Clarín

La pelea por el centro político iguala a los candidatos

- Marcelo Cantelmi mcantelmi@clarin.com

El asombro, un poco exagerado de los argentinos por lo parecidos de los discursos entre los candidatos, especialme­nte los dos que van supuestame­nte cabeza a cabeza, no debería ser tomado, en realidad, como una señal original y excluyente de la época. Muchos más se anticiparo­n.

La competenci­a entre el republican­o George Bush y Al Gore, el vicepresid­ente de Bill Clinton, en noviembre de 2000, fue una demostraci­ón acabada de hasta qué punto la búsqueda del centro es oxígeno en este tipo de batallas. A la hora de las ideas, por llamarlas de modo benevolent­e, era imposible determinar quién era quién en esa contienda. Aquel duelo terminó con una diferencia mínima menor a un punto entre ambos, que alimentó el famoso conflicto en la justicia por los votos de Florida. La diferencia culminó con un fallo judicial de la Suprema a favor del texano.

Pero, más cerca, ese fenómeno también se produjo en el choque por el sillón de La Moneda entre el socialista Ricardo Lagos y el pinochetis­ta Joaquín Lavin en diciembre de 1999. Las campañas fueron una superposic­ión tan extrema que diluyó las diferencia­s que según la tradición política de sus fuerzas debieron ser muy palpables entre uno y otro. Como sucedería en Estados Unidos, el choque también se cerró con un ajustadísi­mo resultado de 47,52% frente a 47,96% que resolvió luego el balotaje a favor de Lagos.

El duelo entre Dilma Rousseff

y Aecio Neves el año pasado, tuvo pasajes legendario­s en la lucha de estas dos figuras por seducir a las clases media. Y ahí otra vez, ese juego de ser pero especialme­nte no ser, se saldó con una diferencia mínima, que resolvió la segunda vuelta electoral a favor del oficialism­o con una brecha ínfima.

Si se va un poco hacia atrás, Chile entrega otro caso de oportunism­o electoral contundent­e. Cuando el magnate Sebastián Piñera estaba en plena campaña para las elecciones en las cuales alcanzaría la presidenci­a en la votación como sucesor de la socialista Michelle Bachelet, en enero de 2000, uno de sus ejes discursivo­s era condenar la ausencia de un Estado fuerte. En una entrevista que concedió a Clarín poco antes de llegar a las urnas, sostuvo que la Concertaci­ón de socialista­s y demócrata-cristianos tenía cerrada la caja para atender las verdaderas necesidade­s de la población. “Yo voy a usar el dinero del Estado cómo correspond­e”, sostuvo. ¿Usted va a aumentar el gasto público?, le preguntó este diario. “Por supuesto”, subrayó enfático. Entonces, ¿para usted los dirigentes de la Concertaci­ón son los que actúan con los parámetros liberales y usted los del Estado benefactor? “Así es”. Piñera ganó finalmente por una diferencia de poco más de tres puntos sobre el rival democratac­ristiano Eduardo Frei.

En la elección del 2000 entre Bush y Gore, era imposible determinar quién era quién

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