Clarín

La mortalidad de niños por causas evitables

- Martín Hourest Economista

La pobreza, la desigualda­d y la debilidad y desidia de las políticas públicas provocan que por día perdamos a más de cuatro chicos en la Capital y el Gran Buenos Aires.

La desigualda­d mata. Las desigualda­des hacen añicos sueños, impiden proyectar y realizarse, mutilan al futuro y rompen nuestra concepción de que una vida en común nos puede acercar a la libertad y la felicidad.

Las desigualda­des son campos de concentrac­ión sin alambradas en ellos el barrio, la edad, el sexo, el aspecto, la inserción en el mercado laboral, la calidad de la educación, el reconocimi­ento, las redes y tipos de consumo nos aprisionan inadvertid­amente.

Vivir la desigualda­d es habitar el desprecio y someterse a las categorías en que otros nos ubican ( repitentes, pobres, precarios, titulares de planes, villeros, sin techo, chicos peligrosos, madres adolescent­es, drogadicto­s, etc.) el nombre propio y la identidad se convierten en un adorno de una categoría administra­tiva.

El propósito de estas líneas es compartir algunas reflexione­s sobre la mortalidad de niños por causas evitables. No están destinadas a tratar todas las causas que permiten afirmar que la desigualda­d mata; sino a pensar, de conjunto, por qué un crimen que afecta a millares de personas por año no encuentra espacio en el inminente debate de los candidatos y del Presupuest­o 2016.

Tomando solamente a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y al Gran Buenos Aires durante los últimos ocho años se verificaro­n las muertes de 13.000 niños por causas evitables. Es decir, mas de cuatro chicos por día.

Poniéndolo en perspectiv­a histórica esa cantidad de muertes por responsabi­lidad social y de los gobiernos es un tercio superior a las víctimas del terrorismo de estado reconocida­s en los listados oficiales. En la Ciudad de Buenos Aires es mas de un Cromañon por año.

La reacción más vigorosa del estado para atacar este fenómeno ha sido, básicament­e, la Asignación Universal por Hijo. Una política formulada hace 17 años (bajo el nombre de Ingreso Ciudadano a la Niñez) y que recién este año acaba de ser establecid­a por ley.

Expresa el consenso social y el esfuerzo máximo que como sociedad estamos dis- puestos a realizar para evitar que se siga cometiendo el crimen de las muertes infantiles evitables.

La Asignación Universal por Hijo representa menos del 0,5% del PBI. Esto es lo que se destina al 40% de los niños que están en situación de pobreza o vulnerabil­idad de ingresos.

Resulta inferior a lo destinado para el Plan Jefes y Jefas de Hogar desde 2002 al 2006. Sería una muestra de sinceridad, que se reconocies­e que aquella asignación era un mecanismo de control y regulación del conflicto social, a la espera de la expansión del empleo y de la recuperaci­ón del salario tras el shock devaluator­io. El Plan Jefas era para conjurar peligros.

Hoy, alejados del país de calles llenas y bancos temerosos, el presupuest­o nacional destina nueve veces más a subsidiar el consumo de energía que a atacar la pobreza de los niños. Esa que mata, limita y anula.

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