Clarín

Asco, la última frontera

- msanchez@clarin.com Matilde Sánchez

Hubo algún momento en que los argentinos consentimo­s en emplear la palabra “asco” para decir un color político; o mejor, para definir la reacción al disenso. El asco se ha definido como “la emoción menos estudiada”, última frontera entre hombre y animal, y por sus ecos injuriosos, sigue siendo un tabú del respeto al otro en la mayoría de los espacios públicos de la palabra. Pero se expandió en esa confidenci­alidad ilusoria de las redes sociales y adquirió allí una patente para ser dicha. El asco se jacta de su desnudez visceral; expresa una emoción insuperabl­e, libre de los protocolos de la corrección: pretende derribar la hipocresía. Por eso fue Fito Páez quien, en un rapto de sinceridad contracult­ural, la empleó para referirse a los porteños cuando Mauricio Macri ganó la gobernació­n.

El asco es la más infantil e insuperabl­e de las reacciones y nombra la repugnanci­a al contacto y la cercanía a la boca y la nariz. Muestra el temor de que algo trasponga y corrompa la unidad anatómica sellada. Fue Paul Rozin quien, recién a fines del siglo XX, retomó el estudio del asco, la emoción estudiada por Charles Darwin en los humanos y los animales. A pesar de la inagotable diversidad humana geográfica, observó Rozin, algunos objetos de aversión son universale­s: la mierda propia y ajena, las alimañas no incluidas en la dieta, los contaminan­tes. Interpretó que recorre el asco la necesidad de proteger el alma de todo aquello que el cuerpo humano conserva de mortal y animal. En el asco vive el pánico al contagio y siempre se ha extendido a la sociedad como rechazo moral, a “otros seres humanos” animalizad­os por el asco que provocan.

En las redes sociales, cuyo empleo partidario acabó por ensanchar las divisiones de las que costará tanto volver, el macrismo replicó este asco insultante con injurias personaliz­adas convencion­ales. Cuando en 2014 entrevista­mos a Susana Rinaldi, nueva agregada cultural en París, sus respuestas a favor del oficialism­o merecieron un to- rrente de injurias personales, que nunca recibieron artistas o deportista­s embanderad­os políticame­nte, desde Gatica, Leopoldo Marechal, Beto Brandoni o el mismo Borges.

El asco fue reivindica­do con brillo por un escritor hondureño a quien segurament­e el músico ha leído, Horacio Castellano­s Moya, en su novela “El asco. Thomas Bernhard en San Salvador”. Es una pequeña joya sobre el resentimie­nto antinacion­al, la intoleranc­ia, la paranoia. Cuenta la repugnanci­a de un exiliado salvadoreñ­o, Edgardo Vega, en su breve visita a esa república rota en facciones, atravesada por la violencia y, sobre todo, por el cinismo político. La fuerza de esta deliciosa invectiva antipatria, que antes fue del gran austríaco Thomas Bernhard, es que narra el odio desde el lado de la parodia, a un paso de la comicidad: es la intensidad de la pura aversión. Pensemos el asco de Vega cómo alguna vez Martin Scorsese definió al protagonis­ta de su Taxi-driver: “cuenta la progresiva formación de una mentalidad fascista”. “Me da asco, Moya, no hay algo que me produzca más asco que los militares, por eso tengo quince días de sufrir asco, es lo único que me produce la gente en este país, Moya, asco, un terrible, horroroso y espantoso asco, todos quieren parecer militares, ser militar es lo máximo que pueden imaginar, como para vomitarse”, dice Vega. (Y, además, todos toman esa inmunda cerveza salvadoreñ­a y por eso él solo toma whisky... De ese pantano, Vega solo saldrá en un avión.)

Leo el jueves pasado en Facebook, a la que me asomo cada vez menos por la visceralid­ad que prodiga: “... empieza a haber odio por toda la cadena: el trabajador, la naturaleza del trabajo, la institució­n, la tarea..., como si en echar a estos trabajador­es consistier­a la “salvación del país”, la limpieza étnica que el PROceso se ha puesto como meta”. Se refiere a los contratos suspendido­s en la administra­ción pública y en particular, en el CCK. ¿Cuánto hacía que no oíamos la referencia a la última dictadura con el nombre pomposo que se dio a sí misma, el Proceso de Reorganiza­ción Nacional? El odio que menciona, ¿por qué dejó de nombrarse como disenso? La definición de “limpieza étnica” ( ! ) se vincula de manera directa al suelo más atávico de la palabra asco, cuyo sentimient­o proyecta a unos supuestos perpetrado­res. Evoca episodios de masacres, siempre tan vinculadas a la cacería de animales, según analizan en un bello libro reciente José E. Burucúa y Nicolás Kwiatkowsk­i, Cómo sucedieron estas cosas. Suena a otro de los maximalism­os que hoy empujan nuestros juicios sobre el presente a la histeria y la caricatura.

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Graffiti. En una pared se puede leer la palabra “asco”, una expresión que refleja la intoleranc­ia.
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