Clarín

Un pub que se inundó con decepción y cerveza por la caída inglesa

Con su segundo triunfo, los galeses dejaron al local preocupado. Clarín vio el partido rodeado de hinchas de ambos países.

- Mariano Ryan mryan@clarin.com

No es una experienci­a religiosa. Pero casi. Ver un partido casi decisivo entre Inglaterra y Gales en un pub de Derby, ciudad ubicada en el centro de Gran Bretaña, a una media hora de auto de Burton el pueblo “fantasma” en el que vivirán Los Pumas a partir de hoy, puede llegar a ser -al menos- peligroso. Más si el cronista y el fotógrafo toman apuntes en su libreta y gatillan la cámara ante cada gesto. Y mucho más si Inglaterra pierde un partido ante un acérrimo adversario en el Mundial que organizaro­n ellos, los inventores del rugby.

El alcohol no para de salir de la barra de madera. Paddy, el manager del pub, explica que unos 1.500 tragos, a un promedio de entre 3 y 4 libras, se venden cuando una pantalla gigante y tres televisore­s más chicos ofrecen un partido de rugby, uno de fútbol o uno de rugby league. Por supuesto que la cerveza gana por goleada. La hay de cualquier tipo y color. Y eso es literal. Los clientes sufren, vibran, gritan. Hay apenas un grupo de galeses entre cientos de ingleses. Ellos son los que deben soportar el “Sweet Caroline”, el himno de la selección inglesa de rugby que suena cada vez que el equipo juega en Twickenham y que repiten a viva voz los más alcoholiza­dos. Durante buena parte del partido, para los galeses todo es sufrimient­o. Después de unos 25 minutos muy parejos, Inglaterra rompe la monotonía con un try de Jonny May. Claro que Biggar, con sus penales, mantiene a su equipo en el partido y entonces Gales, en la segunda mitad, le encuentra una mayor intensidad a su juego. Faltan 10 minutos y pese a los tres hombres que perdió por lesión, el visitante va al frente para cambiar la historia en el máximo templo del rugby mundial. La pelota, de repente, le llega a Lloyd Williams, que a pura velocidad avanza pegado al touch. Los ingleses no pueden detenerlo. Todos lo intentan. Incluso en el pub. Pero el kick cruzado encuentra a Gareth Davies para que finalmente anote bajo los palos y decrete, luego de la conversión, el 25-25 que enmude- ce a todos. Gales va por más y su pateador no perdona: Dan Biggar acierta y establece el 28 a 25.

En Twickenham un puñado se abraza; en Derby, muchos maldicen contra un equipo que es un orgullo pero que quedó en la cuerda floja. En la tele, sir Clive Woodward y Jonny Wilkinson, entrenador y figura del equipo campeón del mundo en 2003, no pueden evitar las críticas a un equipo sin alma; en el pub, algunos se caen al piso por efecto del alcohol y otros se quedan pegados a las sillas sin poder creer lo que acaba de suceder: Gales, el rival golpeado, les arrancó parte de su sueño y ahora ellos saben que están casi obligados a superar a Australia, un equipo que, en los papeles, es superior.

Paddy comenta: “Aquí, en Derby, el rugby no es tan popular como el fútbol. Si se juega un partido con Derby County y otro de rugby, la gente prefiere el fútbol. Pero con la selección todo es diferente y los hinchas aparecen debajo de las piedras”. Termina el partido y el pub queda desierto. En la vereda, alguno intenta recordar la cantidad de pintas de cerveza que acaba de consumir. Será imposible hacerlo. Como también lo será superar el tes de alcoholemi­a que lo espera a la vuelta de la esquina.

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LUCIA MERLE / ENVIADA Grito y decepción. Un galés celebra la victoria y los ingleses no saben qué cara poner.

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