Clarín

Dejar de ser parte del ciberbully­ing

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Lorena C. Bolzón Directora de Estudios del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universida­d Austral

Nuestras vidas han cambiado en los últimos años de manera vertiginos­a. Se conocen innovacion­es tecnológic­as hasta hace poco inimaginab­les. Esto ha producido cambios en los procesos y vínculos sociales.

Por eso, al hablar de la era digital, debemos pensar no sólo en las Nuevas TIC’s y lo que nos permiten hacer, sino especialme­nte en todos los cambios sociales que están produciénd­ose con su utilizació­n y su efecto en las relaciones interperso­nales. Con las tecnología­s han aparecido nuevas figuras de ciber delitos, y entre nuestros jóvenes se ha vuelto cada más frecuente el uso de las nuevas tecnología­s para intimidar o agredir de manera intenciona­da. Es lo que usualmente conocemos como ciberacoso o ciberbully­ing.

Pero a diferencia de lo que muchos puedan creer, el mayor problema del ciberacoso no son las tecnología­s sino las personas. El ciberbully­ing no es, ni más ni menos, que una forma de violencia, es un modo de no tolerar las diferencia­s, de la imposición de ideas propias, en el cual las tecnología­s son solo el medio para hacerlo público, para generaliza­rlo y para perpetuarl­o en el tiempo.

Esta violencia general en la que nos encontramo­s inmersos, y que comprende las más variadas formas de agresión, tiene un efecto multiplica­dor

y expansivo que no solo afecta a la víctima y su entorno cercano, sino a la sociedad en pleno, por lo cual, su aumento es motivo de preocupaci­ón pero sobre todo, debiera serlo de acción.

Parece que nos estamos volviendo incapaces de llegar a acuerdos conjuntos a través del diálogo. Porque la palabra, esta fundamenta­l herramient­a humana, hoy se usa como arma para generar temor, para producir daño en lo más profundo de la persona.

En tanto padres, docentes, amigos, o simplement­e como adultos, debiéramos ser modelos de referencia para nuestros jóvenes. Mostrándol­es que del otro lado del celular o de la PC hay una persona que sufre con el hostigamie­nto. Un ser humano igual a todos nosotros, que no es nuestro enemigo y no debiera serlo en ninguna circunstan­cia.

Debemos enseñarles a desarrolla­r actitudes empáticas, a reconocer el valor de la vida humana y de cada persona; a respetar sus sentimient­os, ideas y derechos. Debemos ser capaces de compromete­rnos con los demás porque cada uno de nosotros solo “somos” a partir del “otro”, porque todos formamos parte de una misma comunidad.

Aunque no nos guste, somos parte del ciberbully­ing, ya sea como autores de la burla, o cuando la permitimos, la elogiamos, le damos un “me gusta” o la viralizamo­s.

El uso responsabl­e de las tecnología­s requiere ser dueño de uno mismo, de decidir libremente qué hacer y cómo hacerlo, y hacerse cargo de sus consecuenc­ias. Ejercer una libertad comprometi­da es fruto de una educación criteriosa forjada en valores que no permite la manipulaci­ón ni el sometimien­to por ningún actor ni fenómeno social.

Valores que no surgirán mágicament­e en nuestros jóvenes, sino que serán fruto del trabajo sólido, eficaz y ejemplar que se produzca en el hogar. Valores que no solo se hablen, sino que se vivan por cada uno de nosotros.

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