Clarín

Destellos plateados, rollers y tango

- Judith Savloff jsavloff@clarin.com

El imán es el río. El manto marrón donde el sol de la tarde dibuja chispazos plateados mientras la brisa refresca. Con eso basta para quedarse sentado a la mesita de un drugstore. Pero Puerto Madero, barrio fundado en los ‘90 y uno de los más ricos de Capital, tiene otros atractivos. Y aunque se lo asocie con opulencia y poder, no todo es lujo en el sentido tradiciona­l.

Están las torres de oficinas, los pisos, hoteles y restoranes top. Muchos imponentes. Muchos vidriados. Y otros símbolos de modernidad, como los nombres de las calles, de mujeres que hicieron historia. O el Puente de la Mujer (2001), del español Santiago Calatrava, que ya es ícono del lugar, pero que, abstracto y móvil como es, todavía sugiere innovación. Además están las huellas de los diques de ladrillo rojizo que el ingeniero Eduardo Madero construyó a principios el siglo XX, marcas recicladas de un plan de puerto para la entonces “Argentina, granero del mundo”, que enseguida quedó chico. ¿No maravilla también el edificio de la ex Cervecería Munich (1927)? Ese mix de art decó francés e influencia­s imperiales europeas que recuerda una Costanera Sur cuyo balneario se estrenó con señoras de vestido largo y hace unos tres años se convirtió en sede del Museo del Humor?

Puerto Madero tiene un Yatch Club, los buques museo Fragata Uruguay (1874) y Sarmiento (1897) y góndolas turísticas. Otros museos (Colección Fortabat, UCA, De la Cárcova). La Fuente de las Nereidas (1903) de Lola Mora. La Reserva Ecológica. Buenas veredas para andar en rollers. Pero quizás sean otras joyitas que apuntan a la cultura popular porteña, como la escultura de un fuelle gigante, el Monumento al Tango (2007), o la que homenajea Al Taxista (2012), las que le sumen a este lugar tranquilo aires de barrio. Algo que no se contrapone con las multitudes que llegan cada fin de semana, en busca de sofisticac­ión y naturaleza, y se van.

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