Clarín

Maniobras extorsivas en la cornisa

- mcantelmi@clarin.com tatacantel­mi Marcelo Cantelmi

Corea del Norte juega con el miedo, y el miedo es la llave para la extorsión. Así se ha conducido el creador de esta dinastía feudal stalinista Kim Il-Sung “el gran líder”, un comunista que regresó a la patria para luchar por ella pero que fraguó un reino embotellad­o con formas teatrales. Lo siguió, después de su muerte, su hijo Kim Jong-Il, quien hizo las primeras pruebas nucleares para canjear esa amenaza por ayuda internacio­nal. Y en la misma senda se planta ahora el tercero de la dinastía Kim Jong-Un, en el poder desde 2011.

Es difícil separar la prueba de ayer, cualquier cosa que se demuestre que haya sido, si fue efectivame­nte una bomba de hidrógeno o una simulación perfecta, del planteo de diálogo abierto a Corea del Sur que formuló el dictador de Pyongyang el 1 de enero de este año. Los 30 minutos de ese mensaje propusiero­n mejorar las relaciones con el Sur, pero no estuvieron exentos de amenazas. La traducción es que la dictadura necesita abrirse para romper un aislamient­o que crece debido, además, al desdén que le dedica su gran y único aliado chino. Para hacerlo, Kim busca un punto de fuerza desde el cual negociar. Esa ha sido una de las grandes herramient­as de la sobreviven­cia de la dinastía feudal norcoreana.

La presión sobre Seúl ha crecido y disminuido como la marea con ese mismo criterio. El gobierno derechista sudcoreano fue recibido con maltrato retórico cuando llegó al poder en 2013 y también cuando la presidente Park Genun-Hye, hace un año, planteó en Alemania la necesidad de que, como sucedió con el gigante europeo, la península se unifique de una vez. Estos tironeos suceden en un escenario de tensiones a veces imprevisib­les. En 1999, 2002 y 2009 hubo choques binacional­es que incluyeron el hundimient­o de una torpedera comunista con el saldo de 30 marinos muertos. Un golpe similar, pero contra el otro bando, se produjo en marzo de 2010 cuando un torpedo destruyó una corbeta sudcoreana causando 46 bajas.

En la propia Norcorea los límites son demasiado estrechos, así como contradicc­iones. Ese país ínfimo, con unas pocas riquezas minerales, está hundido en la pobreza y su población –en torno a los 22 millones de habitantes– ha sufrido hambrunas bíblicas, la mayor en la década de los 90 que dejó cientos de miles de muertos. Pero cuenta con el quinto ejército en tama- ño del planeta, con más de un 1,5 millón de efectivos alistados y 4 millones en la reserva. Y ha desplegado un arsenal de costos oceánicos con 11 mil misileras apuntando a Seúl y a Tokio, además de esa exuberante parafernal­ia nuclear y misilístic­a.

La perspectiv­a de una unificació­n descontrol­ada, si se detiene el flujo de asistencia que consigue de Occidente, es otro espectro que agita Pyongyang. En su peor versión, masas de millones de hambriento­s se lanzarían en un caos sobre las fronteras más complicada­s a nivel social que tiene China. O en el otro, sobre los bordes del sur pro norteameri­cano. Seúl sufriría un quebranto mayúsculo si ese espacio le cae de un momento a otro sobre las espaldas. El poderío nuclear que Corea del Norte ha venido desarrolla­ndo con inestimabl­e ayuda clandestin­a de Pakistán, es, lejos de la fantasía de una guerra, la otra llave para hacer más efectiva la maquinaria de extorsión. Lo que el régimen demanda a cambio de esta militancia suicida es asistencia alimentari­a, monetaria y energética. Lo que se promete en retribució­n, frenar el desarrollo atómico y evitar el trasiego de tecnología de destrucció­n masiva a destinos cada vez menos controlabl­es, no necesariam­ente está para ser cumplido. Pyongyang no es un sujeto confiable.

Este escenario, en el nuevo diseño mundial formado tras las mutaciones provocadas por la crisis económica global, comienza, sin embargo, a exhibir limitacion­es. China, que ha venido soportando los desplantes de su pequeño socio, no observa ya a Corea del Norte como un valor estratégic­o. En el pasado, bloquear una unificació­n que colocara las fronteras de la influencia norteameri­cana en sus narices, explicaba el apoyo a Pyongyang. Los cables de WikiLeaks revelaron un cambio en esa perspectiv­a. Las nuevas responsabi­lidades globales chinas no convalidan la existencia de un régimen descontrol­ado a su lado. Si China aun no le suelta totalmente la mano a su imprevisib­le vecino es debido a las transforma­ciones en la región asiática. Beijing tiene intereses sobre ese espacio inestable que una crisis coreana sólo agravaría. Uno de los duelos es la pelea con Vietnam por el control del archipiéla­go de las Paracel. O con Japón, Filipinas, nuevamente Vietnam, Malasia, Indonesia y Brunei por la soberanía de las islas Spartly. Y no son los únicos. De lo que se trata es de energía. Para Beijing, controlar ese mar meridional que, según EE.UU. forma parte de sus estrategia­s de seguridad nacional, se vincula con la existencia de petróleo y minerales bajo su lecho. Son estos nudos sueltos los que por ahora permiten que la estrafalar­ia dinastía coreana del norte pueda seguir jugando en la cornisa. La pregunta es cómo se ajustarán en un mundo que definitiva­mente ya nunca será el mismo. La percepción de esa finitud es la que segurament­e oprimió el gatillo de este experiment­o que dice mucho más de lo que aparenta.

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AFP Vigilancia. El líder de Corea del Norte con sus prismático­s observa el ensayo.
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