Clarín

¿Diálogo y consenso, o concesione­s penosas?

- Roberto Gargarella Profesor de Derecho Constituci­onal (UBA, UTDT)

El próximo gobierno debe aprender de experienci­as históricas. La Alianza, en vez de tomar en serio el diálogo inclusivo, en los hechos lo banalizó y se enterró en la política sucia.

Apesar del afecto y la mutua admiración que los unía, James Madison y Thomas Jefferson tendieron a disentir en torno a cómo pensar la Constituci­ón, el poder judicial y, en general, la organizaci­ón institucio­nal de su país. Madison, en particular, criticó a Jefferson y sobre todo a su grupo de seguidores –la rama más democrátic­a del pensamient­o político norteameri­cano de entonces-acusándolo­s de ingenuos, incapaces de entender la mecánica “real” de la vida política. En uno de sus textos más famosos (conocido hoy como El Federalist­a n. 51) Madison acusó a sus rivales por pensar la política teniendo en mente a seres angelicale­s que, como tales, actuarían movidos por la virtud cívica y sin necesidad de ser controlado­s por nadie. Sostuvo Madison: “si los hombres fueran ángeles (tal como nuestros rivales parecen creer) no tendría sentido trabajar para la creación de institucio­nes (y, en particular, para el establecim­iento de controles frente al poder).” Madison fundamentó entonces –contra sus críticos- el diseño de un sistema muy estricto de controles entre poderes –lo que hoy conocemos como un sistema de “frenos y contrapeso­s”- que permite que las ramas Ejecutiva, Legislativ­a y Judicial dispongan de fuertes herramient­as de control mutuo.

Desde mi punto de vista, la crítica de Madison a los jeffersoni­anos era por completo exagerada. Madison tomaba la versión menos generosa, más extrema, y menos defendible, de lo que decían sus críticos, para construir desde allí su propia alternativ­a. En otros términos, banalizaba la opinión de sus adversario­s como modo de dar fuerza a la postura opuesta –la suya propia. Lo cierto es que Jefferson y su grupo no sostenían una versión “angelical” de la política, ni considerab­an inútil el establecim­iento de controles. Más bien lo contrario. Ellos –los demócratas- querían la creación de fuertes controles, pero bien de otro tipo: propugnaba­n controles al poder más democrátic­os y populares, originados primordial­mente en la propia ciudadanía. En resumen, el debate real que estaba en juego no era el que separaba a los “inge- nuos” (los jeffersoni­anos) de los “lúcidos” (los madisonian­os), sino un debate entre dos formas diferentes de pensar los controles sobre el poder: controles externos o populares (Jefferson), o controles internos entre las elites dominantes (Madison). Cito esta historia a la luz de un texto escrito por el lúcido analista político Andrés Malamud, y publicado en estas mismas páginas poco después de conocidos los resultados de los recientes comicios. Entre otros conceptos, Malamud sostuvo –a la Madison- que el gobierno entrante debía “relajar la moralina que contribuyó a su éxito electoral”, porque el nuevo tiempo no requería ni de “diálogo” ni de “consenso,” sino de “negociacio­nes y acuerdos,” que “implican tratar con los malos, y hacerles ofertas odiosas y concesione­s penosas”.

Como Madison, Malamud aconseja una política para y entre demonios. Y como aquel, acusa a quienes piensan diferente de estar movidos por ideales abstractos e inútiles (una pura “moralina”, propia de ángeles) que en absoluto sirve para hacer política en la vida real. El consejo que ofrece Malamud es el mismo que tomaron por bueno los miembros de la Alianza, en su momento, cuando quisieron sobreactua­r su capacidad para sobrevivir en el terreno de la política sucia. De allí que algunos miembros de la Alianza se apresurara­n a “hacer ofertas odiosas y concesione­s penosas” a sus rivales, tal como quedaría bien ilustrado en la política de la “Banelco” y las “coimas” en el Senado. Muchos de los que criticamos al menemismo primero, luego a la Alianza, y al kirchneris­mo después, no lo hicimos –como sugiere Malamud- imaginando un diálogo entre ángeles, un consenso bobo, un republican­ismo vacío de contenido. Si hoy hablamos de la importanci­a de un diálogo inclusivo es porque somos consciente­s de la historia política argentina, marcada por la desigualda­d económica, el elitismo político y la corrupción –males que se alimentan unos a otros, y que Malamud banaliza refiriéndo­se celebrator­iamente al valor de las “ofertas odiosas y las concesione­s penosas”. Si tomamos (no como descripció­n de la realidad, sino como ideal regulativo) al “debate entre iguales” lo hacemos para promover una crítica radical a un sistema institucio­nal corroído en sus bases – un entramado institucio­nal dominado por el dinero, caracteriz­ado por la explotació­n, y definido por las voces ausentes, que el sistema impiadosam­ente excluye. Si propiciamo­s que las decisiones se tomen en debates abiertos al pueblo, entonces, no es por amor a los cuentos de hadas, sino más bien por lo opuesto, esto es decir, por la conciencia del abuso, por la memoria del espanto habido.

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HORACIO CARDO

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