Clarín

El costado oscuro de un país que muchos envidian

- Gonzalo Sánchez gsanchez@clarin.com

Hace tres años que por razones familiares tengo el privilegio de visitar Suecia los últimos días del verano. Es la época en la que termina la bonanza del buen tiempo y el otoño se insinúa con una contundenc­ia concreta de frío y árboles dorados. Coincide, también, con el retorno del silencio, algo que de por sí existe siempre en las calles de las ciudades suecas, pero que con el desplome de la temperatur­a adquiere un carácter avasallant­e, nutrido de personas calladas que a las 4 de la tarde desaparece­n de bares y, parques. Me sorprende, mientras paseo, que el espacio público –tan pulcro y ordenado, tan diseñado para vivir entre los límites de una comodidad sustentabl­e y planificad­a– se vacía de golpe y las ciudades quedan desiertas como la escenograf­ía de una película de zombies. Hace dos semanas llegué a un pueblo cerca de Gotemburgo, el corazón industrial de este país de 10 millones de personas que en vez de nacer con deuda lo hacen respaldada­s por una riqueza que los acompañará de por vida. Eran las tres de la tarde y no había un alma, pero lo que me llamó la atención fue que en las veredas habían quedado como abandonado­s los juguetes de los niños. Cientos de carritos, triciclos y camiones de plástico dispersos por ahí. Los niños habían marchado a dormir siesta, me dijeron, y ya volverían más tarde por sus objetos porque a nadie se le ocurriría robarlos. Después llegó el autobús, a la hora señalada por el folleto de la compañía estatal de transporte y regresamos a casa como habíamos previsto, para cenar a las 18. Todo estaba bien, pero entonces, ¿dónde estaban las fallas?

La sociedad de la previsibil­idad tiene su talón de Aquiles justo en lo contrario: una carencia para responder al imprevisto o una falta de aptitud para estar en guardia. Vivir en el mejor de los mundos –pagando el costo de esa normalidad desoladora en la que todo funciona–, implica carecer de algo que en la Argentina conocemos bien: la ca- pacidad de estar listos ante la posibilida­d de la tragedia. Una falla del libreto desnuda la falta de plan de contingenc­ia y hace temblar lo que el glorioso Heming Mankell definió como “utopía sueca”. La perfección escandinav­a, decía el escritor, es un invento de Occidente, el falso “mito de la rubia sueca”.

La misma matriz de hiperdesar­rollo contiene las grietas por donde se filtra el rechazo a los refugiados, el neonazismo y otros males que acechan a la sociedad escandinav­a. Un odio extendido que germina en casas de heladeras llenas, tiempo libre, soledad y cero urgencias. La audacia de un asesino no sólo jaquea la burbuja del bienestar vikingo; también les recuerda que el mundo real está más cerca de lo que ellos creen.

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