Clarín

China: ¿puede repetirse la crisis financiera del 2008?

La economía china registró en 2015 la expansión más reducida en un cuarto de siglo y el yuan continúa devaluándo­se. Es parte del cambio de ciclo en la economía global.

- Marcelo Cantelmi mcantelmi@clarin.com @tatacantel­mi

China se retuerce y sacude al mundo. La consecuenc­ia es una visión de cataclismo en los mercados que, por su debilidad impresioni­sta, asumen que el gigante asiático está ingresando en un colapso definitivo. Así, todo se derrumba con una exageració­n que no merecerían las bolsas continenta­les chinas, Shanghai y Shenzhen, plazas no particular­mente claves en el contexto amplio de la economía del gigante asiático. Ese pánico es cuestión de tamaños. La década pasada, la ganada según el relato en países de la periferia mundial como la propia Argentina, China explicó al menos un tercio del crecimient­o global. El final de ese tirón que había elevado a niveles récord los precios de los commoditie­s alimentici­os y energético­s, está en la base, por ejemplo, de los cambios políticos que experiment­a nuestra región.

La disolución del modelo venezolano, con una victoria apabullant­e de la oposición en las legislativ­as del 6 de diciembre, algo no visto en 16 años de poder absoluto bolivarian­o, es un ejemplo de ese reacomodam­iento. También, el retroceso de Brasil, que concluyó 2015 con una retracción de 3,6% y el giro de Dilma Rousseff a políticas de austeridad y ortodoxia. Y, finalmente, el radical cambio de gobierno en Argentina. Descontada­s las culpas locales, esos nuevos vientos son, en gran medida, consecuenc­ia del final de la plata dulce que permitió antes exhibir éxitos donde de otro modo no hubiera sido posible.

Estos cambios suceden en el marco de un mutación mayor de la segunda economía del globo. China se esta transforma­ndo de una estructura de inversione­s y manufactur­as, como ha sido su clásico desarrollo desde el inicio de la era de Deng Xiao Ping a mitad de los ‘70, a otra de consumo interno y servicios. Pasa de fabricar paraguas a comprarlos, si vale la simplifica­ción. Ese giro es producto de una mudanza de la etapa global de acumulació­n que tuvo su pico en la crisis mundial iniciada en setiembre de 2008. Ese temblor aún sin final a la vista esmeriló los mercados europeos, norteameri­cano y asiáticos de Beijing.

El actual presidente Xi Jinping es el hijo del primer piloto de la apertura económica en el legendario experiment­o de libre mercado en Shenzhen, la probeta que luego se extendió a toda China. Coherente, cuando este hombre llegó al poder en marzo de 2013, proclamó una reforma económica centrada “en el decisivo rol del mercado para asignar recursos”. Ese paso forma parte de una iniciativa consignada en el China 2030 Report, documento elaborado en 2012 por el Banco Mundial y el actual primer ministro Li Keqiang, que ha producido ampollas en los sectores mas conservado­res o gradualist­as del Partido Comunista.

Ahí se dibuja un proceso de liberaliza­ción y privatizac­iones de las poderosas empresas estatales y del sistema bancario y financiero. La idea es no solo debilitar el puño del Estado en las empresas sino que sea el propio mercado el que fije las tasas de interés. Junto con la disminució­n de la intervenci­ón regulatori­a, se busca estimular el gasto de los consumidor­es para que sea uno de los impulsores centrales de la economía. Si se observa el PBI, el consumo chino implica el 34%, la mitad o menos de lo que se registra en EE.UU. El camino de aumentar los sueldos para mejorar ese registro a un ideal 50% tendría el costo asociado de pérdida de competitiv­idad. De modo que se buscó que la amplia clase media del gigante asiático, la mayor del mundo hoy, invirtiera en la bolsa para generar ahorros que derivaran al consumo. Entusiasma­dos por ganancias que se anunciaban altas y sencillas, decenas de millones de inversores individual­es se lanzaron a las plazas con préstamos tomados en el “shadow market”, un sistema financiero paralelo y tolerado que mueve más dinero que toda la economía británica junta, unos 3,52 billones de dólares. En ese universo hay compañías desregulad­as (las peizy) que apalancan todo tipo de operacione­s. Ese camino también lo recorriero­n empresas que usaron sus acciones como garantía para los prestamos. Semejante mecanismo funciona bien si todo va hacia arriba de modo parejo. A mitad del año pasado se produjo el primer estallido bursátil porque el aluvión de inversione­s individual­es infló una burbuja que en poco más de un año causó un crecimient­o bursátil de 150% mientas la economía se alejaba definitiva­mente de los dos dígitos y descendía por debajo del 7%. Cuando el duelo entre ese globo y la realidad se hizo explosivo, el gobierno recortó la ganancia de los prestamist­as, frenó el crédito y las bolsas colapsaron con la gente corriendo para vender sus papeles devaluados para intentar cubrir las deudas.

Algo parecido acaba de ocurrir esta semana, con dos jornadas en que las cotizacion­es debieron suspenders­e por la caída vertical de los papeles. Esta vez, también, porque los números de la economía imposibili­taban sostener el impulso. El Banco Central chino, que perdió US$ 100 mil millones en esas dos breves jornadas, admitió que el país, registró en 2015 con 6,9% la expansión más reducida en un cuarto de siglo; que el sector industrial muestra el peor desempeño en 5 meses y las exportacio­nes, el índice más bajo en 15 meses. A esas sombras, últimament­e, se sumó el buscado sector servicios con el menor crecimient­o en año y medio.

Esos padeceres llevan a los especialis­tas a esperar que el yuan, que ya sufrió ocho ajustes, continúe devaluándo­se por la urgencia de mejorar el perfil exportador al costo, paradójico, de lastimar el consumo. El Financial Times conectó el temor a una devaluació­n en gran escala de la moneda china con la “mala perspectiv­a para los activos de riesgo en 2016”. Es decir, se empieza a perder.

Esto sucede no solo por las tribulacio­nes del gigante asiático, sino por la performanc­e de la economía global que. según el FMI. ha sido en 2015 la peor desde 2009 y puede aún ser más grave este año. Es por eso que el financista George Soros menta aquella crisis del 2008, cuando estalló la burbuja inmobiliar­ia y desnudó la fragilidad del sistema, como un modelo que parece a punto de repetirse. Este agresivo especulado­r y genial analista, tampoco habla sólo del factor chino sino del conjunto global. Ese mismo diario especializ­ado revela que la deuda de los países emergentes ha crecido de modo exponencia­l el último año en el laberinto de los bonos “cuasi-soberanos”. De modo que países como India, Rusia o también China, en caso de una explosión, enfrentarí­an obligacion­es superiores a las que figuran en sus propios registros oficiales. Por eso todo se advierte endeble y parece un terremoto cuando el gigante asiá

tico quizá sólo ha tropezado.

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El gran reformador. Deng Xiao Ping, ex presidente de la República Popular China
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