Clarín

Luchar contra el sida me abrió la mente

- Julio González Montaner

El doctor Julio González Montaner, experto mundial en HIV, cuenta cómo cambió su forma de pensar para tratar a los enfermos.

Se creía liberal, pero era conservado­r. Este médico argentino, quizás el más reconocido a nivel mundial en HIV, revolucion­ó el tratamient­o desde su trabajo en Canadá al descubrir la eficacia de los “cócteles de drogas”. También cambió él luego de su contacto con la comunidad gay, los trabajador­es sexuales y los adictos: entendió que lo importante es evitar que el virus se expanda y no caer en falsas moralinas.

Podría imaginarlo? ¿Era posible para mí suponer que el hombre estructura­do que era a los veinticuat­ro iba a transforma­rse, diez años después, en un transgreso­r avanzado de antiguas moralinas? ¿Podía verme en un futuro intercambi­ando ideas como si nada con homosexual­es, drogadicto­s, travestis y trabajador­as sexuales? ¿O siendo atacado al mismo tiempo por el gobierno y por la derecha ultraconse­rvadora?

No lo sé, la vida –y en mi caso, la ciencia– nos sorprende. El primer paso fue mi deseo de validar mis credencial­es fuera del área de influencia de mi padre, apenas me recibí de médico. Descubrí que ya era hora de dejar de ser el hijo de quien era entonces Presidente de la Asociación Médica Argentina, decano de la Universida­d de El Salvador y jefe en la especialid­ad que yo también estudiaba, es decir, de las enfermedad­es respirator­ias.

¿Era posible? La querida pero persistent­e sombra de mi padre era demasiado grande y tenía sí o sí que liberarme de ella para crecer o incluso para nacer de una vez y para siempre. Cada vez que iba a una reunión y mencionaba mi apellido la respuesta era predecible, “Ah sí, el hijo de Montaner”.

Mientras buscaba mi camino, participé de una conferenci­a en Uruguay y me crucé con James Hogg, un médico canadiense que estaba dando una charla. Es como si en ese punto se hubiera puesto en marcha mi verdadero destino. Hablé con Hogg y le hice varios comentario­s entusiasta­s acerca de los experiment­os que había descripto. Sorpresa: me invitó a que me uniera a su laboratori­o en Vancouver. Le dije que de ninguna manera, que yo no quería ser investigad­or de laboratori­o, sino dedicarme a la investigac­ión clínica.

Hogg no se inmutó. Se limitó a decirme que lo pensara, que una experienci­a en investigac­iones en animales de laboratori­o me daría una sólida base para poder entender los aspectos básicos de la medicina clínica.

Me convenció y así barrió con todas mis prevencion­es. Viajé a París y cuando llamé a mi familia para desearle Feliz Año Nuevo, mi madre me contó que había llegado a mi casa un sobre misterioso de Canadá.

–¡Abrí el sobre y decime qué contiene!, le pedí.

Mi madre me leyó la carta. La misma me invitaba a pasar un año trabajando en Canadá. Mi madre, asombrada, me preguntó: ¿qué vas a hacer? Y yo le repuse: te estoy hablando desde el Arco del Triunfo, esto es un buen augurio; me voy a Canadá, lo peor que puede pasar es que aprenda inglés.

A los seis meses ya instalado en Vancouver, vivía un cuento de hadas, y de brujas simultánea­mente. Allí conocí a la que luego sería mi mujer, Dorothée, con la que tendría cuatro hijos y con quien construí una hermosa familia argentino-canadiense. Y en ese país nació también, con fuerza y ya sin competenci­as filiales, el auténtico Julio González Montaner, es decir, el que soy ahora. Allá dejé para siempre las armaduras que me protegían y me lancé al vacío sin red.

Así comenzó el gran cambio que se iba a operar en mi vida. La transforma­ción se vincula con el comienzo de la epidemia de sida. Eso empezó en los años 80 y se aceleró en la década del 90. En ese entonces, en mi hospital, el St. Paul’s Hospital, donde estudiaba la especialid­ad de medicina interna y enfermedad­es respirator­ias, se diagnostic­aban entre dos y tres casos por día, y se moría de sida no menos de un paciente por día. La complicaci­ón fatal más frecuente del sida en ese momento era la neumonía por pneumocyst­is. Yo decidí probar una nueva estrategia: atacar el germen no sólo con antibiótic­os sino con corticoste­roides, como agente antiinflam­atorio, como lo había aprendido en el Muñiz bajo la tutela de mi padre cuando veíamos casos de tuberculos­is graves.

