Alivio y cautela en el sector editorial por el fin del cepo a los libros
Unos celebran que se terminara una medida que califican de “absurda”. Las imprentas, preocupadas.
El gobierno dejó sin efecto el análisis de plomo en tinta y los libros están libres de restricciones pero su liberación generó repercusiones entusiastas y otras cautelosas. Entre los primeros hubo editores, escritores y libreros. Entre los segundos, editores independientes e imprenteros nucleados en la Federación Argentina de la Industria Gráfica y Afines (Faiga).
En diálogo con Clarín, la editora Trini Vergara de V&R Editoras, dijo: “La resolución 453 fue injustificada y absurda, un golpe inesperado en octubre de 2010, cuando teníamos todos los embarques en el puerto de Buenos Aires. Nos obligaron a firmar un contrato extorsivo y a pagar pruebas de laboratorio para el control de plomo en tinta, desterrado hace medio siglo. Fue una medida restrictiva”. Aclaró además que de las 5000 empresas gráficas del país, sólo 50 talleres están en condiciones de hacer libros. “La medida actual es correctiva de un sistema perjudicial y nocivo”.
La escritora Josefina Delgado -que fue funcionaria del gobierno porteño- celebró la medida: “Lo peor fue perder varios libros importados, porque para retirarlos había que completar formularios muy burocráticos”.
En 2013, al calor de la compras del Estado a sus editoriales, la Cámara Argentina del Libro –en general, editoriales medianas y argentinas– celebró el cierre de importaciones. Ahora su vicepresidente, Martín Gremmelspacher, se mostró cauteloso. “En principio estoy de acuerdo. El interrogante es cómo va a afectar esto al sector gráfico si los editores vuelven a imprimir afuera”. Y la Cámara Argentina de Publicaciones –sobre todo, editoriales más grandes y trasnacionales– celebró “el levantamiento de las restricciones a las importaciones de libros. Porque “desde 2010, la industria editorial sufrió ese verdadero cepo al ingreso de publicaciones, desde el arbitrario y kafkiano sistema de las DJAIS hasta la medida paraarancelaria del control de plomo en tintas”.
Por su parte Rodolfo Marchese, de Faiga, lamentó que no se haya “consultado a la industria gráfica”. Dijo que “las imprentas generan mano de obra. Cualquier libro atorrante de $300 gasta $30 en su impresión”.
Por Ediciones De la Flor, Kuki Mi- ller, tampoco se mostró entusiasta: “Habrá que ver aqué pasa con los que quieren volver a imprimir en China o con los libros que se importen de España; si vendrán a precios competitivos con la industria local”. De la librería Guadalquivir dijeron: “En los últimos años los embarques de libros importados bajaron a la mitad. Estamos esperando hace tres meses 100 cajas ”.
El editor Antonio Santa Ana dijo en su cuenta de Twitter: “La medida del cierre (a la importación) no fue una decisión cultural. Lo primero que sucedió luego de que cerraran la importación es que las imprentas subieron los precios”. Sin duda, la medida del gobierno de Mauricio Macri impacta más en la industria gráfica que en la editorial. Pero como dijo a Clarín, vía whatssap desde el exterior, una reconocida editora: “Por lo menos ahora no tendré que asociarme con un exportador de porotos para importar cultura”.