Clarín

El querido tío Woody Allen

- Hernán Firpo hfirpo@clarin.com

Woody Allen es como uno de esos tíos carismátic­os que vienen una vez por año a visitarte y los esperás con la mesa servida. Sus películas son la saga menos pensada de la historia del cine, pero por favor no confundir con el vértigo industrial de las “Rápido y Furioso”. Esas sagas son como patotas: si hay parte siete, quiere decir que no hay autor. Lo de Woody es obra de un creador desde el comienzo. Esto es literal: desde la letrita finita de los créditos. ¡Ese es mi tío Woody!, decís entonces con inusual sentido de pertenenci­a familiar. Lo mejor de todo es que nunca se consideró un artista, sino un laburante. Nosotros escribimos notitas y él hace películas que, lógicament­e, no son infalibles. Usa el mismo criterio cada año, desde hace más de cuatro décadas. No es Robert Redford, que estrena cada mil años y cuando estrena, pobre, genera una insana expectativ­a estética.

Ultimament­e Woody Allen actúa poco y nada, pero se las arregla para que cada pro- tagonista masculino se vea arrastrado a la mímesis invencible de un personaje único como el Carlitos de Chaplin. Un hechizo que repite con las actrices: todas se deben parecer a Diane Keaton y Mia Farrow.

Como el humor de Quino, lo suyo se fue volviendo sombrío. En su más reciente estreno, “Hombre irracional”, se torna existencia­lista y trata de decirnos que cada uno es dueño de su destino. Que el hombre es libre. O está solo. Desaparece­n la neurosis psicoanalí­tica y la moral judeocrist­iana para darle curso a la temporada filosófica de un hombre despojado. Y consciente de la finitud.

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