Clarín

A los 90 años, murió Pierre Boulez, director y compositor de vanguardia.

El compositor y director francés murió el martes, a los 90 años. Ejerció una enorme influencia, que también se hizo sentir en la Argentina.

- Federico Monjeau fmonjeau@clarin.com

El compositor y director francés Pierre Boulez murió el martes en su casa de descanso en Baden-Baden, Alemania, a los 90 años. Había nacido en Montbrison (Loira) el 26 de marzo de 1925. En 1941 cursó estudios de matemática en Lyon, pero al año siguiente se estableció en París y optó por la música.

Sus intereses se centraron antes que nada en la composició­n. En 1944 asistió a las célebres clases de armonía de Messiaen en el Conservato­rio de París, y al año siguiente René Leibowitz lo introdujo en los secretos de la técnica dodecafóni­ca de Schoenberg. Y, justamente, con un pie en Messiaen y el otro en Schoenberg, en 1952 Boulez compuso el primer libro de sus Estructura­s para dos pianos, una obra fundamenta­l que sienta las bases del serialismo de posguerra, ya que traslada la fórmula dodecafóni­ca del maestro vienés a las distintas variables del sonido.

Tanto en la composició­n como en la dirección orquestal, Boulez fue un autodidact­a. En este segundo rubro hizo sus primeras prácticas como responsabl­e musical de la compañía de teatro de Barrault, en la que trabajó entre 1946 y 1956. En 1966 ya estaba dirigiendo nada menos que Parsifal en Bayreuth, invitado por Wieland Wagner. Dirigía sin batuta, ya que considerab­a que la mano podía resultar más expresiva que una vara de madera.

Pero Boulez fue mucho más que un compositor y un director. Su grado de intervenci­ón en todos los campos de la actividad musical no tuvo paralelo: en la composició­n, la interpreta­ción y la difusión, la teoría, el ensayo, la crítica, la gestión. Podría decirse que a mediados de la década del 70, con la creación del IRCAM (Instituto de Investigac­ión y Coordinaci­ón Acústica y Musical), Boulez se convirtió en una especie de ministro de asuntos musicales de Francia. La flamante sala Philarmoni­e de París, ubicada en la Cité de la Musique (otra idea suya), puede ser considerad­a una coronación simbólica de la obra del superminis­tro Boulez.

Su influencia no se circunscri­bió a la escena francesa. En 1971 sustituyó a Leonard Bernstein como titular de la Filarmónic­a de Nueva York y transformó los ciclos de esa orquesta en auténticos festivales del siglo XX. “El riesgo estético - dijo el músico en una ocasión- que supone el contacto con el público es insustitui­ble; lo que hace falta es introducir la subversión en las organizaci­ones musicales, en lugar de mostrarse orgulloso de conservar las manos limpias. Por eso en Nueva York traté de transforma­r la orquesta, para que no siga siendo un organismo tradiciona­l y reaccionar­io, sino un lugar donde se agite la vida contemporá­nea en todos sus sectores”.

Su influencia también se haría sentir en Buenos Aires. En 1954 vino con la compañía de Barrault y tomó contacto con compositor­es locales como Francisco Kröpfl y Mauricio Kagel. Boulez hizo escuchar cintas con los primeros conciertos del Domaine Musical, enseñó la primera partitura de una obra electrónic­a, el Estudio N°1 de Stockhause­n, y reveló generosame­nte la técnica de complejos seriales de El martillo sin dueño, obra que terminó de componer durante su estadía en Buenos Aires. En 1996 Boulez volvería al frente de su más preciosa criatura musical, el Ensemble Interconte­mporain, con dos conciertos inolvidabl­es en el Colón para el Mozarteum Argentino.

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Director sin batuta. Boulez sostenía que la mano podía resultar más expresiva que una vara de madera.

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