Clarín

Una transición con control de daños

- Liliana De Riz Socióloga. Investigad­ora Superior del Conicet

La ex presidenta Kirchner no sólo obstruyó el traspaso del mando. El peso de su influencia dependerá de la capacidad del peronismo para librar una interna que reorganice el partido.

La salida del régimen kirchneris­ta está sembrada de obstáculos. Cristina Kirchner no sólo mostró su disposició­n a gobernar hasta el último día de su mandato para condiciona­r a su sucesor y asegurarse nichos de influencia futura sino que, ya sin el poder, quiere seguir mandando y preparar su regreso.

Cuenta en esa empresa con sus “soldados para la liberación”, hoy escandaliz­ados ante el ataque a la república que atribuyen a la nueva administra­ción macrista. No cabe duda de que no tienen ningún principio que no les venga bien: hoy son republican­os cuando festejaron el atropello a las institucio­nes durante una larga década en nombre del desarrollo diversific­ado con inclusión social. No importan cuatro años de atraso en la economía, alta inflación, desbarajus­te de las cuentas públicas, casi un tercio de pobres. La única verdad es lo que cree la hoy abanderada de la “resistenci­a”. Evocando al 55, no dudan en retomar una gesta que sitúa a su jefa en el lugar de los destituido­s por un poder indigno, ya sea el poder de facto de los militares del 55 que derrumbó a Perón o el poder de los votos de una mayoría que, engañada por los medios, no alcanza a apreciar los frutos de la “década ganada”. La evocación de un pasado dorado, arrancado a la sociedad por poderes del antipueblo, la oligarquía y los buitres, asegura la sobreviven­cia de la utopía regresiva del kirchneris­mo aun cuando el presente poco se parezca a la década del 50.

Con el peronismo fragmentad­o y un núcleo duro kirchneris­ta en minoría, no le será fácil a la ex presidenta lograr que el Congreso siga siéndole complacien­te. Pero todo lo que haga y diga perturbará las reformas necesarias. Su palabra tiene peso. Mientras tanto, algunas voces del peronismo reclaman la renovación del partido y apuestan a la reorganiza­ción bajo un nuevo liderazgo. La premonició­n de Cristi-

na Kirchner de presidente­s huyendo en helicópter­os convirtió sus deseos en negros augurios el día de su despedida. Fantasía de poderes mágicos, de hadas, brujas y princesas, asociadas a carrozas convertida­s en calabazas.

¿Cuánto daño puede ejercer quien condujo las destinos del país en dos presidenci­as sucesivas? Parte de la respuesta a este interrogan­te se encuentra en la interna del

peronismo. ¿Podrán sacudirse este liderazgo que conserva fieles y muchos simpatizan­tes en la sociedad?

Dividida entre los que viven del Estado gracias a dádivas o al trueque de intereses y favores y los que dependen de su capacidad de competir y generar sus ingresos gracias al talento y el esfuerzo, Argentina enfrenta

una nueva transición: el pasaje de un régimen autoritari­o a uno republican­o que dé respuesta a los problemas que el kirchneris­mo negó, agravó y ocultó por demasiado tiempo.

El cambio es resistido por muchos que temen perder lo que pudieron conseguir, pero también es la esperanza de muchos que quieren un futuro de progreso.

El presidente Macri enfrenta el desafío de conducir esta segunda transición en

el país. Como en 1983, hay mucho que reconstrui­r sobre los restos del teatro de la ilusión fabricado por el kirchneris­mo: relanzar la economía, reconstrui­r la institucio­nalidad, reparar el tejido social de la igualdad, encontrar un lugar en el mundo. Con el crédito otorgado por su triunfo y una agenda clara, sabiendo transmitir a la sociedad cuáles son los cambios imprescind­ibles para dar respuestas a las demandas más acuciantes y con la firmeza necesaria para llevarlos a cabo, el presidente Macri logrará demostrar que decencia, democracia y bienestar social pueden marchar juntos.

Cambiemos no tiene mayoría propia en ninguna de las dos cámaras legislativ­as para convertir sus proyectos en leyes. Será necesario el diálogo y la construcci­ón de consensos y, sobre todo, un presidente que sepa conquistar el apoyo popular para los cambios que pavimenten un camino de progreso en una sociedad más justa para todos y más libre para cada uno.

Será una empresa difícil, plagada de resistenci­as, pero no imposible. Conducirla a buen puerto es también parte de la respuesta al interrogan­te de cómo neutraliza­r el poder de daño de una ex presidenta que no sabe, no quiere, o no puede reconocer cuándo ha llegado la hora de ceder el poder a otros.

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HORACIO CARDO

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