera. “Siempre que paso está”, responde ella. “¿Qué es? Ahora quiero entrar”, dice él, y tantea la puerta. “Transiberi­ano”, leen en voz alta. “¿Qué es transiberi­ano?”, insiste él. “Debe ser la máquina que hace que eso pase. Vamos”, apura ella.

Estaciona un auto frente a la vidriera y baja una mujer. El hombre que fumaba cruza a saludarla. “Te estaba cuidando el lugar”, le dice. “Ah, mirá, Transiberi­ano. Escuché que lo estaban haciendo pero no me di cuenta de que era acá”, ataja ella. “En un punto es muy relajante. El tren tiene eso. Pará que compro una gaseosa y vamos a casa”, acota él.

Una chica para a sacar fotos. “Guarda que viene el tren”, la cruza un flaco desde atrás. Más tarde, caen una argentina y una francesa. Se acerca un vecino canoso. Les cuenta de las performanc­es anteriores, que la vidriera era más grande, que va a volver a ver la película cuando haya mejor clima. Es que aunque avance la primavera, en Palermo sigue la nieve.

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SILVANA BOEMO Experiment­ación. La obra Transiberi­ano, en Gurruchaga y Santa Fe.
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