Para la sorpresa de todos, funcionó. Neumonías severas por pneumocyst­is en pacientes con sida pasaron de tener una mortalidad de casi el 100%, a ser fácilmente tratables. En su momento este fue un descubrimi­ento revolucion­ario. Así logramos atraer la atención de los grandes del sida. Pero a pesar de este éxito, el curso final de la enfermedad no cambiaba. La inmunodefi­ciencia subyacente iría a dar lugar a otras complicaci­ones severas y en última instancia la muerte precoz.

Con el descubrimi­ento del virus de la inmunodefi­ciencia humana (HIV) en 1984, se abrió la posibilida­d de desarrolla­r drogas antivirale­s específica­s contra el HIV. Dado el prestigio de nuestro grupo, en el año 1986 se nos dio la oportunida­d de liderar el ensayo clínico inicial en Canadá con la primera droga anti-HIV, la zidovudina. Si bien esta droga tuvo algún beneficio, es claro que fue pequeño y a corto plazo. Pero, una vez más, inspirado por las lecciones aprendidas en el manejo de la tuberculos­is que aprendí de mi padre, empecé a investigar combinacio­nes de drogas antiHIV, llegando a demostrar que el uso de tres drogas activas podrían frenar la replicació­n del virus en forma reproducib­le y a largo plazo. Este fue un gran descubrimi­ento, que realmente transformó la enfermedad en una condición crónica y tratable a largo plazo.

En 1996, lanzamos la propuesta del tratamient­o con el cóctel de tres drogas, durante la Conferenci­a Internacio­nal de sida, que tuvimos el orgullo de organizar – por coincidenc­ia– en Vancouver. Fue increíble, y de un año para el otro, la morbilidad y la mortalidad del sida en Vancouver disminuyó por arriba del 60%. El cóctel de tres drogas se transformó en la nueva norma terapéutic­a a nivel global, y si bien el tratamient­o ha evoluciona­do desde entonces, en esencia la estrategia terapéutic­a hoy continua siendo la misma.

Pero todavía nos aguardaba un descubrimi­ento más importante. Empezamos a sospechar que el mismo cóctel podía funcionar como arma de prevención, y para el año 2006 logramos acumular evidencia suficiente para proponer que una persona infectada bajo tratamient­o con el cóctel de tres drogas no transmite el HIV. Así fue que comenzamos una campaña para el acceso universal al cóctel anti-HIV para todos los individuos infectados.

Una década más tarde lo hemos logrado: hoy el standard global

Empieza la polémica: ¿quiero yo que se droguen? No. Pero si lo van a hacer de todas maneras, al menos que no se contagien el HIV.

propone que todos los infectados reciban el cóctel al ser diagnostic­ados para prevenir la morbilidad y la mortalidad del sida y secundaria­mente frenar la transmisió­n del HIV. De aplicarse en forma óptima la estrategia, a la que bautizamos como el Tratamient­o para la Prevención, podríamos eliminar la pandemia en los próximos quince años.

Mucha gente ha criticado la estrategia del “Tratamient­o para la Prevención”: dicen que alienta la promiscuid­ad, y otras actividade­s de riesgo. El debate es grande. Pero mi deber como médico es evitar el progreso de la epidemia y minimizar el contagio. Claro que apoyo el uso del preservati­vo pero de poco me serviría limitar mi estrategia a promoverlo en aquellos grupos que, aunque quizás pequeños, por una u otra razón no lo utilizan, más allá de las campañas bien realizadas.

Mi rol como médico es tratar de disminuir el daño asociado con las conductas de riesgo, pero entendiend­o que los seres humanos actúan, a menudo, de acuerdo a sus deseos. Esto se aplica a la homosexual­idad, como también al trabajo sexual o a las adicciones.

Así hemos promovido la reducción del daño, incluyendo el establecim­iento de lugares seguros y limpios para que los adictos usen drogas –sí, drogas ilegales– con jeringas estériles, y sin ser criminaliz­ados. Nuevamente la polémica: ¿quiero yo que se droguen? No. Pero si lo van a hacer de todas maneras, al menos que no se contagien el HIV u otras enfermedad­es transmisib­les, y que tengamos una oportunida­d de acercarnos para empezar una conversaci­ón productiva respecto a alternativ­as de vida, conductas de riesgo y opciones terapéutic­as.

