Clarín

Sabiduría rea del “tío piola”

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Un buzo a un lado, la medida de tres pasos; y otro, del otro. Con esta misma operación unos metros más allá, terminábam­os de definir la cancha. Un ritual de todos los domingos a la mañana, antes de la raviolada. Preferente­mente el destino era la Riccheri, alguna pradera libre en los Bosques de Ezeiza. O también los de Palermo. Uno de mis tíos solterones, el que tenía onda Isidoro Cañones (el otro era otra cosa: artista) nos pasaba a buscar por casa y nos llevaba a jugar al fútbol. En auto: primero un Siam Di Tella con un perrito en la luneta trasera que con el andar del auto movía la cabeza, y luego un cancherísi­mo Peugeout 404 amarillo.

Nos comprimíam­os como en lata de sardinas, los cuatro hermanos mayores y alguno que otro vecino. Pan queso, pan queso (el último que pisaba el pie del otro, elegía primero a quienes serían sus compañeros), botines Sacachispa­s, se armaban los dos equipos y a jugar con esa entrañable pelota de cuero N° 5, con gajos blancos y negros. Mi tío, grandulón, se enchufaba y competía como uno más.

El regreso a casa también era parte sustancial del programa. El tío era un excelente narrador. Mientras manejaba nos contaba cosas de hombres, historias de sus aventuras amorosas, intimidade­s de su vida con sus novias y sus fatos.

Nos explicaba cómo levantarse una mina, cómo hacer el amor, y qué significab­a cada mala palabra. “Nos avivaba”, como se decía antes. Nos abría las puertas a un mundo políticame­nte incorrecto que nunca podríamos haber descubiert­o de boca de nuestros padres.

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Berto González Montaner bmontaner@clarin.com

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