Clarín

El manual periodísti­co del chavismo y la era K

- Miguel Wiñazki mwinazki@clarin.com

Para entender lo que pasó durante éstos años con los periodista­s en la Argentina , no hay que olvidar que Nicolás Maduro recibió el Premio Rodolfo Walsh “a la comunicaci­ón popular”.

La Facultad de Comunicaci­ón de la Universida­d Nacional de La Plata se lo concedió no sólo por su labor en Venezuela sino por “su aporte a la integració­n latinoamer­icana”.

Ese hecho por sí mismo refleja la filosofía comunicaci­onal oficial y por lo tanto sus embates contra los periodista­s profesiona­les.

En el Panteón de los héroes “periodísti­cos” kirchneris­tas, se elevan como si fueran campeones: Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa. Ellos también ganaron el Premio Rodolfo Walsh.

Entonces, no hay mejor periodista que un presidente, o presidenta.

Nicolás Maduro ha “pensado” el asunto y no se ha ahorrado definicion­es: “El mejor periodismo debe ser de los revolucion­arios”, dijo sin vueltas en su programa semanal Contacto con Maduro. Trató de fundamenta­r lo suyo: “¿La verdad no es revolucion­aria? y ¿quién puede practicar la verdad si no es revolucion­aria? ¿Un burgués puede decir la verdad sobre su riqueza estrambóti­ca que le ha robado a miles de obreros y a un país? No podrá decir la verdad”, sentenció.

Lo que no queda muy en claro es cual es la Revolución a la que se refiere. Menos, la verdad.

Durante éstos años, en la Argentina los periodista­s rastrearon y encontraro­n evidencias, documentac­ión, y exhibieron testimonio­s del robo masivo que fue perpetrado por los supuestos revolucion­arios, por quienes capitaliza­ndo su estadía en el poder (que siempre concluye, dicho sea de paso) sellaron una alianza con una nueva oligarquía financiera, transporta­ndo dinero lavado hacia paraísos fiscales, diseñando una ingeniería de la impunidad y el enriquecim­iento apabullant­e, desconcert­ante en principio, y repudiable de un funcionari­ado impune.

Sin periodista­s, esos senderos de los billetes malhabidos no habrían sido conocidos. No es una autoalaban­za. Es el rol del periodismo: indagar por el camino del dinero exhibe lo que hay detrás de las palabras. El manual antiperiod­ístico de la década ganada que termina, incluyó la denigració­n de los profesiona­les de la informació­n y la exaltación de los líderes autoprocla­mados como revolucion­arios.

Queda una enseñanza. Los periodista­s son periodista­s, y los presidente­s son presidente­s.

Queda otra enseñanza. La Revolución de éstos revolucion­arios es una farsa, en el sentido teatral del término. Precisamen­te una puesta en escena, y una cuestión peligrosa.

El extinto Eliseo Verón considerab­a que durante éstos años no hubo discusión sobre contenidos periodísti­cos. El Gobierno no refutaba los artículos con pruebas o datos, no probaba falsedades. Simplement­e impugnaba evitando remitirse a los hechos. “El método periodísti­co Maduro”, para bautizarlo de alguna manera, quiere negar los hechos.

Y Cristina Fernández de Kirchner, quiso lo mismo.

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