Clarín

Inyeccione­s letales de Pinochet

- Gustavo Sierra gsierra@clarin.com

El programa de elaboració­n de gases tóxicos y venenos llevado a cabo por la dictadura de Augusto Pinochet, en Chile, muy posiblemen­te haya comenzado apenas unos días después del bombardeo del Palacio de la Moneda y la trágica muerte del presidente Salvador Allende y no dos años más tarde como se creía. El ministerio del Interior del actual gobierno en Santiago admitió esta semana que es “altamente probable” que el Nobel, Pablo Neruda, haya sido asesinado con una sustancia que le inyectaron seis horas antes de su muerte.

El testimonio del chofer del poeta, Manuel Araya, que ahora sale a la luz, dice que el 23 de septiembre de 1973, 12 días después del golpe, Neruda recibió una inyección por parte de un médico sospechoso. De inmediato se sintió muy mal y mandó a llamar a su esposa, Matilde Urrutia. Cuando ésta llegó a la clínica Santa María, el poeta ya agonizaba y murió poco después. Lo habían internado por un malestar producido por un cáncer de próstata pero estaba estabiliza­do – le habían pronostica­do cinco años de vida– y tenía previsto irse al día siguiente a México para organizar un gobierno en el exilio.

Hasta ahora se sabía que el agente de la CIA, Michael Townley, había recibido en 1975 la orden de Manuel Contreras, el jefe de la policía secreta pinochetis­ta, de iniciar una “operación química y electrónic­a” para eliminar opositores. Townley, su mujer Mariana Callejas y el químico uruguayo Eugenio Berríos, armaron un laboratori­o en una casona de la calle Vía Naranja del barrio de Lo Curro. Allí, se comprobó que lograron sintetizar el muy peligroso gas sarín y otros químicos letales. Algunos de estos detalles los contó el propio Townley, en 1999, cuando lo interrogó la jueza argentina María Servini de Cubría. También habló sobre los asesinatos del general Prats en Buenos Aires y del canciller Orlando Letelier en Washington.

Aún no estaban las pruebas que se tienen hoy de otro crimen por envenenami­ento, el del ex presidente Eduardo Frei, y se abren las sospechas sobre las muertes “dudosas” de disidentes y empresario­s. A esta lista, ahora, se agrega el nombre de uno de los poetas más grandes del siglo XX.

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