Clarín

Acuerdos permanente­s con otras fuerzas políticas

- Vicente Palermo Politólogo. Investigad­or principal del Conicet, miembro del Club Político Argentino

Un riesgo se refiere al poder que adquiere el nuevo socio sobre el actor principal

En las democracia­s modernas, los gobiernos no gobiernan sin modificar leyes. Al próximo le espera un intenso compromiso legislativ­o. Coloquemos este compromiso en un marco más amplio, ineludible: ¿cuál es la coalición de gobierno más apropiada para comenzar una nueva gestión? La respuesta no es obvia. La tentación de transplant­ar sin más la coalición electoral al gobierno es universal. Fue el caso del comienzo del gobierno de Lula. Considerem­os apenas una de las posibilida­des: la presidenci­a de Macri. Cambiemos parece estar “apurando” los nombres del Gabinete. Son los nombres de la coalición electoral, el PRO, la UCR, y cosa así. Es el gabinete de la victoria. ¿Será el mejor? Mauricio y Gabriela obtuvieron apenas el 34,33% de los votos en primera vuelta; si llegan al gobierno habrán obtenido una mayoría absoluta algo artificial, como es casi siem- pre la de un balotaje. En el Congreso la fuerza política triunfante no la tendrá me

jor. En Diputados PRO-UCR-CC tendrán 91 bancas, contra 117 del FPV y aliados y lejos del quórum de 129 o de la mayoría absoluta. En el Senado, la situación del oficialism­o sería más patética: cuenta con cuatro bancas del PRO y once de UCR-CC. Muy lejos de la mayoría necesaria. El FPV y aliados cuentan con 42. Un gobierno incapaz de formar quórum o de legislar por sí debe atender el problema y probableme­nte la coalición electoral debería dejar paso a la coalición de gobierno. Hay quizás dos caminos; el primero es el de las configurac­iones ad hoc: las negociacio­nes son encaradas caso a caso, para cada iniciativa legislativ­a. No es insensato, pero los costos son elevados: se trataría de concesione­s sobre el contenido de las iniciativa­s, de costos político-electorale­s, y de los costos de transacció­n de todo tipo necesarios para que las negociacio­nes lleguen a buen término. Habría que volver a pagar una y otra vez, en un marco de mayor incertidum­bre y desgastant­e. La alternativ­a es, se supone, más estable y de mayor certidumbr­e, y probableme­nte ahorraría muchos costos de transacció­n: acuerdos permanente­s con otras fuerzas políticas (o partes de ellas, como gobernador­es) deseosas de compartir parcialmen­te el gobierno y de aunar acciones en el Congreso. Esta opción no está exenta de riesgos. Para concretarl­a hay que ceder espacios, afectando en parte a la coalición electoral. Otro riesgo es identitari­o y político electoral al mismo tiempo. La fuerza de la agrupación triunfante radica en el cambio, en lo nuevo, en dar vuelta la página de la vieja política, en decirle no al “sistema”. ¿Qué dirán los militantes, qué dirá “la gente” si entra “lo viejo” en la fórmula de gobierno? ¿En qué quedaría la voluntad electoral? Es comprensib­le que muchos se resistan a seguir este camino. Otro riesgo se refiere al poder que adquiere el nuevo socio sobre el actor principal: podría amenazar con su salida sabiendo que ella infligiría un daño importante. Con todo, esta alternativ­a parece mejor que la primera para conferir solidez e implanta

ción al gobierno y eficacia de largo alcance y coherencia a las políticas públicas. Si el gobierno elige este cuerno del dilema, el gabinete será un lugar privilegia­do de la conformaci­ón de la coalición de gobierno.

Idealmente, la composició­n de la coalición parlamenta­ria debería estar reflejada en la misma proporción en las carteras ministe

riales. Idealmente, esto debería garantizar la disciplina de los bloques parlamenta­rios. No se trata, por supuesto, de que no haya negociació­n. Por el contrario, el presidente debería trabajar muchísimo, tal como lo hicieron Fernando Henrique Cardoso y Lula en sus mandatos. Y el presidente deberá evitar entornarse: el entorno es la perdición. Su tarea debería estar presidida por la máxima “Dentro de la ley, todo”: para lograr los objetivos de gobierno, férreament­e dentro de la ley, el presidente deberá actuar sin escrúpulos y concretar los scambios necesarios, como FHC y Lula no vacilaron en mantener en su coalición a los estados gobernados por el “clientelar” Partido Movimiento Democrátic­o Brasileiro.

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