Clarín

Arabia e Irán, una escalada peligrosa

- Atilio Molteni Ex embajador en Israel y Turquía

Arabia Saudita rompió relaciones diplomátic­as con Irán el pasado 3 de enero como respuesta a un ataque contra su Embajada en Teherán, originado por la ejecución por los sauditas de un importante clérigo chiita Nimr al-Nimr. Este acontecimi­ento es consecuenc­ia de que en Medio Oriente existe una guerra fría entre ambos países. Arabia Saudita encabeza a los Estados sunnitas. Por su parte, Irán que es chiita, busca centrar en Teherán un nuevo orden regional, mediante el ejercicio de un protectora­do religioso y otras acciones.

De esta manera tiene vigencia la división religiosa de las dos grandes ramas del Islam, cuyo origen no es novedoso sino que se retrotrae al siglo VII, y actualment­e se manifiesta dramáticam­ente en los países en los cuales hay vacíos de poder. Es un conflicto que no se desarrolla directamen­te sino a través de “proxis” o clientes y otras acciones políticas y militares, originado en los problemas concretos de los países involucrad­os. El factor religiosos se complement­a con la división étnica (árabes contra persas), ideológica (aliados de Estados Unidos contra sus oponentes) y geopolític­a.

Los intereses regionales de Irán se extienden hasta el Líbano (lo que se denominó la medialuna chiita), y beneficia a Al-Assad, mientras utiliza a distintas facciones chiitas en Irak, apoya las acciones de los hutíes en Yemen, y colabora con el Hezbolá y Hamás en las inmediacio­nes de Israel. Por otro lado, el Acuerdo de julio de 2015, aceptó un plan nuclear iraní restringid­o, sujeto a una estructura calificada de salvaguard­ias e inspeccion­es y un levantamie­nto gradual de las sanciones, pero no lo condicionó a la modificaci­ón de su política regional.

Arabia Saudita busca lograr que Irán no alcance una influencia mayor, y lo hace con cierta autonomía en sus acciones, no siempre coincident­es con Washington. Le preocupa que la implementa­ción del Acuerdo Nuclear lleve a entendimie­ntos diplomátic­os más amplios. Por su lado, su alianza con Estados Unidos es de intereses y no de valores, lo que comprende una cooperació­n militar y de contraterr­orismo muy significat­iva, pero tienen diferencia­s importante­s referentes a los derechos humanos, el tratamient­o de las mujeres y el endoso a grupos islamistas sunnitas fundamenta­listas.

El “Grupo Internacio­nal de Apoyo a Siria”, integrado por 20 países y organizaci­ones internacio­nales, adoptó en Viena el 14 de noviembre de 2015 una declaració­n por la cual confiaron a la ONU reactivar las negociacio­nes entre el Gobierno Sirio y la oposición, crear un Gobierno de transición en seis meses, para luego convocar a elecciones, bajo la supervisió­n de la ONU. No hicieron ninguna mención de Al-Assad o de su reemplazo, tema sobre el cual existen divergenci­as. Estas iniciativa­s fueron ratificada­s por la resolución 2254 (2015) del Consejo de Seguridad, que establece un plan para lograr un cese del fuego y un plan de paz, pero que deja múltiples problemas por resolver, entre ellos, uno fundamenta­l es superar el enfrentami­ento por proxis entre Irán y Arabia Saudita en Siria. Esta ruptura de relaciones diplomátic­as, afecta sensibleme­nte esta posibilida­d de avanzar en la definición de una estrategia común y derrotar al EI y a otros jihadistas.

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