Clarín

El Kavanagh cumple 80 años rodeado de mitos y récords

Se inauguró el 15 de enero de 1936 y sólo tardaron 14 meses en construirl­o. Con leyendas de amor, fue pionero de la arquitectu­ra moderna en la Argentina.

- Silvia Gómez sgomez@clarin.com

Su proa se alza mirando al río junto a la barranca de plaza San Martín, en Retiro, y su arquitectu­ra racionalis­ta es su sello distintivo. Su origen y su historia están envueltas en historias que lo convierten en leyenda y en récord porque, entre otras cosas, fue el primer rascacielo­s de Latinoamér­ica. Todo cabe en el Kavanagh, el edificio que el 15 de enero cumplirá 80 años.

En una encuesta realizada en 2013 por ARQ, el suplemento de arquitectu­ra de Clarín, fue destacado como el más admirado y valorado por la gente. Es Monumento Histórico Nacional desde 1999 e integra el Conjunto Monumental Plaza San Martín, junto a la plaza, la estación de trenes y los palacios Anchorena, Paz y Haedo, entre otras construcci­ones. Pero uno de sus mayores atractivos radica en la historia de intrigas que habría dado origen a su construcci­ón: cuenta la leyenda que Corina Kavanagh, su propietari­a, habría encargado la obra para taparle la visual de la iglesia del Santísimo Sacramento, ubicada en la calle San Martín, a la familia Anchorena. Un viejo rencor por amores no correspond­idos.

Pero Soraya Chaina – gerente operativa del área de Desarrollo y Competitiv­idad del Ente de Turismo porteño– derriba el mito de un plumazo: “Cuentan que la señora Mercedes de Anchorena impidió el casamiento de su hijo Aaron con Corina, pero Mercedes muere quince años antes de que se inaugurara el edificio”, explica. “Sin embargo, hay una versión que quizá se acerque más a la realidad. Mercedes le habría pedido a Aaron que compre el terreno para que nadie construya en esa esquina y que de esta manera la familia no perdiera la visión de la iglesia desde el Palacio, que hoy pertenece a Cancillerí­a. Aaron no compró el terreno, nunca se casó y despilfarr­ó parte de la fortuna familiar en viajes y fiestas de la época”, cuenta Chaina.

Más allá de los mitos y las leyendas, el Kavanagh resultó ser un prodigio arquitectó­nico para la época en que se construyó. Fue proyectado por los arquitecto­s Gregorio Sánchez, Ernesto Lagos y Luis María de la Torre. Este trío también firmó un bellísimo edificio racionalis­ta en la esquina de Lafinur y Libertador, y otro en el cruce de avenida Córdoba y Libertad, además del Automóvil Club Argentino. Con el Kavanagh deslumbrar­on a una ciudad acostumbra­da a los palacios de estilo afrancesad­o; en 14 meses construyer­on una torre de 30 pisos más un mirador con observator­io astronómic­o. Le colocaron un sistema de aire acondicion­ado central, 12 ascensores, una central telefónica que aún hoy reemplaza al portero eléctrico clásico de todos los edificios. Contaba con una despensa y verdulería. Emma Oría –95 años, la vecina más antigua del edificio, quien conoció a Corina y compartió con ella muchas reuniones– le contó en una entrevista a Clarín que había además un pasaje subterráne­o que comunicaba el edificio con el hotel Plaza: “Lo cruzábamos para ir a tomar el té o usar los salones de belleza del hotel”, recordaba.

¿Cuánto cuesta vivir en este ícono porteño? El precio por metro cuadrado cotiza en alrededor de US$ 3.000. Actualment­e hay a la venta un departamen­to ubicado en el piso 8, sin vistas a la plaza y de 140 m2, a US$ 430.000: “Es una unidad increíble, en excelente estado. Pero siempre digo lo mismo: el Kavanagh es para entendidos. Porque el barrio es uno de lunes a viernes y otro, los fines de semana, cuando se convierte en un páramo”, opinó Lola, de House Inmobiliar­ia. También hay unidades en alquiler. LJ Ramos posee una de 180 m2, ubicada en el piso 15, con terraza, vistas al río y a la estación, por $ 23.000 más ABL y expensas, otros $ 10.000.

Uno de sus vecinos más reconocido­s es el abogado Carlos Maslatón, quien vive en lo que se conoce como la proa del edificio y es un fanático del Art Déco: “El Kavanagh no es para cualquiera. Agarrá al tipo que le gusta Puerto Madero, Cañitas, Palermo Hollywood o Soho y el country, y se espanta. No hay estacionam­iento, ni SUM, no hay rejas, abrís la puerta y salís a la calle. El Kavanagh es para gente ultra urbana, que le gusta estar cerca del Microcentr­o, de las oficinas y de los organismos de gobierno; y no predominan las familias tipo, es más bien un recinto de gente rara, artistas, intelectua­les, periodista­s, profesiona­les. Tampoco es un edificio de la oligarquía argentina: no es de ricos, tampoco de pobres. Eso sí, todos lo quieren conocer, pero de ahí a vivir es otra cosa”, concluye.

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LUCIA MERLE Símbolo porteño. Vista del edificio desde Florida y Ricardo Rojas.
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F. DE LA ORDEN Interior. Muebles de un departamen­to, en este caso no Art Déco.

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