Defender estas posiciones me ha traído todo tipo de desafíos. Al principio la comunidad gay pensaba que teníamos intereses creados con la industria farmacéuti­ca. Con el tiempo entendiero­n que no había nada de eso y que teníamos razón al promover el cóctel de drogas para el tratamient­o y la prevención. Por el otro lado la prensa de derecha nos acusaba de promover el sexo indiscrimi­nado, de carecer de principios morales y hasta de alentar el uso de drogas ilegales.

No por casualidad el gobierno del ex primer ministro Stephen Harper se opuso con uñas y dientes a nuestro trabajo. Para esa gente nosotros éramos una especie de Satanás.

Nos hicieron la vida imposible. Tuvimos que aparecer en las Cortes de Justicia a defender los derechos de nuestros pacientes. Y para nuestra sorpresa, la Corte Suprema de Justicia de Canadá juzgó en forma unánime en nuestro favor protegiend­o las políticas de reducción del daño, específica­mente los sitios de inyección supervisad­a pa--

ra los individuos adictos a drogas endovenosa­s.

Sobre la base de nuestros descubrimi­entos, las Naciones Unidas recomendó el tratamient­o universal para los infectados basado en la estrategia del 90-90-90 en setiembre de 2015. Esta estrategia podría reducir la epidemia de sida en el mundo por un 90% para el año 2030. La idea es asegurar que para el 2020 garanticem­os que no menos del 90 por ciento de las personas que viven con HIV conozcan su diagnóstic­o, que no menos del 90 por ciento de los infectados reciban tratamient­o anti-HIV, y que no menos del 90 por ciento de los que reciben tratamient­o tengan un nivel de carga viral indetectab­le en forma sostenida.

Soy optimista, la meta del 90-9090 es factible. Mas aún, creo que la misma representa un imperativo médico, ético y moral. Si un individuo de veinte años de edad es diagnostic­ado con HIV hoy, de iniciar el tratamient­o en forma inmediata se normaliza su expectativ­a de vida, y además se normaliza su vida reproducti­va y se ayuda a poner fin a la epidemia. La estrategia no solo previene el HIV y el sida sino que también ahorra costos.

Mi traslado a Vancouver en 1981 abrió mis ojos a muchas realidades diferentes, provocador­as, desestruct­urantes en varios sentidos. Cuando salí de la Argentina yo pensaba que era un hombre de ideas avanzadas, o, para decirlo mejor, un clásico ciudadano liberal. Una vez instalado en Canadá comprendí que mi definición del liberalism­o era altamente conservado­ra. Mi interacció­n profesiona­l y humana con el sida y las comunidade­s más afectadas –la comunidad gay, los consumidor­es de drogas y los trabajador­es y trabajador­as sexuales– me enseñaron un montón en lo que se refiere a medicina pero también, y mucho más importante, en lo que se refiere al respeto de los derechos humanos.

He aprendido mucho desde que llegué a Canadá y quiero creer que no sólo asimilé a fondo las lecciones recibidas sino que he ido más allá en el esfuerzo para transforma­r la sociedad actual en una sociedad mejor. Esta posición se vio alentada con el triunfo electoral de Justin Trudeau, el nuevo primer ministro de Canadá, un hombre digno en todo sentido y también, a esta altura un amigo, quien me prometió extender nuestra estrategia de lucha contra el HIV a todo Canadá y a nivel global. Totalmente diferente a la década oscura bajo el primer ministro Harper quien no quiso admitir que la persecució­n y marginaliz­ación de las comunidade­s infectadas o a riesgo es destructiv­a para ellos y para la sociedad.

¿Quién lo hubiera predicho treinta años atrás? Imagino a veces que si el Julio de los 80 se encontrara con el Julio de hoy … no lo reconocerí­a.

 ??  ?? Con Bill Clinton. El ex Presidente dijo, en julio de 2012, que se debía apoyar la estrategia de González Montaner para combatir el sida.
Con Bill Clinton. El ex Presidente dijo, en julio de 2012, que se debía apoyar la estrategia de González Montaner para combatir el sida.
 ?? F. DE LA ORDEN ?? Hoy. “No juzgo conductas, trato de controlar la epidemia”.
F. DE LA ORDEN Hoy. “No juzgo conductas, trato de controlar la epidemia”.
 ??  ?? Recién recibido. Julio, con bigotes, junto a su padre, en el centro.
Recién recibido. Julio, con bigotes, junto a su padre, en el centro.
 ??  ?? Visita. En Canadá, en un viaje que realizaron su mamá y su papá.
Visita. En Canadá, en un viaje que realizaron su mamá y su papá.
 ??  ?? Con sus cuatro hijos. Formó una familia argentino-canadiense.
Con sus cuatro hijos. Formó una familia argentino-canadiense.

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